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La Galerna

·18 de febrero de 2025

Por qué dejé de ver el Tour de Francia

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Hace mucho tiempo yo veía el Tour de Francia. Lo veía con pasión verdadera, no me perdía una etapa. Llegaban las tres de la tarde en aquellas sobremesas de verano, del mes de julio, que antes duraban tanto, tanto —antes el tiempo siempre duraba más, se dilataba como un chicle en el espacio—, y me ponía ante el televisor, sin falta. Ponía la Uno y mientras mi padre se echaba la siesta en el sillón yo acaparaba el sofá y me abstraía por esos paisajes franceses tan bonitos, la dulce Francia, el color áspero, de hueso, de la Francia pirenaica, con esas carreteras de montaña de aspecto lunar llenas de grafitis proetarras, o esos valles de los Alpes, tan verdes… me encantaba, me lo pasaba en grande escuchando a De Andrés y a Perico Delgado, que en mi cabeza se me figuraban pareja gemela de Míchel y José Ángel de la Casa en el fútbol, y mientras veía a aquellos tíos subir como titanes los puertos de montaña, achicharrados al sol, jaleados por la turbamulta, que si ikurriñas por aquí, que si El Señor del Mazo por allá, vestido de diablo, un personaje, me entusiasmaba si Joseba Beloki podía ganar el Tour y romper la racha, por fin, de Armstrong, o me pasaba las horas esperando a que Ülrich levantara por fin el culo de la bici y atacara de una vez.

Y un día, sin más, dejé de verlo. Todos los campeones del Tour iban dopados. Todos, uno detrás de otro, sin faltar nadie. Todos ganaban, llegaban a París, daban la vuelta triunfal por los Campos Elíseos, y al día siguiente daban positivo por EPO, por nandrolona, por clembuterol… la competición, la verdad, dejó de tener sentido para mí. ¿Por qué, qué interés tenía algo que estaba amañado y en donde no ganaba el mejor, ni el que mejor jugaba sus bazas, ni el equipo que desarrollaba la mejor estrategia, sino pura y simplemente el que se enchufaba en las venas la mejor mierda?


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Con el fútbol español me está pasando lo mismo. Dice Hughes, en lo que él llama su croniquilla, que la situación es la que es y, por lo tanto, se acepta. Es decir, que el Madrid no puede irse de la competición ni salirse del campo ni darle un plantón a la Liga, como sí, por ejemplo, puede hacerlo el Barcelona, que de hecho, ya lo hizo una vez, y no pasó nada. ¡Qué iba a pasar! Que al Madrid sólo le queda la Copa de Europa y literalmente. Y es cierto. Le queda la Champions, por ahora.

Porque, de momento, la única reacción del Madrid como club ante semejante estado de cosas ha sido propulsar su destrucción, no de la Liga, ni de la Copa del Rey, sino de la Copa de Europa tal y como la conocemos. Y así, de esa manera, el club no sólo deja vendidos a sus futbolistas, expuestos finde tras finde a un chuleo y a un descaro que no tiene nombre, o sí, sí que lo tiene, y se llama fraude, sinvergonzonerío y humillación intolerable; lo peor es que deja a los pies de los caballos, o mejor dicho de los burros, ya quisiera la zahúrda del antimadridismo que pulula por las gradas y por los despachos parecerse a un animal tan noble e inteligente como el caballo, a su masa social. Que se sulfura sistemáticamente por nada.

Y un día, sin más, dejé de ver el Tour. Todos los campeones iban dopados. Todos, uno detrás de otro, sin faltar nadie. Con el fútbol español me está pasando lo mismo

Para ver al Madrid en liga hay que ir teniendo ya un talante especial, una paciencia para la sufridera. No es como cuando te enfrentas a un equipo netamente superior o cuando el tuyo está hecho unos zorros y cada partido es un calvario. Es peor. Es el aquelarre sin respuesta, un circo semanal del antimadridismo, que es la forma última del rencor social y la más ruin de todas. Es que te tomen por tonto y encima te manden callar, una y otra vez, ante la risotada grotesca del público general. Ante una situación así como la que lleva viviendo el Madrid en España, particularmente en los tres últimos partidos, donde El Sistema le ha birlado siete puntos con una impunidad y una alevosía sin precedentes, al aficionado sólo le queda perder el interés. No es que el robo sea una cosa novedosa, sorprendente. Lleva mucho tiempo pasando, la Guardia Civil sospecha que más de tres décadas, pero la cosa está subiendo de nivel y no parece tener ya ni el límite del escrúpulo o la apariencia.

