
La Galerna
·10 de marzo de 2022
Lukita de Saint Denis y el Madrid anagógico

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·10 de marzo de 2022
Nunca voy a París si puedo evitarlo porque es una ciudad que me da gafe. Lo tengo comprobado: siempre que voy, me ocurre algo malo. Aunque al menos no me pasa como a Nasser Al Khelaifi, que siempre que va a París tiene la obligación de ver jugar al PSG, y eso sí que es mala suerte. “París bien vale una misa”, que dijo Enrique IV. También pudo haber dicho “París bien vale una mesa” o incluso una silla, que fue lo que debió de pensar ayer David Alaba que valía una victoria contra el Paris Saint Germaine, y en un arrebato agarró una silla del Bernabéu y la mandó a hacer puñetas. Te entiendo, David, a mí también me caen gordos los muebles de jardín.
A pesar de todo, París tiene cosas que están bien. Montmartre, por ejemplo. En lo alto de colina de Montmartre, hace la hueva de siglos, fue decapitado san Dionisio (o saint Denis) y cuenta la leyenda que, tras su ejecución, el santo recogió su cabeza del suelo y se fue andando con ella debajo del brazo desde Montmartre hasta Saint Denis, donde quería ser enterrado. Que eso son unos seis kilómetros, ojo. Yo, cuando pienso en san Dionisio me acuerdo de Sergio Ramos, que desde que perdió la cabeza por irse a París vaga por allí cual mártir acéfalo dando vueltas entre Montmartre y Les Halles, entre Les Halles y Pigalle, entre Pigalle y Eurodisney; buscando un sitio donde descansar en paz y recibir las loas de sus devotos. Pero me estoy desviando.
Decía que París tiene cosas bonitas y una de ellas es, precisamente, la abadía de Saint Denis, lugar de eterno descanso del santo homónimo y que, por si no lo sabían, es el primer edificio gótico del mundo. Saint Denis es un lugar bellísimo.
Su creador, ideólogo y constructor espiritual fue el abad Suger, que era un tipo muy listo. A Suger de Saint Denis en 1122 lo hicieron abad de un monasterio que estaba hecho unos zorros, y él se propuso convertirlo en el templo más fastuoso de toda la cristiandad. Suger no lo sabía, pero su ambición estaba a punto de sentar las bases de lo que llamamos estilo gótico. Suger fue un Bernabéu adelantado. Bernabéu no inventó el Real Madrid, pero lo convirtió en obra de Arte. Suger no inventó los arbotantes ni las vidrieras ni las bóvedas de crucería, pero las combinó en un solo edificio y creó algo glorioso. La abadía de Saint Denis fue el Nuevo Estadio Santiago Bernabéu de la Edad Media.
La abadía de Saint Denis fue el Nuevo Estadio Santiago Bernabéu de la Edad Media
Según las crónicas, Suger de Saint Denis era bajito y de familia humilde (“Dios me sacó del estiércol”, solía decir), lo que no le impidió convertirse en uno de los hombres más grandes de la Historia. En eso me recuerda bastante a Luka Modric: tirando a bajito también, y de familia humilde también; pero que, como Suger de Saint Denis, llegó a ser gracias a su esfuerzo e inteligencia un hombre imponente. Luca Modric es Lukita de Saint Denis.
Para levantar su fastuosa abadía, Suger aplicó lo que se conoce como el método anagógico, el cual, si alguno de ustedes ha desperdiciado su vida al igual que yo estudiando Historia del Arte Medieval, sabrá que es la esencia estética del mundo gótico. El método anagógico de Suger de Saint Denis consiste en elevarse de lo material a lo inmaterial mediante la contemplación de la belleza. Dios es Luz, nos dice Suger, pero tan excelsa que no la podamos concebir, lo único que podemos hacer es contemplar la belleza del mundo, que es un reflejo de la divina luminosidad, y abstraernos en ella para que nos eleve hacia lo inmaterial. Por ejemplo: si yo contemplo una vidriera gótica o un frontal de altar lleno de oro y piedras preciosas, podré hacerme a la idea del aspecto que tiene la Jerusalén Celestial. Eso es el método anagógico (término que, de hecho, significa “de abajo a arriba”).
Suger pensaba en ir de abajo arriba cuando derribó los muros de la vieja Saint Denis para cambiarlos por enormes cristales de colores y llenarla de riquezas y fastuosas obras de arte, y así convertir su abadía en una obra inmortal. Algo así como lo que intentó hacer Al Khelaifi con el PSG, pero a Al Khelaifi no conoce el método anagógico, por eso su PSG no te arrastra hacia la gloria si no que te mantiene atado a este mundo imperfecto. Al Khelaifi quiso hacer una catedral y le salió una tarde de domingo en IKEA.
El abad Suger ordenó tallar en la puerta de Saint Denis un poema que día lo siguiente: “que no te deslumbre el oro y el gasto sino la labor de la obra”, como si estuviera hablándole directamente al jeque del Qatar Saint Germaine, oigan.
como Suger de Saint Denis, Modric llegó a ser gracias a su esfuerzo e inteligencia un hombre imponente. Luca Modric es Lukita de Saint Denis
Al Khelaifi no tenía a Suger de Saint Denis para asesorarlo. El Real Madrid, en cambio, tiene a su sucesor espiritual, tiene a Lukita de Saint Denis. Sin él no se explica lo que ocurrió ayer por la noche en el Bernabéu.
Lukita de Saint Denis derriba las paredes del fútbol con cada pase largo para que Karim Benzema las llene de vidrieras fastuosas donde se narra en pura luz la vida de los grandes santos madridistas, como san Gareth Martir (véase mi artículo anterior). Lukita de Saint Denis trae la luz al estadio y lo convierte en una catedral, donde Tibauth Courtois es la aguja del crucero y Militao los arbotantes que la mantienen firmes. Lukita de Saint Denis ayer convirtió el Madrid en un Madrid anagógico, que nos traslado de lo material a lo sobrenatural. Que nos alzó de la burda mortalidad del 1-0 a la gloria luminosa del 3-1.
El abad Suger ordenó tallar en la puerta de Saint Denis un poema que día lo siguiente: “que no te deslumbre el oro y el gasto sino la labor de la obra”, como si estuviera hablándole directamente al jeque del Qatar Saint Germaine, oigan
Ayer, en definitiva, no solo les quitamos la victoria a los parisinos, también les arrebatamos temporalmente la abadía de Saint Denis, primer edificio gótico del mundo, que durante 90 minutos estuvo en el césped del Bernabéu, transformada en un equipo que nos elevó a través de la contemplación de la belleza del buen juego hasta la intuición de la Inmortalidad. Pero no habría sido posible sin, entre otros, el croata con el dorsal número 10 en la camiseta. El hombre bajito y de familia humilde que llegó a lo más alto.
Cuando Suger de Saint Denis murió en 1151, Guillermo de Capra Áurea le dedicó este bellísimo panegírico:
“Pequeño de cuerpo y de familia, limitado por una doble pequeñez, se negó en su pequeñez a ser un hombre pequeño.”
Lukita. Lukita de Saint Denis.
Getty Images.