El Nueve y Medio
·30 de julio de 2020
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·30 de julio de 2020
سلام! چی حال داری؟ (Salâm! Chi hâl dâri?) Este es el saludo en dari, una de las versiones del persa, junto con el farsi (en Irán) y el tayiko (en Tayikistán). La semana pasada llegamos a Afganistán para hablar de cómo un reality show formó su liga nacional. Ahora tenemos que ver una historia de superación en el futbol femenil de este país.
Si eres fanático del hardrock y el metal peasdo, seguramente estarás familiarizado con la página Loudwire. Fundados en 2011, su palabra es la ley. Normalmente asociamos el metal a países como Noruega, Suecia, Finlandia o Estados Unidos. Hace tres años sacaron un listado con 10 bandas de países atípicos. Una de ellas es District Unknown (دستریکت انّون), de Afganistán. Una de sus canciones es 64 (۶۴). La inspiración proviene de uno de tantos atentados en el país. El 19 de abril de 2016, un ataque suicida con bombas acabó con la vida de 64 personas. Puedes escuchar el dolor en estos cantos. Aunque está en dari, tiene subtítulos en inglés.
Vamos al tema de esta semana.
El futbol había pasado bastante tiempo en periodo de dormancia en Afganistán debido a las políticas estrictas y anacrónicas del régimen talibán. Toma las interpretaciones de la ley Sharia y combínalas con la escuela Hanafi de jurisprudencia islámica, el código tribal de los pastunes y los dudosos edictos del religiosos del mullah Omar. A continuación, dáselas a personas sin mucha escolaridad, con mucho dolor por las invasiones soviéticas y con la guerra como única fuente de empleo. Y ahí tienes la razón de la rudeza de los talibanes.
La semana pasada vimos cómo la liga de futbol de Afganistán trajo paz y éxito al futbol afgano, pero esto solamente era para la selección varonil. Si para los hombres hacer algo tan cotidiano para nosotros como practicar futbol era ya de por sí complicado, para las mujeres era casi imposible. Por ello la selección de futbol femenil se formó hasta 2007. En 10 años ya tenían un equipo en cierta manera sólido. Para las hermanas en todo el mundo musulmán eran un faro de esperanza; si las afganas pudieron, nosotras también, decían.
Todo se derrumbó en noviembre de 2018, cuando el periódico británico The Guardian publicó un extenso reportaje sobre cómo diversas personas de la Federación de Futbol de Afganistán habían estado abusando sexualmente a las miembros de la selección femenil. No era algo para menos: las acusaciones tocaban hasta el mismo presidente de la Federación, Keramuddin Karim. Muchos de los agresores eran personas muy bien posicionadas tanto en la federación como en el gobierno. Alzar la voz era algo arriesgado: podías perder la vida si alzabas la voz. Y esa situación se replicaba en otros deportes.
¿Quién fue la chica valiente que denunció este escándalo? Una afgana que radica ahora en Dinamarca. Su nombre es Khalida Popal. Si eres un asiduo seguidor del futbol femenil, te sonará conocido. En caso de que no, te lo resumo de esta manera: el futbol femenil en Afganistán le debe todo a Popal. Esta es su historia.
Khalida Popal (خالده پوپل) nació en 1987 en Kabul. Afganistán seguía en efervescencia por las guerras entre soviéticos y mujahideenes financiados por Estados Unidos. Poco a poco, se empezaban a oír atrocidades de un grupo llamado taliban. Sería cuestión de tiempo para que la capital cayera en su poder. Y la mujer afgana de pronto conoció el infierno en la tierra, añorando todo antes de 1979, cuando podían moverse a sus anchas.
Los talibanes tenían las mejores intenciones, según ellos claro está. Querían crear un ambiente seguro donde la castidad y la dignidad de la mujer fuera sacrosanta de nuevo. El problema es que las leyes creaban un auténtico apartheid de género para toda mujer una vez que cumplía ocho años: debían ir con una burqa acompañadas por un familiar, no podían moverse libremente, no tenían derecho a recibir educación, no podían aparecer en la radio ni televisión, no podían hablar en público… creo que ha quedado claro.
Khalida Popal tuvo la bendición de que su mamá era profesora de educación física y tenía la mente abierta. Su madre decía que el deporte tenía el poder de crear nuevas oportunidades para niñas y jovencitas. Y por ello le compró botines y le enseñó a jugar futbol a Khalida.
Lo malo fue que en 1996, los talibanes entraron a Kabul. La familia Popal no tuvo más remedio que cruzar la frontera y refugiarse en la ciudad de Peshawar, epicentro de los pastunes, a la espera de que las cosas mejoraran, pero los talibanes habían prohibido que las mujeres practicaran deporte o que fueran a verlo.
Los estadounidenses y los británicos habían sacado a los talibanes del poder en 2001. De todas maneras, era muy arriesgado jugar en esas condiciones, pero eso no detuvo a Khalida. Con sus amigas, Popal fue a un patio secreto y lo comenzó a practicar. Poco a poco se unieron más niñas. Ya eran demasiadas para ese entonces. Por ello, Khalida tomó la decisión de moverse hacia parques públicos.
De todas maneras, nadie es profeta en su tierra. Los hombres y viejos aún estaban chapados con esa visión salvaje talibana y de inmediato se opusieron. Como no hicieron caso, les empezaron a arrojar piedras, les robaban bufandas, les quitaban los balones. Les gritaban “fâhishigân” (فاحشگان), prostitutas. ¿Cómo se atrevían a faltar a la moral? Algunos padres dejaron de llevarlas: a los 17-18 años, una mujer debe pensar en casarse, y si practicaban futbol, prácticamente le decían adiós a su futuro conyugal, algo terrible en esa sociedad.