Al aficionado le queda el pataleo y poner su granito de arena en la labor, ímproba, del colapso económico del tinglado. No pagar por nada de este “producto”, ni entradas, ni merchandising, ni por supuesto por verlo en la tele. Es poco, casi nada, pero es algo. Somos humanos y necesitamos creer y sentir que algo, al menos, depende de nosotros, que uno puede, haciendo un poder, un gesto supremo de la voluntad, apartarse de esto, que apesta.

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De otro modo el club, como organización, puede continuar indefinidamente así, pues al fin y al cabo es un club de fútbol y es eso o disolverse puesto que, como todo el mundo sabe, si fuera catalán, o vasco, podría saltarse las normas sin temor a consecuencias, pero de momento sigue radicado en Madrid; pero el aficionado, que cada vez es más pobre, me refiero al madridista español, un tieso al que también le roban en su tiempo libre… es demasiado, honestamente, sólo apto para sadomasoquistas, para muy cafeteros, someterse contra su voluntad a un bukkake, algo insoportable y desde luego insostenible en el tiempo a poco que uno tenga ya una edad.

Si el Madrid alza la voz a través de sus medios de comunicación sólo consigue que se recrudezca el latrocinio y el perjuicio contra sus intereses. Esto ha quedado probado, en especial este año. Yo no le pido, como el barcelonista promedio, al club que amo, que intrigue para adulterar la competición y que se jodan los otros. Yo quiero que el Madrid maniobre donde tenga que hacerlo para que la liga sea transparente y justa y se destierre la arbitrariedad. Que ponga las toneladas que pesa su nombre y su prestigio en el mundo para drenar la ciénaga.

Al aficionado le queda el pataleo y poner su granito de arena en la labor, ímproba, del colapso económico del tinglado. No pagar por nada de este “producto”, ni entradas, ni merchandising, ni por supuesto por verlo en la tele

Ellos, los árbitros, que como estamento están bajo la lupa de los jueces de instrucción, sólo aquí, en una charca como la española, pueden encima sacar pecho sin que socialmente nadie, con la verdad por delante, se lo parta. Sólo en un país así pueden sentirse “molestos”, “ofendidos” no por una enjundiosa sospecha de fraude continuado sino por… ¡la queja de las víctimas! Se sienten perjudicados por un comunicado del Madrid, no por la evidencia de que su Comité Técnico Arbitral estuvo comprado por uno de los clubes, y por lo tanto actúan en consecuencia, en la consecuencia del villano, me refiero: con matonismo, echando cojones, cuando deberían, primero pedir perdón, y luego callarse.

Medina Cantalejo es un muy digno representante de este colectivo tan orgulloso de puertas afuera como sumiso de puertas adentro. Los árbitros españoles, la mayoría munueras, son fuertes toreando de salón, con Vinícius y con Bellingham, a los que El Sistema ya ha puesto una diana y convertido en las putas apaleadas oficiales. Porque España es una ciénaga, todo es charca y el fútbol no iba a ser menos. Los árbitros se permiten el lujo de ir de chulos y de sheriff con los futbolistas del Madrid que no se callan, con los más famosos. Luego nos pretenden convencer de que no han oído a miles de tíos antifascistas gritar “Vinícius, muérete” y, sin embargo, sí con mucha claridad a Bellingham diciendo fuck you. Lo peor como digo es la tomadura de pelo, que se crean que aquí somos todos imbéciles mientras ellos se lo llevan crudo. Que se saquen por lo menos el B2 de inglés para tratar con futbolistas de veinte mil países, ya que somos la “liga de las estrellas”.

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