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La Galerna

·19 de marzo de 2024

La españolidad de Brahim

Imagen del artículo:La españolidad de Brahim

Sufiel Abdelkader Mohand nació en Melilla en 1981. Esta ciudad es española desde la reorganización administrativa del imperio romano que llevó a cabo Diocleciano, más o menos, aunque ahora a gran parte de los actuales españoles les produzca, como la existencia de Ceuta, indiferencia y pereza. Abdelkader Mohan es la segunda generación española de una familia procedente del otro lado de la valla. Dieron el salto a la Costa del Sol siendo él un niño y luego Abdelkader intentó ser futbolista, sin éxito. Tuvo un hijo con 17 años, se casó con una muchacha malagueña, Patricia, y fundó con ella su propia familia, los Abdeklader Díaz.

Abdelkader montó una pescadería en Dos Hermanas, un arrabal popular a las afueras de la ciudad, donde en los 60 y 70 se iban a vivir los trabajadores de la RENFE a esos bloques de casas pequeñas y luminosas, todas iguales que, sin embargo, comparado con lo que cuesta comprarse o alquilar una hoy, resultan lujos asiáticos de otra época. No se olvidó del fútbol: organizó un club de barrio y procuró que su chaval estuviera en la órbita de los filiales del Málaga, por entonces en pleno boom con el jeque Al-Thani. En Dos Hermanas crecieron sus cuatro hijos. La quinta vendría con la prosperidad que ya brotaba como leche y miel de las botas del mayor, Brahim Abdelkader Díaz, ya en Manchester, pero hasta entonces tuvo que ser casi siempre su abuelo materno, Ángel, el que se ocupara de llevarlo al fútbol, en el barrio, todos los días.


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En la gala de La Galerna dijo Clifford Luyk una cosa preciosa: soy más español que los que habéis nacido en España porque yo he elegido serlo. La españolidad de Brahim es indiscutible. Incluso la marroquinidad de su familia paterna está íntimamente vinculada con España y ese territorio fronterizo tan poroso, en la cultura y en todo, del que proceden los abuelos de su padre. Los Abdelkader también eligieron serlo. Se puede decir que Brahim, hasta en su condición de marroquí, es más español que Yamine Lamal o Achraf Hakimi: es tan, tan español, que hasta su herencia moruna está sembrada de regulares de Ceuta. Su único problema, para representar a la selección de la Real Federación Española de Fútbol, es que es madridista.

El único problema de Brahim para representar a la selección de la Real Federación Española de Fútbol es que es madridista

Brahim es el último ejemplo de una lamentable situación que se remonta a los tiempos de Del Bosque. Y no es que Del Bosque sea sospechoso de antimadridismo, pero es razonable pensar que en su convocatoria para el Mundial de Brasil, hace ya diez años, le influyeran el peso de Xavi, Piqué, Busquets y la camarilla barcelonista, por entonces dueña sentimental del “equipo de todos”. Es curioso, lo he dejado por escrito aquí más de una vez, pero durante mucho tiempo los furibundamente antiespañoles, la mayoría oriundos del nacionalismo periférico, abominaron de la selección española de fútbol por considerarla una extensión del Real Madrid. O sea, un emponzoñado instrumento del nacionalismo españolista más casposo. Ahora la tortilla se ha dado la vuelta por completo: no es que los nacionalistas vascos, catalanes, gallegos o el mundillo sórdido de la izquierda antinacional ame La Roja con amor sincero y patriótico, sino que se las han ingeniado para convertirla en un espacio no-friendly para los madridistas. Un Pacto del Tinnell futbolero en virtud del cual lo madridista queda excluido del tronco común en la medida de lo posible.

Conforme el Real Madrid culminaba su segundo gran ciclo histórico, más se acentuaba la liquidación de todo lo que oliera a blanco en un combinado nacional cada vez más mediocre. Hasta el punto de que Sergio Ramos, el mejor defensa de la historia del fútbol mundial, fue despedido sin honor de la selección aprovechando las lesiones que lastraron su última temporada como capitán del Madrid.

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En Brasil 2014 fueron Isco y Carvajal los que vieron el Mundial por la tele. Poca broma: ambos venían de ser fundamentales en la Copa de Europa que ganó el Madrid y eran la esperanza de renovación del equipo nacional ganador de todo en el ciclo 2008-2012. Se venía, seguro que casi nadie lo recuerda ya, de la indiferencia completa con respecto a Jesé mientras que se convocaba con la selección absoluta a nombrecillos como Montoya. A pesar de la penosa defensa del título que llevaron a cabo los chicos de Del Bosque, nada cambió en 2016 y a la Eurocopa de Francia tampoco fueron ni Isco ni Carvajal, aunque lo del lateral tuviera la disculpa de su lesión en la final de Milán contra el Atlético. Lo siguiente fue el affaire Lopetegui, vergüenza internacional por todos recordada. Brahim, un talento en continua progresión desde 2018, ha sido ninguneado por Luis Enrique y ahora De la Fuente mientras que numerosos jugadores de tercera y cuarta fila iban siendo convocados, algunos como Munir o Ansu Fati, con una celeridad ansiosa, y desechados al mismo ritmo que la industria del fútbol los fagocitaba con crueldad darwinista.

Brahim es un niño español con talento que ha trabajado duro para desarrollar todo aquello con lo que nació dotado. Lo que debería ser un caso de éxito social es la enésima certeza, a nivel espectacular porque es mediático, de que en España la historia del mérito es una gran pantomima

Lo de Brahim es doloroso más allá de lo estrictamente futbolístico. Hace tiempo ya que la desconexión emocional con la selección, en buena parte de la afición madridista, es total. Yo, por ejemplo, que fui un niño al que volvían loco eurocopas, mundiales y cada uno de los partidos que jugara España, prefiero ponerme un debate parlamentario cualquiera antes que ver jugar a la selección nacional de los periodistas, de los streamers y de los antimadridistas. Pero echando un vistazo a la extracción social de Brahim Abdelkader Díaz, a su familia y a su actitud desde que saltó a la fama en el City con apenas 15 años, el tema solivianta, porque el comportamiento público de Brahim, en la era de los horteras con canal en Youtube y futbolistas instagramers que van de raperos en Los Ángeles, no puede ser más pulcro y más exquisito: es la imagen encarnada de lo que quisimos siempre que fueran los hijos de la clase media.

Brahim es un niño español con talento que ha trabajado duro para desarrollar todo aquello con lo que nació dotado. Lo que debería ser un caso de éxito social es la enésima certeza, a nivel espectacular porque es mediático, de que en España la historia del mérito es una gran pantomima. Es en los barrios como el de Dos Hermanas de Málaga donde se siguen parando los relojes cuando España juega un Mundial. El madridismo es la identidad del proletariado provinciano que no tiene ni lehendakaris ni generalitats: es una revancha secular de una clase olvidada y desheredada sistemáticamente por las élites de este país. El desprecio a Brahim es el desprecio a un talento madridista andaluz y como tal es una afrenta al Real en tanto baluarte de lo mejor que tiene un país moralmente cataléptico, la confirmación de que el escudo y la corona sobre fondo blanco es el refugio, a la manera de collegium romano moderno, de todos los españoles desclasados a la fuerza.

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