REVISTA PANENKA
·23 de octubre de 2020
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·23 de octubre de 2020
El pitido final funciona cual pistoletazo de salida. Solo que mi colega y yo, en vez de ser unos ansiosos atletas o unos voraces nadadores preparados para la carrera de sus vidas, luchamos para combatir el apalanque en el sofá propio de una noche de Champions League. En tiempos de pandemia, con la vida social magullada y recluida a la mínima expresión, ver a unos cuantos tíos meter goles junto a algunos amigos es uno de los pocos planes que se me ocurren. Esto no quita que la Liga de Campeones sea una excusa sagrada de convivencia en mi piso. La conclusión del Real Madrid-Shakhtar es el momento escogido premeditadamente para bajar al ‘paki’ de confianza a por alguna cerveza más y unas pizzas precocinadas de aquellos que también dominan el arte del fuet. Anda que no nos han salvado de apuros. Mientras discutimos con mi colega qué partido irá a la pantalla de televisión y cuál se quedará en la del ordenador -la archiconocida a la par que precaria ‘doble pantalla’ de un piso de estudiantes, bendito HDMI-, cogemos el ascensor. El Ajax-Liverpool, el Bayern-Atlético y el Inter-Monchengladbach entrarán en la terna de la rotación. “¡Mierda, podría haber dejado el horno encendido!”, lamento cuando ya hemos bajado los siete pisos. No tenemos ningún tipo de prisa pero el hambre aprieta. Cruzamos la calle y suena el ‘ding-dong’ que nos da la bienvenida. La victoria ucraniana en Valdebebas a ritmo de Tetê, Dentinho, Marlos, Dodô o Vitão aún trae cola. ¿De dónde carajos salen tantos sudamericanos en los equipos de la Europa del Este? El Shakhtar hace años que podría competir en el Brasileirão, por lo menos. Pero no es que los de Donetsk sean los únicos. Decidido. Una barbacoa y una mediterránea formarán en ataque junto a Mané, Lewandowski, Lautaro y compañía. De camino a la caja nos viene a la mente otro conjunto muy lejos de aquí que en su día también tenía cierto gusto por los futbolistas radicalmente diferentes a su producto nacional; no tanto como los de naranja, todo sea dicho, que lo llevan al extremo. Explosiva combinación la del frío ruso con el fuego latino. Tan solo fueron un par de años, pero vaya si dejaron huella en la máxima competición continental. El Rubin Kazan se hizo un hueco entre el Zenit, el CSKA, el Spartak o el Lokomotiv, y abanderó el fútbol ruso un par de cursos justo hace una década. Cómo no recordar aquellos simpáticos muchachos que unos días vestían de verde y otros de granate. Ya dicen que, muchas veces, hay más fútbol en un álbum de cromos, en unos Fifas o en una visita exprés al ‘paki’ que sobre el terreno de juego Seleccionadas ya la Voll Damm y la Desperados que saldrán de refresco, volvemos al piso rememorando un equipo que tuvo una participación continental tan corta como sonada. De hecho, el Barcelona estrenó corona en el Camp Nou, allá por 2009, cayendo a manos de un Rubin Kazan al que solo ha sido capaz de tumbar en una de las cuatro ocasiones en las que se han visto las caras. Por cierto, los rusos cuentan entre sus víctimas europeas -entre las dos Champions League y las varias Europa League disputadas- rivales tan prestigiosos como el Inter, el Chelsea o el Atlético de Madrid. Mi colega y yo recordamos especialmente las plantillas de las Ligas de Campeones, en las que despuntan algunos ilustres latinos como Cristian Ansaldi, César Navas, Jonathan Valle, Jordi Figueras, Wálter Chalá, Christian Noboa o Carlos Eduardo. “¡Qué mitos!”, nos decimos. Sin embargo, de vuelta al ascensor algo me corroe por dentro. Me falta alguien. Le aseguro a mi amigo que nos falla un jugador con un apodo que contiene ‘el’ y hay alguna ‘ch’ por allí. ‘El Chuki’, dejo ir, pero no. El apellido es de lo más común entre hispanohablantes, lo doy por sentado. Que acaba en ‘ez’, vaya. Pensamos y probamos todas las combinaciones habidas y por haber. Hasta busco ayuda en un grupo de WhatsApp dedicado solamente al fútbol. Pero no, no hay manera. Mientras unto la salsa barbacoa encima de la pizza, con el horno ya casi a punto, mi mente por fin da con el nombre. Una epifanía casi, diría yo. ¿Cómo podemos no recordar este mitazo, por Dios? El ídolo de tus ídolos, como nos gusta en esta revista. ‘El Chori’ Domínguez, por favor. Hay celebraciones en la cocina y en el salón. No es para menos. La pizza ya empieza a temer la cuenta atrás para ser devorada. Los árbitros, a punto de dar la orden para empezar la función de las nueve. El sofá se teletransporta mitad al Johan Cruyff Arena, mitad al Allianz, por cierto. De vez en cuando visitamos el Giuseppe Meazza, que a mi colega le tira el Inter este año. Caen goles durante toda la noche aunque, sin embargo, el mejor momento futbolero de estas últimas horas reside en la nostalgia. En el recuerdo. Como aquellos mitos cargándose al vigente campeón europeo en su casa. Ya dicen que, muchas veces, hay más fútbol en un álbum de cromos, en unos Fifas o en una visita exprés al ‘paki’ que sobre el terreno de juego. Y casi mejor que sea así. SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA Fotografía de Getty Images.