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La Galerna

·9 de agosto de 2020

Pequeñas habitaciones de Lorenzo Sanz

Imagen del artículo:Pequeñas habitaciones de Lorenzo Sanz

Texto escrito en homenaje al presidente don Lorenzo Sanz, publicado tras su fallecimiento y reflotado con motivo del aniversario de su nacimiento.

La verdad sentimental


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Manuel Matamoros

Con Lorenzo era sencillo estar. Pertenecía a la clase de personas que no se dan importancia, aunque la tengan. Solo tres presidentes del Madrid han alzado la Copa de Europa, y Lorenzo Sanz fue uno de ellos. Fue proeza que, mediante la situación patrimonial del Madrid que presidió, consiguiera hacerlo. Dos veces. Siempre caminando al borde del precipicio. Nos trajo al primer  Capello, y sobre su saber formó, por fin, un equipo capaz de volver a poner al Madrid en la historia futbolística de Europa. Dos años y muchos agobios después, el equipo era casi otro. Mi agradecimiento no nace, sin embargo, de la admiración intelectual por esos logros de extraordinario mérito, sino de una verdad sentimental mucho más honda. Y como Lorenzo Sanz fue hombre naturalmente generoso, que regalaba su tiempo con largueza si el Madrid andaba por medio, no me faltaron las ocasiones de hacérselo presente. No es posible haber vivido la Sexta y llorado, treinta y dos años después, en el Amsterdam Arena, sin que te toque el corazón la raíz más profunda de ese afecto. Así que, como ya sabías, siempre serás querido, Presidente.

He ganado recuerdos

Fred Gwynne

En 1998, cuando el Real Madrid ganó la Séptima, yo no era madridista. No tengo recuerdos de Lorenzo Sanz con su puro en Ámsterdam, o sea que tampoco tengo, aunque muchas veces hable de ello como si los tuviera, recuerdos de esos 32 años de desierto.

Intenté adquirirlos después, pero no es lo mismo, es como ir al cine a ver “El planeta de los simios” y llegar justo en la última escena, cuando Charlton Heston se arrodilla en la playa o cuando Mijatović mete el gol de la victoria.

A mí lo que de verdad me hubiese gustado es darle fuego al icónico puro de Lorenzo Sanz o ayudarle a elevar al cielo la ansiada Séptima entre Seedorf y su hijo.

No tener recuerdos es como no tener vida. Por eso, ayer, cuando el maldito Coronavirus se llevó al presidente que lideró esa parte de mi (inexistente) madridismo y vi como miles y miles de aficionados lloraban su perdida, recobré de golpe los recuerdos que nunca viví.

Tanto dolor y orgullo, tanta emoción y duelo, me hicieron entender la enorme grandeza de un hombre que, paradójicamente, fue, es y será parte de mi vida, aunque nunca formase parte de ella.

He disfrutado, con gran tristeza, de lo que nunca disfruté.

He entendido, a través del respeto y la congoja de muchos compañeros, la alegría de una época irrepetible. Ellos tuvieron la enorme suerte de vivirla. Y yo, gracias al enorme cariño que veo desbordarse a mi alrededor, también.

Nunca un adiós fue para mí más madridista. He ganado algo que pensé que había perdido para siempre: recuerdos.

Dios te bendiga, Presidente.

La fibra inconfundible de la voluntad

John Falstaff

Si hay amores a primera vista, Lorenzo Sanz era personalidad a primera vista. El pelo corto y engominado, las cejas pobladas, la mirada penetrante con un punto de sarcasmo, la sonrisa pronta pero rara vez franca. Había siempre un atisbo de desconfianza asomando por sus ojos, por las comisuras de sus labios: la desconfianza esculpida por quien se ha hecho a sí mismo a fuerza de sobreponerse a los golpes que propina la vida, y sabe que la deslealtad y la traición están siempre a la vuelta de la esquina. Y por encima de todo, una ambición irrefrenable que se escapaba en cada declaración, en cada parpadeo, en cada gesto de su cuerpo poderoso. No conocí a Lorenzo Sanz y confieso que nunca fue alguien que me cayera simpático. Pero siempre vi en él la fibra inconfundible de la fuerza de voluntad, del esfuerzo, de la determinación y de la vocación de grandeza; no es de extrañar que acabara presidiendo el Real Madrid, puesto que encarnaba algunos de los rasgos que mejor definen el madridismo. Y en cuanto a la simpatía, a quién demonios le importa la simpatía. La historia nos muestra que son a menudo los antipáticos los que cambian el mundo y hacen de él un lugar mejor. Y eso es lo que hizo Lorenzo Sanz: cambiar la historia del Real Madrid y hacerla mejor. Sospecho que allá donde se encuentre, no merece recibir nuestra simpatía sino algo mucho más profundo e importante: nuestra gratitud. Descanse en paz.

El madridista que nos devolvió la gloria

Andrés Torres

Tenía 18 años y muy poca sesera.

Descanse en paz.

El sueño americano

Mario de las Heras

Lorenzo Sanz fue durante muchos años el vicepresidente de Ramón Mendoza. No sé cuántos, quizá todos. No voy a mirarlo. Yo tenía de niño la sensación de que no podía estar el Madrid en mejores manos. Fiaba inconscientemente la buena marcha del club a su permanencia como dirigentes. Lorenzo Sanz era un empresario que escaló hasta la cima del mundo que es la presidencia del Madrid. Olvídense de otras presidencias. De cualquier clase. La que vale es la del Madrid. Y hasta allí llegó Lorenzo Sanz (su aspecto era de presidente: estéticamente siempre fue el presidente que llegó a ser) para traer Copas de Europa después de más de treinta años. Empezó como heredero, pero luego se ganó el privilegio. Lorenzo Sanz me parecía un buen hombre para el Madrid. Y yo creo que lo fue. Sin duda, lo fue. Los sentimientos ocultos que hizo aflorar su repentino internamiento así lo demostraron. A Lorenzo Sanz se le quería de una forma desconocida y soterrada, verdadera en su salida a la superficie como un viejo y potente submarino, que es como había emergido en los últimos tiempos. Era la imagen de un buen expresidente de pronto ante nosotros. Historia sin ambages del Madrid preflorentiniano, cuyos éxitos fueron por el momento y por el significado casi una mezcla perfecta entre los de su precedente y su sucesor. Hay una foto, esa foto, en la que sale a hombros de su hijo Fernando sobre la yerba del Amsterdam Arena besando la séptima Copa de Europa. Eran otros tiempos. Eran otras formas. Era otro siglo. Era el siglo pasado. En este día de tristeza, no puedo imaginar la alegría inmensa, el orgullo de ese instante triunfal al recordar cómo de niño, en los cincuenta, al mismo tiempo que Elvis se hacía famoso, él se colaba en el Bernabéu para ver al Madrid mientras su abuela servía agua a los aficionados con un botijo. Eso era el sueño americano si no hubiese sido enteramente español.

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