
La Galerna
·25 de junio de 2025
Respeta al árbitro, respeta el negocio

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·25 de junio de 2025
“Respeta al árbitro, respeta el fútbol”, decía la campaña con tipografía buenista y sonrisas de stock. Qué bonito es todo cuando el mensaje lo redacta un community manager con vocación de monaguillo. Qué enternecedor ver a los jugadores posar con cartelitos de concordia y a los entrenadores clamar en voz alta valores que no se aplican ni en los entrenamientos. La campaña pretendía humanizar al árbitro, dignificarlo, colocarlo por encima del bien y del mal, lejos del barro, del grito y del VAR. En resumen, convertirlo en un semidiós con silbato. Pero el problema, amigos, es que si el árbitro es un dios, el sistema que lo envuelve es un Olimpo de trileros.
Entre los más entusiastas de la campaña, cómo no, estaba el Atlético de Madrid. El club de las pancartas, de los altavoces encendidos, de los muñecos colgados de los puentes y de los silencios calculados. Los del “respeta al árbitro” por la mañana y “atraco escandaloso” por la noche. Esa doble moral tan de casa, tan del Wanda, tan de club que nunca sabe perder pero que cuando gana olvida incluso el reglamento.
Porque si hay algo que define la relación del mejor equipo de Canillejas con el arbitraje es su capacidad de indigestión. El Atlético no pierde, le perjudican. El Atlético no empata, le roban. El Atlético no falla, le fallan. Ahora bien, si le perdonan un penalti, si le conceden un gol en fuera de juego o si le regalan una expulsión injusta al rival, entonces hay silencio, ni una nota, ni un comunicado, ni un “gracias, colegiado”. Nada. El respeto es selectivo. El respeto, para ellos, es lo que se activa cuando el resultado acompaña.
Al At. Madrid le han eliminado del Mundial de Clubes a las primeras de cambio, qué se le va a hacer. Si en el primer partido te meten cuatro, lo normal es que sea muy difícil arreglar el desaguisado en los siguientes encuentros. Llegó a la última jornada teniendo que meter 3 goles como poco al Botafogo brasileño, un equipo serio y con mucha calidad. Pues no pudo ser. Ahora resulta que si un pisotón, que si un fuera de juego y que si la abuela de Simeone fuma. Ellos nunca admiten su culpa, ellos nunca van a decir que “el día del PSG perdimos las opciones”, porque ahí está el problema, acabas el grupo con 6 puntos, como los otros dos, pero… ¡ay!, amigos, resulta que en el primer partido me han metido una morterada en la portería y tengo una diferencia de goles abismal que en un torneo de corta duración es casi determinante… Pues nada, para casa y a ver el resto del mundial en el sofá donde lo mira ese equipo del que usted me habla, no hay otra, muchachos.
Los del “respeta al árbitro” por la mañana y “atraco escandaloso” por la noche. Esa doble moral tan de casa, tan del Wanda, tan de club que nunca sabe perder pero que cuando gana olvida incluso el reglamento
El Real Madrid, en cambio, juega otra liga. Una más incómoda, más valiente y menos populista. El Madrid no se queja de un fuera de juego mal tirado en el minuto 43. Se queja de que durante al menos dos décadas, un club rival pagó a quien estaba en la cúpula del arbitraje Y AÚN NO HA PASADO NADA, que no se olvide. El caso Negreira no es un error puntual. Es una arquitectura criminal. Es corrupción estructural.
Y es ahí donde todo se cae. Porque mientras el Madrid exige transparencia gane o pierda, el resto calla cuando conviene. El Atlético, que fue perjudicado durante años por el tinglado culé y que ha perdido títulos por ello, ahora guarda un silencio cómplice. ¿Por qué? ¿Acaso teme que le salpique? ¿O es que la estrategia pasa por guardar silencio para no señalar al amigo con el que comparte odio al Madrid y negocios con jugadores?
