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·26 de septiembre de 2022

Mira, chato (XLI)

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28 de mayo. Pasen y asómbrense

Pasado mañana se cumplen cuatro meses. De la 14, digo. Buen momento para recordar cositas de aquel día. Entre pitos y flautas ha ido pasando el tiempo y la otra noche convinimos Bengoechea, Dumas y servidor que convenía participarles situaciones que sucedieron… y volverán a suceder. Las viví con un común denominador: se trata de merengues catalanes. Algunos con ochenta apellidos. Acompáñenme.

La primera llegó al cuarto de hora de partido, Courtois había aparecido un par de veces y recibí un mensaje de mi amigo el-más culé-del-mundo. Escribió: gana el Madrid. 1-0 gol de tu Vinicius. Inmediatamente desapareció hasta el mismo momento que el árbitro pitó el final. Estaba pitando Turpin y él ya escribía. Fue sucinto: ¿lo ves?


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Luego fue turno de un paisano que veranea en el Pirineo, muy madridista él. Acabando el primer tiempo, cuando el gol anulado a Benzema, se rindió. Agarró el teléfono, una linterna de mano, un gorra con luz incorporada, puso la radio y se echó a andar. No aguanta la transmisión entera casi nunca. Apaga y enchufa, enchufa y apaga. El caso es que al rato se perdió. Llegó a acollonarse, era noche cerrada. A las doce del día, hoy mismo, no se pierde. Seguro. Y si le pasa, a los cinco minutos se orienta. No aquel 28-M. Se sentó, fumó. Perdió la cobertura. No supo del gol ni de nada. Cuando por fin se orientó y recuperó la señal escuchó los gritos de alegría, dice que hablaba Ancelotti.

—Hemos vuelto a ganar.

En su casa no le echaban en falta. Le conocen. Tardará en volver. Regresó feliz, medio asustado todavía y dispuesto a incorporarse a esa legión de propios que repiten cada final del Madrid lo que hicieron la anterior. Hay quien se viste igual, sé de uno que con la ropa de cuando la Séptima. Camisa, pantalón y zapatos. Terna que guarda y no aparece hasta la siguiente. Ah, también una gorra de Nueva York, descolorida es poco. El perdido, imagínense: la próxima volverá a perderse, todo eso.

Hay una egión de propios que repiten cada final del Madrid lo que hicieron la anterior. Hay quien se viste igual, sé de uno que con la ropa de cuando la Séptima. Camisa, pantalón y zapatos. Terna que guarda y no aparece hasta la siguiente

El campeón del mundo, posiblemente, es uno que se sube en el coche la mañana del partido, muy pronto. Cruza la frontera de La Junquera y no para hasta que da con un hotel de pueblo siempre tras asegurarse de que no ponen el partido. En cierta ocasión llegó a Dinamarca, no les miento. En esta se refugió en un pueblecito suizo.

El final también tiene su costumbre. Llama a un amigo común. Si no le coge el teléfono es que ha ganado el Madrid. Reza y reza. ¡No lo cojas, no lo cojas! Aguanta hasta que se corta la comunicación y vuelve a llamar entre aullidos. No sabe nada, desde luego el marcador. Cuando el otro descuelga se abrazan en la distancia, profieren ciertos insultos aprendidos de niño y mejorados después. Cuando cuelgan, cosa de una hora después, el viajero pilla un cabreo enorme porque las más de las veces, en el hotel de pueblo por ahí, está cerrada hasta la yogurtera. La experiencia hace que haya comprado antes cualquier cosa comestible. Nada serio, pues si palmara el Madrid se le quitaría el hambre diez días. Al día siguiente, sí. Hubo una vez, en Portugal norte, allí llegó, desayunó una mariscada. Diría que fue cuando la Novena.

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Y la abuela, también de Barcelona, como el viajero, no permite que nadie, y eso incluye hijos y nietos, la visite el día de la final. Exige soledad. A su marido, un santo, le confina en el salón. El hombre es del Barça, lo cual explica la cosa. Ella se rodea de seis o siete vírgenes, dice y será verdad que algunas las tenía desde siempre y otras las ha ido incorporando después de la Séptima.

—Los demás —le incordio yo— seguro que también rezan.

—Pues seguro, pero yo lo hago mejor y más fuerte.

El campeón del mundo, posiblemente, es uno que se sube en el coche la mañana del partido, muy pronto. Cruza la frontera de La Junquera y no para hasta que da con un hotel de pueblo siempre tras asegurarse de que no ponen el partido. En cierta ocasión llegó a Dinamarca, no les miento

Vírgenes y demás. Otro tipo especial. Cuando aquella final Barça-Milán en Atenas (4-0 ganaron los italianos) me invitó a acompañarle en un recorrido muy especial por el barrio Gótico de Barcelona. Lo empieza en cuando rueda la bola.

—Vente, voy a rezar un Padrenuestro en siete iglesias. No puede ganar el Barça, se pondrán pesadísimos.

El recorrido: Santa Ana, Iglesia del Carmen, la del Pino, Catedral, San Severo, Santa María del Mar y Basílica de la Merced, patrona de Barcelona. Si alguna estaba cerrada, rezaba fuera.  Aquella final del 4-0 se jugó en mayo del 94. Cuatro después llegó la Séptima. El tío repitió recorrido eclesiástico. Y desde entonces, hasta la última. ¿Si va parando, si visita además bares o similares? No. Fuma un puro o dos. Es después. Después se destapa y en un par o seis de finales blancas llegó milagrosamente a casa.

Se preguntarán si no repitió cuando los azulgrana ganaron la copa. Pues no. Es un tipo respetuoso y creyente.

—Una vez pedí por el mal ajeno. Se me concedió con creces. Una y no más. Hay que pedir para bien. Que no me equivoqué lo confirma que han llegado ocho más al Bernabéu. Ocho.

El tipo tiene 67 años, Dice que a diez más llega.

Getty Images.

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