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La Galerna

·10 de mayo de 2021

La inexacta dignidad de dejarse humillar

Imagen del artículo:La inexacta dignidad de dejarse humillar

El fútbol moderno consiste en que te hacen un penalti modelo atentado yihadista, el árbitro para el juego, y cuando casi te dispones a lanzarlo, el tipo hace unos gestitos ridículos con los deditos, como pintando un ataúd en el aire, echa una carrerita bastante cómica hasta la banda, se sienta a ver una de ciencia ficción con palomitas sorbiendo ruidosamente una Fanta de naranja y, finalmente, se gira y lo pita. Pero en el área contraria. Alega que, unas seis horas antes, alguien hizo algo en algún lugar. Y así se te va una liga.

Ya sabíamos que esta temporada no nos quedaría más remedio que luchar contra todos los elementos, incluyendo entre ellos a Marcelo y ciertos delirios arbitrarios de Zidane. Pero lo que no nos habían contado es que para ganar cualquier partido tendríamos que marcar un mínimo de seis goles. Algo que, por otra parte, traducido al equipo actual, equivale a setenta casi-goles de Vinicius, cien paradas de infarto de Courtois, y unos tres millones de pases de la muerte de Modric; todo para que al final tenga que meter los seis Benzema, que en vez de Balón de Oro, esta temporada merece las Pelotas de Oro.


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El fútbol moderno consiste en que te hacen un penalti modelo atentado yihadista, el árbitro hace unos gestitos como pintando un ataúd en el aire, echa una carrerita hasta la banda, se sienta a ver una de ciencia ficción con palomitas, se gira y lo pita. Pero en el área contraria

Resulta frustrante pensar que comenzamos el partido en Madrid y lo terminamos en Tenerife, que es el lugar al que volvemos semana tras semana. Con todo, lo que más me inquieta es la serenidad con que este Madrid se deja arrollar por injusticias y contrariedades, escándalos que deberían avergonzar a todo el mundo del fútbol. Ante los reiterados disparates arbitrales, apenas surge en el equipo un leve murmullo, un cabeceo incrédulo de desaprobación, y una sonrisa equidistante al cruzarse la mirada con el colegiado, que ayer ya se partía la caja sin rubor. De algún modo, quizá podríamos exigirle a Militao que se corte los brazos. Pero visto lo visto, yo casi apostaría porque sea González González quien se corte el pito.

Comprendo que no podemos pedir a los miles de aficionados virtuales, esos que pintan en las retransmisiones de la pandemia, que incendien el estadio a gritos, mentando la genealogía del árbitro y de Tebas hasta llegar a Adán y Eva. Pero me cuesta más comprender la resignación masoquista de los jugadores y del entrenador, que en su mayoría sí están presentes en el campo, que renuncian a toda queja o presión.

Resulta frustrante pensar que comenzamos el partido en Madrid y lo terminamos en Tenerife, que es el lugar al que volvemos semana tras semana. lo que más me inquieta es la serenidad con que este Madrid se deja arrollar por injusticias y contrariedades

Sirvan de ejemplo las históricas y salvajes protestas de Zidane, terminado el partido.

—Estimo, mi muy apreciado, respetado y amado señor González y otra vez González, que tal vez ha tomado usted algunas deliberaciones que distan sutilmente de ser las perfectas para los intereses de este mi club. Pero mi mayor deseo es que mis palabras no contaminen esta noche su alma, que nada perturbe su felicidad hoy, apreciado, respetado y amado señor González.

—Es lo que hay, Zinedine, suerte con la Superliga, ja, ja, ja.

—Tiene usted un sentido del humor envidiable. Ruego de nuevo me disculpe si le he importunado con mi improcedente comentario sobre su labor en el día de hoy.

—Nada. Vete y no peques más.

Bien por la elegancia. Mal por la eficacia. Para que nuestro querido entrenador pueda entenderme: ayer, más que para guante blanco y diplomacia post mortem, la cosa estaba para verse por una vez poseído por el espíritu competitivo de un Mourinho que habría incendiado el campo ya en el primer gol anulado, haciendo que el árbitro se pensase un poco más el festín de surrealismo de la segunda parte.

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A propósito del gol anulado y la fotografía que nos han enseñado: espero aún con impaciencia que Iker Jiménez me explique el prodigioso caso de las líneas blancas que cubren aleatoriamente —uno sí, uno no— los pies del juez de línea.

Lo divertido de todo este drama, lo que realmente me lleva a alzar la copa y sonreír con cierta mala leche es que, a pesar de todo —y esto tiene mérito— el Real Madrid vive, la lucha sigue.

Fotografías: Imago.

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