El respeto a los árbitros, si ha de existir, tiene que construirse sobre cimientos transparentes. Como se hace, por ejemplo, en el Mundial de Clubes. Allí los árbitros explican sus decisiones, las comunican en directo a todo el público, y los criterios son homogéneos. Hay errores, claro. Pero no hay oscuridad. No hay esta niebla espesa de designaciones sin justificar, sanciones arbitrales que no existen y favores que se pagan en diferido. Por esa razón ningún árbitro español ha sido designado para dirigir ningún partido desde el terreno de juego, en una decisión de la FIFA que raya la vergüenza nacional más escandalosa.
Aquí, en la Liga, tenemos árbitros que nunca explican por qué tomaron una decisión, jefes de comité que cobraban por informes, y un club que se benefició durante años del sistema y pretende ahora que todo el mundo lo olvide porque “no se puede demostrar”. Como si la ausencia de condena penal borrara la evidencia moral.
Volvamos al caso Negreira. El FC Barcelona pagó más de 8 millones de euros, al menos, al vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros. Lo hizo sin contrato, sin prestación de servicios visible, sin concurso, sin licitación, sin explicación, con facturas que no se las cree ni el de la tienda de la esquina. Lo hizo, además, mientras ese dirigente seguía influyendo en las designaciones arbitrales. Y lo hizo con una periodicidad mensual, como quien paga la luz, Netflix o el silencio. ¿Y cuál ha sido la consecuencia? Cero. Ninguna. Ni una sanción, ni una inhabilitación, ni una explicación oficial. Al contrario: la estrategia institucional es la del avestruz con toga.
el respeto no se mendiga, se gana. Y a día de hoy, el arbitraje español tiene muchas deudas, poca memoria y cero credibilidad
Y mientras tanto, el Barcelona va por ahí exigiendo respeto, hablando de valores, de seny, de injusticias históricas y de que el Madrid manda en todos los estamentos. Como si la hemeroteca no existiera. Como si los pagos a Negreira fueran una anécdota contable. Como si todo esto pudiera borrarse con un balón de playa y una camiseta conmemorativa de Xavi Hernández.
Y el Atlético, insisto, calla. Calla porque nunca le interesó el fondo del asunto, sólo el uso que pudiera hacer del mismo contra el Real Madrid. Y eso sí que es triste. Porque el Atlético fue uno de los grandes perjudicados por el sistema Negreira, como el resto de equipos, como los que descendieron o no ascendieron, como los que desaparecieron por deudas mientras ven que el club cliente de Negreira inventa palancas para poder inscribir a los jugadores que les da la gana con la anuencia de la liga, de la Federación y del Gobierno de España, que es lo más deleznable. El equipo más laureado de San Blas fue vilipendiado en competiciones nacionales en circunstancias, a veces, escandalosas. Pero ahora, cuando tiene la oportunidad de exigir limpieza, prefiere callar y posar en la foto del respeto al árbitro, como si la dignidad pudiera alquilarse por temporadas.
Lo diré claro: si el arbitraje quiere respeto, tiene que empezar por respetarse a sí mismo. Por fumigar su pasado. Por condenar sin matices el caso Negreira. Por expulsar de su seno a quienes permitieron que un club sobornara al sistema. Por dejar de actuar como una sociedad secreta y empezar a comportarse como un colectivo profesional con principios.
Y si la Liga quiere ser creíble, necesita que todos los clubes —todos, también los que se ponen la camiseta de mártir— exijan verdad, transparencia y justicia. No pancartas. No vídeos institucionales. No hashtags. Justicia.
Hasta entonces, que no pidan respeto. Porque el respeto no se mendiga, se gana. Y a día de hoy, el arbitraje español tiene muchas deudas, poca memoria y cero credibilidad.
Me despido de ustedes como lo hace mi amigo del alma, que sigue en su proceso. Ser del Real Madrid es lo mejor que una persona puede ser en esta vida… ¡Hala Madrid!
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