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La Galerna

·26 de octubre de 2021

La sonrisa de Alaba

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David Alaba sólo lleva un par de meses jugando con la camiseta blanca pero su golazo en Barcelona, que sirvió para que el Madrid empezara a sazonar el clásico, es la imagen de su aterrizaje en La Castellana: su fútbol, y su personalidad, han sentado como un guante al equipo de Ancelotti. Y a la institución. Desde el primer día no para de tuitear en español, dejando patente su alegría por jugar en el Madrid y sus ganas de enganchar con la gente. Su entusiasmo tiene un puntito naíf muy lejos del cinismo o del histrionismo habitual en los futbolistas de hoy, o directamente de la frialdad estulta de muchos de ellos: Alaba quiere agradar y lo demuestra constantemente, y en eso es como Vinícius, una bendición para el aficionado, que a fin de cuentas es quien sostiene todo el tinglado. La sonrisa de Alaba es la facha de este Madrid de Carlo que se afianza y parece encontrar el molde sin dejar de avanzar, aunque sea de a poquito. Todo en él evoca algo conocido, se inserta en el marco de sentido madridista. Hasta el obús, como se decía en las crónicas antiguas, que fija en el lateral de la portería de Ter Stegen, tenía la forma sentimental del que metió Julio Baptista en 2007. Hay quien nace con estrella y quien en cambio nace estrellado, y la verdad es que Alaba, en el Madrid, ha caído de pie y alumbrado por un asteroide.

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Tiene el color de piel de Seedorf, el golpeo de Beckham y la potencia de Roberto Carlos. En el gol, se anticipa en la corona del área propia robando la pelota como Hierro; inicia la jugada y sale disparado hacia adelante sin mirar atrás, con la audacia, siempre entreverada con ese punto de temeridad iluminada que suele poner en pie al Bernabéu porque despierta en el hincha un eco de la vida antigua y feroz, de tocar la corneta y salir a por el enemigo; acompaña el contragolpe ofreciéndose al espacio, y cuando la recibe, se la acomoda con la elegancia ancestral de los zurdos. Define chutando fuerte y bien colocada, que sería, si existiera una, la manera madridista patanegra de marcar goles, pues resulta la contraria del gol por eliminación del tikitakismo: donde el guardiolismo puso el manierismo, el reparo a meterla, como si fuera una grosería o una vulgaridad (chutar a puerta desde el quinto pino, e incluso meter goles, estuvo pasado de moda un tiempo, los más jóvenes no se acordarán), el «pase a la red» de los comentaristas chorras, el madridismo siempre prefiere el latigazo seco, pam, la acción, la determinación resolutiva, el «chirlo» castizo que eriza el vello del bar.


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Alaba define chutando fuerte y bien colocada, que sería, si existiera una, la manera madridista patanegra de marcar goles, pues resulta la contraria del gol por eliminación del tikitakismo

Es curioso porque chirlo viene de la cicatriz que deja una cuchillada en la cara. En este sentido los cursis dejaron de preferirlo, por criptofascista, y eligieron el gol como consecuencia lógica de un método, del establecimiento de unas condiciones materiales que sujetan el juego dentro de un puño racionalista y lo fuerzan a ir por una determinada vía. Xavi Hernández jugando con unas fichas sobre un tapete verde, dejando veinte minutos de casquería junto a los tazos mientras explica la enésima vuelta de tuerca de la teoría cruyffista de la vida. Por eso el chirlo es acción y efecto de un golpe de individualismo, ¿y qué es el mito del Madrid sino un fabuloso edificio hecho a base de golpes de genio individuales que no responden a ningún sesudo plan basado en premisas científicas?

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Desde este punto de vista, es lo más natural del mundo que Alaba entrase en la historia del Madrid por un zurriagazo en el Camp Nou, como también lo fue que Sami Khedira lo hiciese metiendo la pezuña en una jugada de gincana del Grand Prix, en la misma portería, nueve años antes. Cada uno en lo suyo y el Madrid en lo de todos.

Por eso el chirlo es acción y efecto de un golpe de individualismo, ¿y qué es el mito del Madrid sino un fabuloso edificio hecho a base de golpes de genio individuales que no responden a ningún sesudo plan basado en premisas científicas?

