REVISTA PANENKA
·28 de diciembre de 2022
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·28 de diciembre de 2022
Este artículo, que forma parte de la sección ‘El último cromo’, está extraído del #Panenka119, un numéro en papel que sigue disponible aquí
Si hubiera que elegir a algún futbolista para representar el papel del capitán Alatriste, Manolo Jiménez podría ganar el casting: hay algo en su figura que transmite una lealtad sin fisuras a los viejos códigos del fútbol y de la vida. Los que le transmitió su padre, bético de corazón, que a la hora de elegir el futuro del joven Manolo prefirió la apuesta del Sevilla -también le había llamado el Betis- porque las condiciones para estudiar eran algo mejores. Zurdo, interior y con llegada: así era el Jiménez que llegó al Sevilla y que iría retrasando su posición al lateral. Todo empezó de casualidad, cuando en octubre de 1983 se lesionaron Curro Sanjosé, Juan José y Curro, los tres laterales zurdos del Sevilla. “¡Se llamaban casi igual! Y Manolo Cardo me llamó para debutar con el primer equipo. Yo lo trataba de usted”, recuerda para Panenka.
Así nació la leyenda de un lateral que hizo de la fiabilidad su gran virtud. Madrid, Atlético y Deportivo quisieron ficharlo, pero firmó 14 años intachables en el primer equipo del Sevilla, muchos de ellos como capitán y solo con un amargo paréntesis: en 1994 murió su padre, a los 58 años. “Era mi mejor amigo. Fue un palo durísimo; quise dejar el fútbol”. En aquel tiempo la depresión era un tabú. Su mejor refugio tuvo nombre y apellidos. “Luis Aragonés me ayudó muchísimo, me dijo que fuese a entrenar solo cuando me viera capaz”.
Poco después dejó el Sevilla con dolor, fruto de una transición en la que el club prescindió de los veteranos. Iba a retirarse, pero aceptó la llamada del Real Jaén, donde una lesión lo apartó del fútbol. “Fruto de un golpe en el cuello, sufrí una disección arterial que me provocó un infarto cerebral. Casi no lo cuento”. Colgó las botas y empezó una carrera de entrenador que le ha llevado “por todas las categorías”. Forjó talento en el Sevilla, ganó títulos en Grecia y salvó al Zaragoza de un descenso seguro. Mientras vive una nueva etapa dirigiendo al Al-Wahda de los Emiratos Árabes, sigue preparándose con la disciplina de un maratoniano -corre unos 40 kilómetros semanales-. Pero si quieren verlo, búsquenlo en su pueblo en Semana Santa, concretamente en la Hermandad de Jesús Nazareno y Virgen de los Dolores. Esa cita es innegociable, ya desde su época de jugador. “Para mí es un orgullo ser costalero, como me transmitió mi padre. Soy fiel a mis creencias. Cuando jugaba, no faltaba nunca a la madrugá; eso sí, en el partido siguiente daba el 200%, para que nadie me reprochase nada”.
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