
La Galerna
·20 de mayo de 2025
La nostra fine

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Las despedidas son como las derrotas, no hay ninguna buena por más que, en la vida, despedidas y derrotas sean inevitables e, incluso a veces, necesarias. Carlo Ancelotti se despide del Madrid hoy como hace exactamente diez años. Aunque es mentira eso de que la historia se repite, asusta contemplar el sentido circular que tiene muchas veces la existencia de los hombres y de las organizaciones humanas. Aunque el fútbol es cruel por naturaleza y el madridismo más, en la definitiva marcha de Carletto sólo puede decirse: hemos sido tan felices.
Como dice Valdano, el Madrid es épica y castigo. Ancelotti, que lo supo desde el principio, presintió que su salida sólo podría ocurrir tras una demolición o un incendio. Sólo de ese modo pueden acabar los grandes amores, y el Madrid es uno que reduce a polvo todas las llamas que consumen a quienes, como él, alimentan su fuego imperecedero. Si se acaba la vida, dijo hace poco cuando un periodista le preguntó por su futuro, cómo no se va a acabar también el Madrid. Entrenó al Real como si cada día fuese el último: un último negroni frente al mar, una última calada al habano, un último baile con la mujer amada.
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Carletto se supo siempre afortunado, consciente de que entrenar una vez al Madrid es un privilegio, y de que hacerlo dos veces constituye una gracia del cielo. Lo mejor de Ancelotti en el Madrid no han sido los títulos, sino la identificación del madridismo con ese regalo existencial: el privilège du blanc que asocia la vida con la pasión y la alegría de estar asistiendo a un milagro, la emoción profunda de presenciar algo grande, misterioso y sagrado, con la sensación extraordinaria de saber que formar parte de ello es una auténtica bendición.
Aunque el fútbol es cruel por naturaleza y el madridismo más, en la definitiva marcha de Carletto sólo puede decirse: hemos sido tan felices
Hombre de fe, hijo de campesinos, Carlo Ancelotti trajo al Madrid un sentido premoderno de las relaciones personales: la confianza genuina en las capacidades de los individuos, el compromiso con la autoridad natural, el respeto por lo aprendido de los mayores. Carletto trajo carisma en un sentido cristiano, puso su don para la jerarquía y la enseñanza, el pastoreo de hombres y una bonhomía espiritual. En su filosofía el fútbol, como emanación de la propia vida, debe ser entendido con sencillez. Todo está inventado desde hace mucho tiempo y nadie, en realidad, es insustituible. Mucho menos en el Madrid, donde el pasado pesa como un bloque de mármol y el futuro ya tiene su perfil tallado con dientes de sierra en la imaginación de aficionados, técnicos y presidentes. La alta competición tiene más que ver con la psicología que con la astrofísica, con la palabra que con la pizarra. Nada es definitivo en este mundo, excepto la muerte.
Ancelotti ha entrenado al Madrid como si fuera el padre de todos nosotros. En una mano tenía la benevolencia y, en la otra, el conocimiento del método de los maestros y de los dragones que ocultan los mapas. No ha dotado a sus equipos de esquemas de juego revolucionarios, tampoco ha mecanizado ningún aspecto de su funcionamiento. El Madrid de Ancelotti no ha girado en torno a una gran idea central. Su labor ha sido, sin embargo, mucho más importante: ofreció a sus futbolistas la fuerza moral necesaria para que creyeran en sí mismos, para que creyeran en lo realmente buenos que eran. Regó el camino de migas y enseñó a sus pupilos a seguirlas. Dispuso las cosas para que los jugadores del Madrid salieran al campo confiados en tener, dentro de ellos mismos, el empuje preciso para superar todos los obstáculos.
Ancelotti ha entrenado al Madrid como si fuera el padre de todos nosotros. En una mano tenía la benevolencia y, en la otra, el conocimiento del método de los maestros y de los dragones que ocultan los mapas
La gran idea de Ancelotti en el Madrid fue, siempre, el amor: a la vida, al juego y a la camiseta blanca. Después de bailar con los chavales tras ganar la Catorce, en París, dijo que lo había hecho porque aquellos jóvenes futbolistas eran, sencillamente, sus amigos. No esperaba volver y, a un cuarto de hora de la jubilación, renunció al doble de dinero que ganaba en el Everton para devolverle el favor a la vida y al Madrid con las dos Copas de Europa más apasionantes de cuantas ha habido. Como la gente adora las explicaciones rebuscadas y complejas de las cosas, el éxito de Ancelotti, tan natural puesto que es debido a su inteligencia, fue casi siempre subestimado, desdeñado o caricaturizado. Carletto hizo que su Madrid ganara sin que nadie supiera por qué. Ante sus momentos fulgurantes sentimos la estupefacción y el asombro infantil que produce contemplar Las Meninas. Sabemos que participa de la materia divina de Dios y que son fenómenos irreproducibles como el paso majestuoso de un cometa; conservaremos en la memoria su recuerdo inolvidable y sólo podremos dar las gracias por haberlo visto, y gozado.
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