La Galerna
·13 de agosto de 2024
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A muchos madridistas les molesta la presencia de la Supercopa de Europa. Les pasa igual que con la de España o el Mundialito. Yo, en fin, no lo entiendo. Menos aún cuando pienso en que hace más de dos meses que no juega un partido oficial el Madrid. ¡Dos meses! Una Supercopa de Europa siempre es algo muy especial porque, básicamente, implica que se ha ganado antes la Copa de Europa. Uno se puede tomar la vida de forma dramática, con lo cual casi siempre estará tenso, amargado o con cara de vinagre, pero también se la puede tomar de forma disfrutona. Epicúrea. ¡Ni que fuéramos del Aleti! El madridista ama el gesto heroico y el tormento agónico siempre que esté en juego algo importante, no la pena porque sí. Ya bastante se pena en la vida cotidiana como para, también, ofuscarse por un caramelito. ¿No les parece? La Supercopa de Varsovia que jugará el Madrid este miércoles, diez semanas después de la final de Wembley, será una ocasión estupenda para ponerse unos negronis y sentarse con la familia o los amigos a disfrutar de un título por lo demás, oficial, que siempre es tan agradable de ganar como que te toque lo echado en la lotería. Por si fuera poco, será el debut de Mbappé.
Cuando surgió Mbappé como un meteoro y cruzó el firmamento del fútbol, allá por 2017, creímos que, con su fichaje, caerían copas de Europa como si fueran lágrimas de San Lorenzo. Una detrás de otra, brillantes, fulminantes, iluminando el cielo y todas las cosas con el resplandor de nuestros más bellos sueños. Pues bien, Mbappé ha tardado tanto en venir que las Copas de Europa han caído igual. Lo cual, hay que reconocerlo, le quita un poco de chicha al gran advenimiento. Por suerte, en el madridismo se sigue cultivando la mirada inocente de los niños. Por eso nos ilusionamos igual, como si nunca hubiera pasado antes, como si fuera siempre la primera vez. Aunque juramos mil veces en arameo y renegamos de él como San Pedro de Cristo, es verlo de blanco y con esa sonrisa y, ¿cómo no?, olvidarnos de todo lo pasado.
el Madrid del siglo XXI recupera con Zidane la senda que, tras Petit, siguió abriendo Raymond Kopa. Después de Zidane vino Benzema y, en una lógica natural de las cosas, después de Benzema tenía que venir Mbappé
A pesar del hartazgo y de los resabios, en su presentación en el Bernabéu el Madrid dejó claro lo que es Mbappé para el futuro del club: la continuación de un linaje galáctico que empieza, más o menos, con René Petit, al que el gran Alberto Cosín llamó el Di Stéfano del Madrid fundacional. El Madrid tiene una ascendencia francófila tremenda no ya desde Petit sino desde los mismos hermanos Padrós. Un abogado de Carlos actuó de apoderado en nombre del club en la fundación, en París, de la FIFA, por no hablar de toda la historia de la Copa de Europa, empeño personal tanto de Bernabéu como de un par de periodistas de L´Equipe. París ha visto tres veces ganar al Madrid la copa que resignifica su presencia en el mundo y el Madrid del siglo XXI recupera con Zidane la senda que, tras Petit, siguió abriendo Raymond Kopa. Después de Zidane vino Benzema y, en una lógica natural de las cosas, después de Benzema tenía que venir Mbappé.
Los grandes astros franceses de la historia del Madrid son todos asimilados, es decir, directamente o la primera generación de personas que emigraron a Francia desde Polonia, en el caso de Kopa, o del norte de África, como Zidane, Benzema o Mbappé. La cualidad integradora que tradicionalmente ha convertido a la república francesa en una especie de faro de los desheredados del mundo, cosa que el cine ha explotado muy bien como es posible observar acudiendo a Casablanca, se aviene de perlas con la cosmovisión madridista: la patria de los mejores, en el sentido etimológico del término, sin importar su condición, raza u origen. De Petit a Mbappé la aristéia de los héroes clásicos griegos es la impronta de los hacedores de la Historia del Madrid, que en el caso de los franceses conectan, como digo, de manera muy evidente y a la vez profunda, el relato de los sueños de los niños del mundo, en particular los de los hogares humildes, con la posibilidad de materializarlos en el centro de la ciudad de Madrid, capital de España. Un lugar cercano y distante al mismo tiempo, consagrado ahora con una construcción suntuaria, gigantesca, abierta como las iglesias, todo el tiempo, a todo el que quiera acercarse, y al que es posible acceder dejando en la puerta cualquier otra intención que no sea la de trascender.
La cualidad integradora que tradicionalmente ha convertido a la república francesa en una especie de faro de los desheredados del mundo se aviene de perlas con la cosmovisión madridista: la patria de los mejores, en el sentido etimológico del término, sin importar su condición, raza u origen
Huelga decir que hay muchas ganas por ver de lo que será capaz Mbappé vestido de blanco. Será sin duda la gran atracción de la temporada. No se veía nada semejante desde el fichaje, hace veintitrés años, de Zidane. Recuerdo la expectación. Para el niño que yo era entonces, la cosa era inabordable, de magnitud cósmica. Para el hombre que soy ahora, lo de Mbappé es lo más parecido, y eso que hemos visto el debut de Ronaldo Nazario, de Beckham, Cristiano y el de Bale. Todos generaron cantidades monstruosas de atención y debate, pero lo de Mbappé va a ser zidanesco. Su fichaje, por supuesto, hay que valorarlo, mucho más que en cuanto al juego o la posición en la que empiece y todo ese bla, bla, bla, en términos estratégicos, que es la gran palabra del diccionario florentinista. Mbappé es estratégico. Viendo el mercado que lleva el Atlético de Madrid, sólo es posible comprenderlo, además de por supuesto por movimientos económicos que ningún apesebrado periodista deportivo nos va a explicar, no sea que se queden sin el comedero de los Gil y de Cerezo, por la llegada de Mbappé al Madrid: de pronto es la Liga española, otra vez, la más importante del mundo, a pesar de estar gestionada como el culo por el patrón Tebas y de todas las corrupciones seculares que ya sabemos y que están en los juzgados. Mbappé ha devuelto la competición española a la primera línea en un momento menguante y la feliz coincidencia del triunfo de España en la Eurocopa refuerzan el momentum.
Mbappé es la nueva gran producción de Florentino, su último gran peplum, en la era del declive y la desaparición de todas las majors. En un mundo reducido a las cenizas, sólo queda el Madrid, como siempre, por estar hecho de todas esas cosas inasibles e impronunciables, como el duende, que decía Lorca que era la magia y el misterio de lo que respira en las habitaciones de nuestra sangre.
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