
Frecuencia Cruzada
·24 de julio de 2021
[Palabras Cruzadas] Recordando al Mumo Tupper: “El día que vi a Raimundo”
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·24 de julio de 2021
Esta semana en nuestra sección “Palabras Cruzadas”, tenemos un cuento especial: en honor a la memoria de Raimundo Tupper y un nuevo aniversario en que nos dejó, abrimos la palabra para escribir sobre él y su trascendencia en nuestro colores. Te invitamos a leer este escrito lleno de nostalgia y recuerdos alusivos al gran Mumo.
EL DIA QUE VI A RAIMUNDO
Por Víctor Ormazábal
Era un nublado día de semana de octubre en 1987 y llegué a casa después del colegio que me quedaba a una cuadra. Había sido una semana dura, dura como todas en un país en que se estaban tejiendo los abrigos del cambio para derrocar al dictador. Un país que se olvidaba de sus pobres, hundidos en pisos de tierra que pasaban a ser de barro cuando llovía apenas en esos inviernos que llovía y parecía diluvio. Un país donde en abril venía Juan Pablo II y el gobierno se llenaba de paz y amor y en junio, llevaba a cabo la operación Albania, donde servicios de inteligencia de la dictadura terminaba con la vida de 12 chilenos. En este ambiente de tardes inmóviles de miedo y marrones de esperanza, es que surgían los sueños del fútbol. En esas tardes de pena y hambre surgía la ilusión del balón como fin último, como héroe máximo para salir de la cueva húmeda y maloliente. Se organizaba en Chile el mundial juvenil y en el plantel destacaban erguidos como guerreros escandinavos tres jugadores de mi Cato querida: Luka Tudor, Fabián Estay y Raimundo Tupper. Tudor deslumbró el primer partido frente a sus antepasados yugoeslavos, con un partidazo y un golazo, que junto al de Camilo Pino sellaron el resultado adverso por 2-4. Estay un jugador muy técnico, ambidiestro y “pichulero”, claro que el brillo se le quedó en la placenta. Era una fiesta futbolística que para muchos era tapar con merengue la torta podrida que tenía Pinochet. En ese mundial brillaron semillas que después cosecharían grandes historia en el futbol mundial. Boban, Proscinecki, Sucker, Jarni, Sammer, Sampaio y por Chile, a los ya nombrados, se añadían Cabello, Cortés, Latín, Margas, el crack de Sandro Navarrete, Juan Carreño y Heidi González. Ahhh!!! También había un “6”, del que no me acuerdo, ni me quiero acordar. Ese martes café, un compañero, Paillapi, que a sus cortos 12 años tenía más calle que cualquier alcalde, durante la inerte clase de técnicas manuales lanzó la idea de ir al estadio porque jugaba Chile versus Togo. Sin niuno. Con la perso, con lo puesto. Nos pasaríamos en el metro Departamental, nos bajaríamos en Parque O´Higgins, le diríamos al de la micro “jefe, ¿me lleva?”. La entrada al estadio sería un trámite, el encargado de la puerta se aburriría de nuestros ruegos infantiles y nos dejaría entrar a poco de haber comenzado el partido. Paillapi tenía razón, todo se fue dando como lo planeado. Solo faltaba que Chile ganara. Chile salió a la cancha de inmaculado blanco. Desde un primer momento, mi vista se clavó en el rubio con el número “7”, la elegancia y pulcritud con que iniciaba cada jugada removía mis emociones de niño hacia alturas indescifrables. Volaba en la cancha, parecía que estuviera bailando con el balón y cada vez que podía se adueñaba de la Franja sobrepasando a su marcador con velocidad casi biónica y lanzaba un centro que se le alejaba al arquero, el que no sabía si salir o quedarse atornillado al área chica. Liviano como una pluma, ágil al pasar entre líneas. Participó directamente en el segundo gol de Chile, metiéndole un pase “Gororositonezco” a Tudor, quien con una sutileza batió el arco africano. Su calidad me parecía extraterrestre y era rara, era extraño ver a un rubio bueno para la pelota. En mi escuela éramos todos morenos, manos sucias, uñas negras. Íbamos al balón con fiereza, harta chuchada y cargoseo en el partido, empujones, como que nada era limpio, nada era pulcro. La pelota era fea, los arcos se caían, no tenían mallas, cada gol tenía diez patadas en la elaboración y hasta un gargajo por ahí. Por lo mismo, este “cuico” enamoraba, este “cuico” era bueno, no como los rubios de la casa donde trabajaba mi mamá “puertas adentro”, que tenían menos fútbol que un repollo. Ese día fue inolvidable. Por eso lo cuento con la claridad del agua patagónica y aunque me agarré a combos con otros cabros que me robaron un cintillo del mundial que “rescaté” a la salida del Estadio Nacional y mi viejo me pegó dos patas en la raja por estar desaparecido todo el día, tu pelo al viento y ese “7” en la espalda le dieron alegría a mi corazón y me tiene “rallando la papa” hace 34 años. Ese fue mi primer encuentro en cancha con Raimundo, ese fue mi primer encuentro frugal con Raimundo y su maravillosa forma de enfrentar cada pelota. No fue el único pase mágico que le vi. Recuerdo una pared en un amistoso de la selección chilena con la Francia de Jean Pierre Papin. Vistiéndose de “10”, le devuelve una pared milimétrica a Zamorano que define abajo, a la izquierda del arquero. El día que me enteré de tu muerte estaba comiendo un completo macheteado en un kiosko adentro de la UTEM. Se atragantó mi alma. Se detuvo el día y mandé la cresta la clase de Cálculo y de Química Inorgánica. Nos dejaste temprano Raimundo, nos dejaste escuchando a Silvio y nos enseñaste que a pesar de los privilegios, hay que decir BASTA, hay que decir que “NO”. Nos dejaste con un portazo en la cara en cuanto a la salud mental y su capital importancia de pesquisa, de tratamiento. Nos dejaste temprano. Te quedaba mucho por hacer y sobretodo, por entregar. Quiero imaginarte corriendo, en Plaza Dignidad con una bandera multicolor, con un afiche pidiendo justicia y reparación por las víctimas de trauma ocular, para finalmente, aspirar a un mejor país, a una mejor Católica. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.