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La Galerna

·15 de octubre de 2024

La nueva Copa de Europa

Imagen del artículo:La nueva Copa de Europa

Cuando Santiago Bernabéu y Raimundo Saporta viajaron hasta París en la primavera del año 1955 para concretar los detalles de la Copa de Campeones Europeos que habría de comenzar al otoño siguiente, el torneo estaba pensado para dieciséis equipos, los mejores de las mejores ligas en aquel momento. Hoy, la Champions League la juegan treinta y seis, veinte más, organizados en un formato absurdo que por eso mismo gusta mucho a las nuevas generaciones. Lo normal es que la forma de las cosas varíe con el tiempo, eso es ley de vida, pero no que lo haga su naturaleza. Y desde luego que esta Copa de Europa superligada en la que se van a jugar doscientos veinticinco partidos en tramos horarios distintos, contemplándose incluso los jueves, es un intento muy logrado por parte de la UEFA de conducir su competición estrella hacia la irrelevancia.

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Será que me hago mayor y, por lo tanto, pollavieja. E incluso ese término ¡ya no lo usa nadie! Los chavales de ahora lo desconocen por completo, así que el mismo hecho de calificar a alguien de pollavieja es un acto constitutivo de pollaviejismo. O tempora, o mores. Como el fútbol se ha vuelto insoportable, de puro aburrido, la solución de sus próceres es: ¡multiplicar los partidos! La influencia directa de la Superliga anunciada por Florentino en el cambio de formato de la Champions League es evidente. Se habla con insistencia de septiembre de 2025 como el horizonte final de la nueva competición, pero teniendo razón el presidente Pérez en el diagnóstico (el fútbol como entertainment ha entrado en una fase terminal) a lo mejor lo que pasa es que sencillamente es algo agotado.


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Esta Copa de Europa superligada en la que se van a jugar 225 partidos en tramos horarios distintos, contemplándose incluso los jueves, es un intento muy logrado por parte de la UEFA de conducir su competición estrella hacia la irrelevancia

Acabar con el binomio Real Madrid-Copa de Europa es un sacrilegio, pero esta Copa de Europa que se ha empezado a jugar ahora, ¿qué es? Parece un híbrido monstruoso entre la Europa League y la Conference League y hay que hacer más cábalas para entender quién clasifica y quién no que antaño para comprender quién ganaba los Apertura y Clausura argentinos y quién descendía allí a Segunda. En lugar de simplificar las cosas, se opta por hacerlas más complejas, idea fatal casi siempre según lo demuestra la Historia.

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El hombre, a medida que envejece, se hace muy refractario a los cambios. Eso también es ley de vida y me doy cuenta de que me pasa. Sin embargo, objetivamente la nueva Champions rompe el esquema mental del aficionado, habituado por la costumbre de años a asociar martes y miércoles por la tarde-noche a la mejor competición imaginada nunca por nadie en el deporte profesional. Por no mencionar la carga adicional de partidos que supone para las piernas de los futbolistas, un tema este recurrente en los últimos años del que algunos entrenadores y jugadores están hablando y quejándose por las consecuencias físicas sobre sus cuerpos. Las roturas musculares y las lesiones de larga duración en rodillas y tobillos son hoy el pan de cada día de los grandes equipos europeos. Que se vea como normal no debe hacernos olvidar el dislate total que supone por ejemplo que el Madrid el año pasado sufriera la baja de tres de sus titulares por chasquidos de los ligamentos entre agosto y diciembre, o que este año ya vaya por uno (¡y qué uno, Carvajal!).

Como el fútbol se ha vuelto insoportable, de puro aburrido, la solución de sus próceres es: ¡multiplicar los partidos!

Por lo que sea el patriciado futbolero internacional ha optado por el aceleracionismo. Por lo que sea y por el dinero, vamos. Más partidos, más patrocinios, más retransmisiones…aunque la rueda, no obstante, está dando ya síntomas de agotamiento. El pirateo masivo es uno de ellos y cualquiera, echando un vistazo a su alrededor, lo puede comprobar. Pero ¿y el interés? Ahora hay todas las semanas un porrón de “partidazos”, que era lo que proponía la Superliga cuando se presentó. ¿Está significando esto un aumento de la calidad?

El juego de los grandes equipos es, cada vez más, indistinguible. Precisamente lo que está ocurriendo es que más allá de la igualdad colectiva entre sistemas y preparaciones físicas, la transgresión del talento individual está volviendo a marcar la diferencia, como en los albores del foot-ball. Y como cada vez hay menos talento individual puro, el que hay destaca sobremanera. Dígase Vinícius, la joya genuina del Madrid y del fútbol mundial en este preciso momento del proceso evolutivo de este juego.

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Si lo que se pretende es adaptar, en lo posible, el fútbol a las nuevas formas de entretenimiento de la generación TikTok, la cosa está francamente jodida. El umbral de atención ahora, y ya no sólo me refiero a los adolescentes o veinteañeros (TikTok ha barrido con todo de un modo visiblemente intergeneracional), está más o menos en el minuto y medio. Incluso “contenidos” que duren más de eso ya no son viables en la era del scroll infinito. En cierto modo se puede decir que esta nueva Champions League multipartidos con formato líquido, “suizo” según lo llaman, es la adaptación orgánica del fútbol a esta necesidad continua de estímulos que es la característica fundamental de nuestro tiempo.

Quizá la Copa de Europa lo que debía era permanecer como símbolo o, mejor dicho, reliquia del pasado que la alumbró. Que era manifiestamente mejor que este presente ambiguo, incierto y exhausto

Es la época de la hipercomunicación, hay reclamos en todas partes, a cada momento. El fútbol en sí como representación dinámica de un drama que remite a la guerra y que evoca el ciclo heroico clásico está pasando inevitablemente de moda. Como las identificaciones tradicionales se diluyen, ya da un poco lo mismo ver un Madrid-Milan que un Borussia-PSG, porque al fin y al cabo son “partidazos” donde juegan “superjugadores”, aunque sean un poco todos calcamonías repetidas. Hasta han cambiado el himno, que era majestuoso, único. La capacidad de la UEFA de estropearlo todo es asombrosa, de Nobel.

Quizá la Copa de Europa lo que debía era permanecer como símbolo o, mejor dicho, reliquia del pasado que la alumbró. Que era manifiestamente mejor que este presente ambiguo, incierto y exhausto. En el momento histórico de “los contenidos” sería mejor continuar ofreciendo el drama tradicional e incluso reducir el formato a los dieciséis equipos originales, y nada más. Pero todo esto por supuesto es una estupidez porque los tiros van en la dirección opuesta. Acabaremos, pronto, con una final de la Copa de Europa en Dubai, Shanghai o Nueva York. Y entonces, ¿qué sentido tendrá seguir viéndola?

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