Balonazos
·5 de octubre de 2024
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·5 de octubre de 2024
Se le vieron las costuras.- Los pantalones cortos, con tres costuras maternales, dieron el pitazo inicial. La pelota empezó a buscar piernas amistosas, nadie quiere que lo golpeen, por eso cada vez que un tipo como Pernambucano la bailaba en los aires con lo último en propulsión, la pelota no tenía más remedio que quedarse rendida en reposo y pedir que la llevaran cargada al medio campo luego abrazarse con la red.
Angelo fue el escogido por la pelota, vino desde Chicó peleando el descenso a defender otro descenso. Un genio inmortal el tipo. Los primeros tres toques fueron sutiles, buscando amigos. La “Tuca”, Marlon y el guaraní Alderete eran cómplices anónimos, pero el paraguayo se había comido, a punta de faltas, medio kilo de pasto, mientras los ojos del árbitro quedaban en blanco. No podía seguirle la pista a la pelota.
El referí pitó una falta para el académico y de inmediato miró su muñeca. Marcaba trece minutos. El 15 puso de base las dos manos y eventualmente se levantó y se paró frente a la pelota con la mano en la cintura. La demora arbitral motivó rechifladas y alaridos en el cemento. Cristián tenía la culpa, simuló decir el árbitro. La falta era opuesta.
Los carabobeños con buen pie se desentendieron de la pelota, el tiempo y la vida. Ganaron cada segundo e hicieron del césped un oasis donde pernoctaban horas extras. Mientras el banderín ondeaba, los visitantes buscaban un poco de sombra en las zonas de corner.
Al árbitro le empezaron a recordarla y quizá por costumbrismo se hizo oídos sordos. Sí, a su madre. Que mala costumbre esa, como la de nunca enfocarla ni presentarla en la televisión. También comenzó a hacer cuentas de la última costura y la imperdonable maña de no cerrarla con fuerza.
Empezó a jugar con las matemáticas. Entre menos saltos, pasos y esfuerzo, mayor vida útil tendría. Los liniers cada vez más lejos comenzaron a extrañarlo. Los porteros lo miraban a la distancia y la banca debía apelar con más fuerza. El tipo apenas se movía.
Estudiantes encendía la locomotora, el tipo sabía que la vida útil de su pantalón corto corría peligro, que lanzaba sus últimos suspiros y que el hilo rosado empezaba a independizarse de hebras negras domesticadas en tramas de un solo color. Debía evitar a toda costa que, por su velocidad, Marlon agarrara la pelota, el hilo se sublevaba.
Intentó adelantar el reloj, pero en la tribuna cada quien tenía un cronómetro. Con “extraño énfasis” jugador que caía, falta que pitaba y las costuras de mamá prolongaba su existencia. La gente quería ver fútbol, pero cada tanto el árbitro les negaba tal sueño. La ira se iba apoderando del cemento y por primera vez en la historia, el reiterado “HP” arbitral tuvo medianamente sentido.
La profunda cartera de una mujer inundada de misterios y sorpresas tal vez hubiese solucionado el problema en el entretiempo, pero fustigó que no hubiera una en la terna. Entonces la idea era esperar y cambiar con quienes corrían menos para la segunda parte. El VAR, inocente de todo, dio ocho largos minutos.
En los camerinos el árbitro intentó mostrar como bandera el tema, pero la tensión de tanta crítica cerró cualquiera amena conversación posible. Todos fruncieron los ojos por un instante con la demanda de kit de costura, pero sólo un tipo como Menotti hubiera alardeado de agujas y agujitas en un juego tan trascendental. Estudiantes de Mérida buscaba la punta.
Un segundo tiempo, pero no un segundo aire. El ritmo no cambió, fue una réplica de la primera parte, pero el silbato tomó más vida y mucha vida es protagonismo. Se firmó un deshonroso 41 minutos de juego efectivo y un inmerecido 0-0. Un fanático desencajado y cansado de tanta impunidad a punta de silbatazos gritó: ¿Qué pitas HP? cuando sonó el pitazo inicial. Se le vieron las costuras.
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