También tuvo más cosas de Ramos: la jerarquía exhibida a lo largo de todo el encuentro, la autoridad espiritual, la jefatura, y el cómico resbalón en el detritus del partido que ayudó al Kun a poner el 1-2 definitivo. La forma de defender de Alaba es puritito Madrid: ora Gengis Khan, ora Pancho Villa, saca lo mejor de sí cuando el escenario es grande y la ocasión, altísima. A campo abierto es un animal, pero se acula como se ha aculado casi siempre el Real, incapaz de travestirse de cerrojo italiano tradicional pero libre, tal vez por ello, para aparecer como un ángel exterminador ante la portería contraria cuando menos se lo espera el adversario. Así han sido prácticamente todos los zagueros de leyenda que han vestido de blanco, y en eso Alaba también cuaja de maravilla.

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Lo mejor, como digo, de Alaba, es su sonrisa. Transmite confianza. Es un soldado de fortuna que se ha puesto el mundo como corona dos veces con el Bayern pero que no ha venido al Madrid a retirarse. Es un Heinze mejorado, un canchero de PlayStation: a Camavinga ya le estaba enseñando el primer día cómo perder tiempo si se va ganando.  Todo eso es pegamento en un vestuario generacionalmente muy diverso en el que convive gente que lo ha ganado todo con gente que lo tiene todo por ganar. Con Mendy forma una dupla muy plástica, además de efectiva: como un Dúo Sacapuntas compuesto por dos Señores Lobo que derriban al atacante más peligroso del contrario de un tackle perfecto y se levantan mostrando a la cámara una sonrisa dentífrica cegadora. Desde el primer día supo del hueco en la nomenclatura que dejó este verano la pareja de centrales del 4 de 5 y no pidió permiso: amonesta a los nuevos como si llevara en el Madrid veinte años, asume responsabilidades, coge galones y juega como un capitán. Sonríe como sonreía Zidane o como sonríe Casemiro, y si algo ha demostrado el extraordinario lustro de los jerarcas es que para ganar no se puede tener el gesto de estar cantando una saeta que muestra, por ejemplo, el Atlético de Simeone. Alaba es risueño y se mueve por el campo como un príncipe nubio, derrochando una personalidad que le viene en los genes: su padre es el hijo de un rey yoruba del Estado de Ogún, en Nigeria, que emigró a Viena para ser contable y terminó siendo rapero y, además, el primer soldado negro de la Historia del ejército de la República de Austria.

Lo mejor, como digo, de Alaba, es su sonrisa. Transmite confianza. Es un soldado de fortuna que se ha puesto el mundo como corona dos veces con el Bayern pero que no ha venido al Madrid a retirarse

Su gol en el Camp Nou tuvo algo de restitución moral, de compensación histórica por así decirlo. Puso en silencio a los cien mil espectadores que volvieron a presenciar un Clásico por primera vez desde diciembre de 2019. Aquel partido lo debió ganar el Madrid con un gol legal anulado a Bale después de que el VAR prevaricase no señalando dos penaltis flagrantes sobre Varane. Tuvo que jugarse dos meses más tarde de lo previsto por culpa de la Semana Trágica a la que Barcelona fue sometida por su tradicional burguesía catalanista una vez conocido el fallo del Tribunal Supremo en el juicio del Procés. En el liceo, donde se ha denigrado a España como sistema propagandístico inigualable, su chutazo fue un ramalazo de hispanidad ampliada que oreó el gallinero barcelonés, dejándolo bien blanco y limpito: siempre que juega el Madrid en Barcelona es como si la camiseta brillara más, como si estuviera aureolada. La madre de Alaba, Gina, fue Miss Filipinas en los 80, y eso el chico lo ha heredado, es normal que se desplace por el césped con la gracilidad felina de un numen egipcio del Nilo. Para llegar y escoger el 4 que había dejado Ramos colgando de la percha de la Historia, hay que valer. El Madrid ancelottiano de entreguerras coge vuelo a lomos de gente como él, complemento extraordinario de Modric, que cada día juega aún mejor y más esencial, o Kroos, que ha vuelto para recordarnos a todos que no hay enchufe federativo ni compadreo con agentes que valga lo que la mente de un geómetra es capaz de adivinar un segundo antes de tocar una pelota en el centro del campo y transformar una jugada en una realidad distinta.

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Fotografías Imago.

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