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La Galerna

·1 de octubre de 2024

Se piratea poco

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El derbi madrileño del pasado domingo por la noche volvió a sorprendernos, no por el espectáculo futbolístico sino por el nuevo nivel de abyección que fue capaz de alcanzar la siniestra organización llamada Club Atlético de Madrid. Esta sociedad de pobres gentes revela siempre su auténtica faz cuando tiene delante a su némesis ontológica, que es el Madrid: de pícaros graciosos y de llorones zascandiles se transforman en puritita turba facultada para traspasar todos los límites y, lo que es peor, justificar cualquier indecencia. El partido, pésimo por lo demás como cualquier derbi donde el anfitrión aspira a matar violentamente al visitante, y no derrotarlo sin más en un encuentro de fútbol, volvió a enseñarnos que el Madrid compite en España contra una legión de cobardes innúmeras como las arenas del Ganges en el poema que cantaba Borges. Cobardes que justifican y amparan la violencia del Frente Atlético, empezando por el Cholo Simeone, Jorge Resurrección alias Koke y toda la dirigencia del Atlético.

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Pero, como dice Iñako en El Mundo, si los atléticos permitieron que los Gil y Cerezo les robasen el club a cara perro, ¡qué no permitirán después! Jamás pensé que escribiría esto pero ni el periodista Iñako ni, por ejemplo, Paco González, en la COPE, figuran en esa legión de cobardes. Han sido dos voces que no precisamente desde el madridismo se han alzado para decir las verdades en medio de la vorágine de mierda que arrebató el final del partido y no sólo en el césped. Dos voces importantes sobre todo por las tribunas desde las que hablan, El Mundo y la COPE, y la proyección que éstas les ofrecen a sus palabras, honestas y con coraje. Pues hay que tener coraje para decir que unos nazis en cuyo historial criminal hay dos asesinatos son los dueños de un fondo en el Metropolitano con la connivencia del club local y que de allí no se van, ni se irán, hasta que no quiera este club local. Habría en todo caso que preguntarse, en último término, ¿por qué? ¿Qué será lo que une a los Gil y a Cerezo al Frente más allá del antimadridismo? Me pregunto, porque no lo sé, pero estaría bien que alguien con la capacidad fiscalizadora de un periodista en ejercicio se hiciera la misma pregunta.


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Esta sociedad de pobres gentes revela siempre su auténtica faz cuando tiene delante a su némesis ontológica, que es el Madrid: de pícaros graciosos y de llorones zascandiles se transforman en puritita turba facultada para traspasar todos los límites

Llorente casi le rompe el tendón de Aquiles a Fran García en la última e innecesaria jugada del partido. La entrada es propia de quien ha estado mucho tiempo envenenándose. La violencia verbal y gestual que rodea al Atlético y su perturbadora relación con el Real acaba llegando, ¡cómo no!, a los jugadores. ¡Si el entrenador y el capitán aplauden a los nazis de la grada! ¿Qué van a hacer los demás? El olor a azufre de ese vestuario debe ser para verlo.

Al contrario que Iñako y para sorpresa de nadie, Rubén Uría, por ejemplo, el Hacha, salió por los fueros que todos esperábamos. O Relaño. Al menos de Relaño sabíamos que era madridista. De hecho, es uno de los mejores historiadores del Madrid que ha habido en la prensa. Es triste y suponía que, como ya no es director del AS, había podido aparcar la guerra empresarial de PRISA con Florentino. Pero se ve que no, seguramente haya cosas que la edad sólo puede agravar. Llamar gamberros coloridos a unos tíos con máscaras de simbología inequívocamente neonazi que, en presencia de niños, lanzan objetos al portero visitante y le desean en coro la muerte es, además de faltar a la verdad (compromiso intelectual irrenunciable, se supone, del periodista), una canallada. Es subvertir la realidad y convertir a la víctima en responsable de su propia agresión, labor a la que se pusieron desde antes de que terminara el partido los enfermos de odio habituales.

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Qué decir, si es que ya no se puede decir nada. Nos estamos acostumbrando a que ir al Wanda sea como que un equipo judío vaya de visitante a jugar a Gaza. Estos comportamientos inadmisibles, en otros países, llevaron a intervenciones directas de los gobiernos para atajar el fenómeno ultra pero, aquí, hasta los jueces y fiscales dicen que, nanai, son cosas normales “en el marco de una gran rivalidad”. Pues nada. Hace un mes quisieron echar del país a Vinicius después de que unos cuantos malandros interesados tergiversaran unas declaraciones suyas en las que por otra parte no decía ninguna mentira. La razón era que “perjudicaba a España”, pero el domingo por la noche cientos de millones de espectadores pudieron presenciar escenas dantescas en las que profesionales del fútbol negociaban con gente encapuchada en medio de un partido. Seguramente eso no perjudica a España, como tampoco la persecución colectiva a un veinteañero que no hace otra cosa que dejar en evidencia a miles de villanos que se convocan en las redes sociales para ir al campo con mascarilla y así poder llamarle negro de mierda a gusto. Son cosas que se veían en Italia hace veinte años, cosas que pasan en Argentina todavía.

Nos estamos acostumbrando a que ir al Wanda sea como que un equipo judío vaya de visitante a jugar a Gaza

La cosa es absolutamente demencial. Juanfran Torres (otro canterano, como Llorente. El sueño de la grandeza, como el de la razón, también produce monstruos) y un papanatas llamado Eneko difamando a Vinicius en el postpartido de DAZN, mientras que a Guti le hicieron pedir perdón en público por afirmar una verdad como un castillo: que un Atleti-Rayo, fuera de la M30, no le interesa ni al tonto del último pueblo de España. Tebas y la corruptísima federación quieren vendernos algo como si fuera un Ferrari que en realidad es el producto de décadas de cutrísimo provincianismo, un campeonato de quinta gama como dicen en Málaga, amalgamado por el odio africano al Real Madrid. Se piratea poco. Lo que se aguanta aquí no es normal y la culpa la tiene siempre el que paga y calla y el que sostiene el tinglado, que es el Madrid y su olímpico prestigio, tan majestuoso e inaccesible a esta forma de vida parasitaria y minúscula que ante su luz cegadora sólo pueden responder con eructos desesperados, agónicos, de criaturas tan inferiores.

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