La Galerna
·14 de enero de 2025
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El Madrid perdió la Supercopa el domingo, por aplastamiento y ante el Barcelona, y eso no fue lo peor del fin de semana. Ni siquiera lo fue el hecho, difícilmente tolerable, de que al campeón de Europa le haya metido nueve goles en dos partidos un Barcelona vulgar con un par de buenos jugadores y un fuoriclasse; un equipo irregular, de entreguerras, del que lo mejor que se puede decir es que está “bien trabajado”. Que es un poco lo de la chavala es mona o por lo menos, tenemos salud.
La Supercopa deja un poso negro en el alma. La sensación es de hastío y de conformidad, de que a la dirigencia el fútbol le importa poco y está a otras cosas. Del bagaje deportivo de esta temporada extraña, confusa, el principal responsable, desde luego, no es Ancelotti. Aunque el italiano esté firmando una de sus peores actuaciones como entrenador que se le recuerdan en su larga y extraordinaria carrera. No es culpa de Ancelotti que el Madrid no haya contemplado siquiera la posibilidad de acudir al mercado de invierno para solventar algunas de las graves carencias defensivas que tiene el equipo o la falta de un referente creativo en el medio. Carencias que inducen al terrible desequilibrio de jugar habitualmente con media zaga que no es especialista y al triángulo de las Bermudas del lateral derecho, sumidero por el que al Madrid se le va toda firmeza atrás y, con ella, la mayoría de sus opciones frente a rivales con cara y ojos.
La realidad es cruda. El Madrid ha sido vapuleado dos veces por el Barcelona de Flick; ha perdido en San Mamés, en Anfield y con el Milan. Sus mejores resultados ante equipos nobles han sido una victoria muy sufrida sobre el tercer equipo de Italia ahora mismo en la que, por demás, encajó tres goles, y un empate mezquino a domicilio con el líder de la Liga.
A nivel reputacional, las sucesivas goleadas del Barcelona, a lo largo del siglo XXI, constituyen un agujero negro en la leyenda del Madrid. De igual modo que en veinticuatro años se han ganado seis Copas de Europa se han acumulado también palizas que van cogiendo un tono sádico, dentro y fuera de casa. Al Madrid parece que le da lo mismo, pero estas cosas, en lo estrictamente futbolero, importan.
A nivel reputacional, las sucesivas goleadas del Barcelona, a lo largo del siglo XXI, constituyen un agujero negro en la leyenda del Madrid
Los grandes proyectos en los que está embarcada la big picture florentiniana tienen, aunque no se ve a simple vista, una correlación directa con lo que ocurre sobre el terreno de juego: decían los partidarios fervientes de la Superliga que era necesaria para irse de España pero lo cierto es que, en base a lo que conocemos hasta ahora, la Unify League es un bodrio ininteligible que liquida la Copa de Europa sin tocar siquiera la configuración actual de los campeonatos nacionales ni, tampoco, el absurdo calendario del fútbol de selecciones. ¡Menuda revolución!
De modo que lo que le queda al aficionado es que el manifiestamente corrompido fútbol español sigue impune con la aquiescencia del Madrid, que no se planta ni dentro ni fuera del campo y que, además, le pone la alfombra roja al Barcelona de Laporta regalándole goleadas que son cartas de naturaleza y dinamita mercadotécnica en un mundo como el que vivimos donde sólo importa lo que se pueda enlatar en medio minuto de TikTok.
La concepción de la plantilla del Madrid no hay por dónde cogerla y eso no es culpa de Ancelotti. El entrenador no ha pintado nunca nada con Florentino en la confección de la misma, con la excepción de Mourinho y, a veces, también de Zidane. El éxito asombroso de la gestión deportiva del club en la última década larga no es óbice para que se puedan señalar errores graves que comprometen el rendimiento inmediato del equipo: estoy hablando, por supuesto, de Tchouaméni, pero también de la política maniquea que lleva a no contratar a nadie si no se puede firmar a un potencial crack generacional.
Como se dieron cuenta los protagonistas en Viva la clase media, la gente no quiere la revolución sino comprarse una nevera. La gente del Madrid quiere ganar y no a cualquier modo, como creen los antimadridistas
Los meses de competición que quedan por delante pueden ser muy duros si la experiencia de Ancelotti y el orgullo de los futbolistas no corrigen la tendencia del equipo en los grandes partidos. Hay un proceso electoral recién abierto que puede devolver al primer plano de la atención de la dirigencia la cuestión de la pelotita. El madridista lo soporta todo menos el ridículo. Los planes a largo plazo y la visión áulica del futuro del negocio pueden verse comprometidos peligrosamente si las derrotas humillantes convencen a todo el mundo de que el fútbol ha dejado de ser prioritario para el Madrid.
Como se dieron cuenta los protagonistas en Viva la clase media, todos de una célula clandestina del PCE en Madrid, la gente no quiere la revolución sino comprarse una nevera. La gente del Madrid quiere ganar y no a cualquier modo, como creen los antimadridistas. Desde luego que entre palizas y palizas dadas por los mismos una y otra vez, se diluye en tristeza aquel viejo orgullo del madridista, antiguo como el mismo club, de que pertenecía a una orden de quijotes que embestían con valor y locura contra todos los molinos de viento.
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