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·13 de enero de 2021

Paso firme

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El fútbol, la vida, avanza a un ritmo tan vertiginoso que parecía haber pasado un siglo desde el ridículo de Cornellá, y ni siquiera había transcurrido una semana. Pasaron muchas cosas en esos seis días: Filomena, la extraña suspensión del partido ante el Athletic, la sensación de pérdida de liderato, el pinchazo del Madrid en Pamplona, el liderato de nuevo, el Fiat Panda, Simeone como mejor entrenador de la década, el Sevilla y tres puntos de oro en esta carrera magnífica por un título que ni siquiera ha alcanzado su ecuador.

Simeone empieza a dibujar un once tipo, tan sólo hay dos o tres jugadores que flotan en él y alternan la titularidad con la salida desde el banquillo. Se parece mucho al que formó frente al Sevilla en un partido de temperaturas gélidas, se llegaron a alcanzar los -7 ºC, esto es: Oblak, Trippier, Savic, Giménez, Hermoso, Carrasco, Koke, Llorente, Lemar, Correa y Suárez. Es un sistema un tanto líquido en el que a veces parece que se juega con defensa de cinco, con Carrasco muy comprometido en tareas que no parecen las suyas, a veces es una defensa de tres, con dos laterales que son prácticamente extremos. Casi siempre Correa está en la derecha pero a veces en la posición de segundo punta, con Llorente junto a Koke, pero descolgándose al interior. Lemar, recuperado, comprometido, partiendo desde el costado izquierdo para aparecer en todos lados.


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Es un sistema un tanto indefinible al que los rivales todavía no han tomado la medida, por lo novedoso o porque tal vez sea muy difícil tomársela. El Atleti ataca con muchos hombres en campo contrario, como no lo ha hecho casi nunca, cuando lo necesita. Pero también repliega como lo ha hecho siempre, con esa suerte de transmutación en muro impenetrable. Para eso es necesario tener muy mecanizado un sistema, pero también el compromiso de jugadores creativos corriendo para atrás a situarse detrás del balón, esperando al rival. El partido ante el Sevilla empezó con un dominio alterno, pero con los rojiblancos buscando el triunfo. Generó alguna ocasión tibia hasta que Correa, en un giro de los suyos, batió al ex canterano rojiblanco de tiro cruzado desde dentro del área. La jugada vino por la derecha, el mismo flanco donde apenas un par de minutos después Suárez erró un disparo a bocajarro que sacó el portero sevillista con parada de balonmano.

Después de eso, el Atleti entregó el balón al Sevilla, que no supo muy bien qué hacer con él. Los de Lopetegui tocaban en el medio, horizontal, pero al llegar a tres cuartos, las compuertas se cerraban con la rotundidad en que lo hacían en las naves espaciales de la guerra de las galaxias. Sus intentos morían muy lejos de los dominios de Oblak. En la segunda parte entraron Saúl y Joao para refrescar el equipo y tratar de darle fluidez al contragolpe, buscar la jugada que cerrase el encuentro. Apareció, de nuevo por derecha, con esa sociedad Trippier-Llorente que tan buen rendimiento está dando. Pase atrás para que Saúl recogiese en la frontal libre de marca, se perfilase a su pierna buena y batiese a Bono de disparo cruzado. Era el gol de la sentencia. También el gol de la recuperación, el gol de la alegría de un futbolista que lo está pasando mal y que poco a poco va a recuperarse agarrado del brazo de los suyos, porque los suyos son de los que tiran más cuando las cosas no están bien. Lopetegui lo intentó poniendo artillería y renovando el frente de ataque, pero fue inútil. Tan solo en un balón parado estuvo cerca el Sevilla, en una pelota que, tras un rebote, se fue al palo. Por lo demás, fue todo un quiero y no puedo. Posesión y posesión y posesión para no llegar casi a ver las barbas de Oblak. El Atleti del sistema líquido se empleó con contundencia en las dos áreas: fue impenetrable atrás y adelante, castigó cuando llegó. Abrió y sentenció. Justo lo que se exige a un equipo que busca la senda para ser el campeón.

Foto: Getty Images

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