
La Galerna
·2 de marzo de 2021
Mendy, el hombre de más

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·2 de marzo de 2021
En la primera película de Paolo Sorrentino, dos hombres, en una misma ciudad (Nápoles) comparten nombre, Antonio Pisapia, y destino, el fracaso. El primer Antonio Pisapia es un cantante de moda, el rey de la balada melódica, quien en la cresta de la ola es sorprendido cometiendo un estupro que le arruina la vida. El otro Antonio Pisapia es un futbolista, capitán del equipo local y gran ídolo del fútbol italiano del momento, al que una mala lesión retira demasiado joven. Desde ese momento el segundo Pisapia centra todos sus esfuerzos en convertirse en entrenador, pues vive poseído por una idea revolucionaria: desarrollar una disposición táctica muy novedosa en la que un equipo, ubicando dinámicamente sus piezas sobre el tablero verde, libera a uno de sus futbolistas, con el que crea una superioridad posicional decisiva a la hora de atacar la portería contraria.
Cuando Álvaro Benito comentó el otro día, durante el Atalanta-Real Madrid, que Mendy se estaba “amarcelando”, recordé el hombre de más y la película de Sorrentino
Cuando Álvaro Benito comentó el otro día, durante el Atalanta-Real Madrid, que Mendy se estaba “amarcelando”, recordé el hombre de más y la película de Sorrentino. Verdaderamente la de Mendy está siendo la novedad táctica más extraordinaria, por todo lo que tiene de inopinada, de esta racha de victorias (a excepción de ayer) que Zidane lleva engarzando con el equipo bajo mínimos históricos. El Madrid de supervivencia ha realizado el hallazgo de la variante Mendy como adaptación evolutiva a un hecho inobjetable, la terrorífica falta de gol del equipo y su impotencia a la hora de percutir sistemas defensivos muy cerrados. Recuerda un poco a aquella brillante ocurrencia de Mourinho de poner a Pepe en el mediocentro para contrarrestar la abusiva superioridad en el centro del campo del Barcelona de Guardiola. También a aquella audacia de Ancelotti en 2014 de reubicar a Di María en la medular como ariete de los organizadores, Xabi Alonso y Luka Modric.
Hay algo de verdad en el comentario de Álvaro Benito sobre Mendy del otro día. No sólo por la tentadora comparación con su compañero de posición, famoso por su anarquía táctica y por ser un espíritu libre. Contra el Getafe, hace muy poco, Zidane ya ensayó con el propio Marcelo ese rol de agente del caos que, partiendo de la banda izquierda, va apareciendo aquí y allí, entre líneas sobre todo, en zonas del campo inusitadas, donde su presencia extemporánea cree problemas muy difíciles de resolver para unos rivales cogidos a contramano. Pero Marcelo se apoyó en una defensa de cinco con dos carrileros muy largos que ese mismo día, tal y como llegaron a disposición de Zidane, se fueron, como el internet de Enjuto Mojamuto en Muchachada Nui.
Como a Zidane se le derrumbó por los costados el invento del 5-3-2 con las lesiones de Carvajal y de Marcelo, debió pensar que sólo tenía a mano en el vestuario a un tipo que corriera como una liebre y que no se cansase
Como a Zidane se le derrumbó por los costados el invento del 5-3-2 con las lesiones de Carvajal y de Marcelo, debió pensar que sólo tenía a mano en el vestuario a un tipo que corriera como una liebre y que no se cansase. Todo el espacio que puede ocupar la estructura de los cinco defensas y los tres medios sólo puede ser cubierto por un gamo. Mendy es un gamo. Su capacidad atlética le permite patrullar su zona, abrochar el carril izquierdo y de inmediato doblar al extremo cuando el Madrid ataca. Pero no sólo eso. La brillantez de Zidane radica en transformarlo en una suerte de llegador, en un Julio Baptista entrando indetectable, como un fantasma, en ese territorio del falso 9 que nominalmente ocupaba, por ejemplo, Isco, contra el Atalanta, pero que en realidad era un ángulo muerto dejado libre a propósito por el planteamiento del entrenador para que fueran cayendo por allí como fruta madura los hombres de la segunda línea. Y Mendy, que por si fuera poco también permite a su equipo tomar aire al poder regresar a su demarcación como un rayo, sin desmontar por ello el aparato de seguridad de Zidane, que adensa al equipo al faltarle no sólo gol, sino sobre todo velocidad, energía, plasticidad y penetración entre líneas.
