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La Galerna

·21 de mayo de 2024

Kroos se retira, lloremos y celebremos

Imagen del artículo:Kroos se retira, lloremos y celebremos

El anuncio de la retirada de Toni Kroos ha sido un golpe inopinado en la mañana de una primavera que quizá por esto es aún fría. Las estaciones anticipan reumas y traumas que el ser humano ignora (o elige ignorar) al ver asomar por la esquina. La primavera, cálida y madridista por naturaleza, sigue destemplada, y hoy se ha mostrado inesperadamente desabrida.

La encrucijada entre corazón y mente se me hace ahora mismo insostenible. Estoy abatido, como cualquier otro madridista, pero sé que probablemente no deba estarlo. La grandeza y la dignidad de la ocasión deberían ser capaces de amortiguar la pena, porque el mejor jugador alemán de la historia —y un componente ineludible ya en el centro del campo de cualquier once histórico del Real Madrid— colgará las botas tras la final de Wembley y la Eurocopa, encontrándose en la auténtica cumbre de su carrera.


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No se puede decir que no avisara, pero no esperábamos que el cabronazo se aplicara el cuento tan al pie de la letra. Hay un choque cultural aquí. Cuando un alemán dice que va a hacer algo es consecuente con su palabra, por mucho que los españoles, algo más fatuos y sensibles al bandazo sentimentaloide, interpretemos ésta como la mera expresión de una posibilidad no escrita en piedra. Pero ocurre que un alemán sí escribe en piedra, por mucho que nos resulte inaceptable que deje el futbol quien jugaba al fútbol mejor que nunca precisamente ahora, aquel cuya sabiduría y técnica balompédica tanto estábamos disfrutando justamente en este instante, y al que por tanto, como sucede con todas las cosas buenas de la vida, tantísimo necesitamos.

Hemos gozado durante casi una década de uno de los más grandes, a través de cuyas botas, con la ayuda de sus compañeros, hemos ascendido al sol tantas veces que sólo resta celebrar llorando

Pero en esa inaceptabilidad reside, precisamente, la belleza de este momento, que es la que crea un cóctel de lágrimas y orgullo de gusto tan agridulce. No estamos preparados para que alguien se adelante al declive de manera tan abrumadoramente chocante, pero toca abrazar lo sublime de este cuelgue de botas en la asunción de que es también, en los tiempos que vivimos, una bendita marcianada. El que no quiera o no pueda entenderlo y/o admirarlo, que lo respete al menos, porque ese respeto es lo menos que se merece no ya quien te ha hecho feliz, sino quien lo sigue haciendo hoy, quien lo intentará seguir haciendo el 1 de junio en Wembley, en una final que ahora se presenta con inevitables ecos de nostalgia precipitada. Cuando veamos el primer cambio de juego largo en dirección a Carvajal, sabremos que puede ser el último, o que no lo será sólo en tanto en cuanto pueda darse algún otro cambio de juego así en el espacio de esos noventa minutos. Nadie más hará eso nunca. Es demasiado abrumador. Voy a dejar de hacerme daño.

Lloremos, pero celebremos. Celebremos lo rigurosamente hermoso y edificante de esta despedida inaguantable. Celebremos como se celebra la vida, al principio, en medio y al final. Hemos gozado durante casi una década de uno de los más grandes, a través de cuyas botas, con la ayuda de sus compañeros, hemos ascendido al sol tantas veces que sólo resta celebrar llorando.

Getty Images.

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