En la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial los franceses bautizaron como fantômas a unos soldados adiestrados en aparecer sigilosa y subrepticiamente por las trincheras del enemigo, dar un golpe de mano y largarse tal y como había venido, oculto por el velo de la noche. La variante Mendy consiste en esencia en eso: el factor sorpresa. El gol en Bérgamo lo ilustra perfectamente. En la zona en la que todo el mundo esperaría a Kroos o a Modric, con el equipo volcado sobre el área y el rival saliendo de un córner en contra. Entonces surge Mendy, que controla la pelota como si estuviera hecha de lava del Vesubio; comba el cuerpo en un escorzo cubista, le pega con la derecha, nada menos, y la manda a guardar, como dicen los argentinos, con una precisión alemana. Con un toque de excelso mediocampista centroeuropeo. Para ser el freelance entrópico que Zidane necesitaba no sólo hacía falta poder correr como una moto durante noventa minutos, sino tener ese punto de locura de los porteros geniales, de los centrales de leyenda o de los mediapuntas guadianescos. Si uno mira el plantel con el que el Madrid viajó a Italia la semana pasada se entiende mucho mejor la idea de hacer con Mendy de la necesidad, virtud. Mendy, sobre quien pusieron la diana no hace mucho los kremlinólogos de la prensa deportiva, esos arúspices que interpretan los oráculos emanados de las altas instancias del club, «disgustaba» al club por «tosco». Ahora ya ha superado, en temporada y media, su registro anotador de toda una vida como jornalero del balón en la liga francesa.
Para ser el freelance entrópico que Zidane necesitaba no sólo hacía falta poder correr como una moto durante noventa minutos, sino tener ese punto de locura de los porteros geniales, de los centrales de leyenda o de los mediapuntas guadianescos
Y es verdad que Mendy no es Marcelo. Se desplaza con el balón a trompicones, como en aquel juego primitivo de la play, el International Soccer Pro, en el que los futbolistas eran bots cuadrados con la cintura de un playmobil, sólo capaces de realizar movimientos rectilíneos. Pero de vez en cuando suelta un taconazo, un sombrerito o un intento de cola de vaca que me confirman que estamos ante un hombre que ha nacido para vivir como si siempre fuera verano. Supongo que la convicción y la fe sobrenatural en sí mismo que muestra Mendy, siempre risueño, le viene por su trayectoria vital. Siendo canterano del PSG sufrió un accidente que casi lo retira del fútbol. Con la cadera jodida, en silla de ruedas primero y luego, con un andador, Mendy volvió a andar. Después regresó al fondo del todo, la cuarta división de Francia, el FC Mantois 78. Eso ocurría en 2012. Por lo tanto, de Mendy sabemos algo fundamental: es un superviviente, y si algo es el Madrid es sobre todo una comunidad de hombres libres y supervivientes.
Este Madrid superviviente, por lo tanto, no podía encarnarse en nadie mejor que en el futbolista quizá menos técnico del once titular; en el menos y peor conocido de todos, en el que no tiene aura de estrella y tampoco parece importarle. En un tipo modesto del que no se conoce ni el tono de su voz, que sin embargo exuda otra cosa básica para defender la camiseta blanca: entusiasmo. La variante Mendy no convierte el Madrid en un equipo aterrador, y seguramente contra un Bayern de Múnich o un Liverpool el invento no valga para nada. Pero se trata, ahora, de poder llegar siquiera con soñar con un mañana: unos cuartos de final de la Copa de Europa, alcanzar mayo con opciones de ganar la Liga. En ese ir poco a poco («partido a partido») hay que hacer como en la Guerra Civil, tortillas de patatas sin huevos ni patatas. Encadenar victorias, en una palabra, engancha a un equipo tieso a un respirador artificial, a la espera de recuperar lesionados que, a la hora de la verdad, permitan saber cuál es el horizonte real del Madrid en el segundo año coronavírico.
Fotografías Getty Images.