Toda esa labor empezó a ser notada por la Federación de Futbol de Afganistán, a cargo de un hombre llamado Keramuddin Karim (کرام الدين کرام), más permisible que sus contemporáneos. De inmediato Khalida se puso manos a la obra y formó la liga femenil de futbol con esas chicas valientes que la habían seguido hasta ahora. Por seguridad de las chicas, la Federación les permitió usar el campo de la base militar de la OTAN para que lo pudieran practicar. Y en menos de un año, ya tenían su primer partido como selección femenil: era un amistoso contra una selección de las Fuerzas Internacionales de Seguridad de Asistencia en Pakistán. Ganaron 5-0. En 2010 llegaron a su primer torneo: el Campeonato Femenil del Sur de Asia. Perdieron su primer partido 13-0 con Nepal.
Las golizas no importaban. El futbol femenil en Afganistán empezaba a crecer y crecer con pasos lentos, pero seguros. De capitana y entrenadora del equipo de futbol de su escuela, Khalida se había transformado en la capitana de la selección femenil afgana. Khalida era la imagen del futbol femenil en el país y ganaba muchos admiradores y aficionados… y también muchos enemigos de grupos extremistas.
Por esa labor noble que estaba desempeñando, Khalida empezó a recibir cada vez más amenazas de muerte. La empezaban a perseguir, le tiraban basura en la calle. Llegó un punto donde ya era imposible vivir en Kabul. Khalida temió genuinamente por la seguridad, no solamente de ella misma, sino de su familia. Tuvo que huir de Kabul… y de Afganistán. Pasó dos meses en India, donde estuvo escondida y moviéndose entre ciudades porque no tenía visa. Entonces, intentó refugiarse en Noruega, aunque finalmente Dinamarca fue su destino.
En el campo de refugiados de Dinamarca, Khalida estuvo viviendo casi un año, antes de que le dieran la residencia. Mientras, Khalida intentó jugar en un equipo local, pero ahí sufrió una lesión en la rodilla. El resultado: no podría volver a jugar futbol. Imagínate, estaba lejos de su país, no tenía a su familia cerca, aún recordaba todo lo malo que había vivido en Afganistán y encima no podía jugar su deporte. Khalida se deprimió. Ni siquiera quiso nadar ni practicar ciclismo. Buscó ayuda psiquiátrica y empezó a tomar antidepresivos. Poco a poco fue saliendo hacia delante.
Tan pronto consiguió su residencia, empezó a buscar trabajo. Lo encontró en la marca danesa de ropa deportiva por antonomasia: Hummel. Era el trabajo perfecto para ella: Hummel no solamente elaboraba uniformes de calidad, sino que sus clientes eran principalmente selecciones que necesitaban ayuda de una u otra forma, como Tíbet, Zanzíbar y Sierra Leona (después te contaré su historia). Afganistán también tenía convenio con Hummel desde 2009. Así podría seguir ayudando a su país de cierta manera.
Khalida estaba destinada al futbol, dentro o fuera del campo. Así pues, Popal empezó a recordar esos momentos en Kabul. Aunque no la había pasado bien en los últimos años, jamás se olvidaba de su Afganistán. Según los datos de StatsBank de Dinamarca, para 2010 la comunidad afgana ocupaba el lugar 15 dentro de diásporas extranjeras, pero en 10 años se había cuadruplicado. ¡Claro que en esos campos de refugiados debía haber talento! Empezó a buscar a chicas afganas que podían incorporarse a la selección femenil. Y de inmediato se sumaron refugiadas de otras nacionalidades, como turcas, iraquíes, iraníes, somalíes, entre otras. Muchas de ellas no pensaban que podían jugar futbol, y menos que pudieran tener nivel. Les empezó a enseñar lo básico del futbol.
Así nació la organización Girl Power, que se enfoca en brindarles a las mujeres de minorías la oportunidad de conocer gente como ellas y desarrollar una mejor autoestima y confianza a través del deporte. El objetivo de Girl Power es usar el deporte como una manera de motivar y empoderar a minorías en Europa, como inmigrantes, mujeres refugiadas y miembros de la comunidad LGBT, con el fin de crear conciencia sobre diferentes culturas para promover tolerancia religiosa y racial en sociedades europeas. Lo que hace Girl Power es encontrar instructoras voluntarias que trabajen en todos los deportes con refugiados y aspira a conectarlos con daneses.
Khalida no se detenía ahí; quería superarse. Ahora quería lograr una influencia en el organigrama del futbol en Afganistán. Es por ello que se metió a la Escuela de Negocios de Copenhague (Handelshøjskolen i København) para estudiar Mercadotecnia Internacional. Se trata nada más y nada menos que una de las escuelas de negocios más prestigiosas no solamente de Europa, sino del mundo: ocupa el lugar 15 en el ránking QS.
Mientras sus estudios tomaban su curso y su ONG Girl Power empezaba a progresar, Khalida decidió dar un paso al frente con Afganistán. Recordó también que la gente conservadora en Afganistán no apoyaba el futbol femenil porque no usaban el velo. Tenían que quitar ese pretexto para lograr una mayor aceptación. También tomaba en cuenta las condiciones climatológicas en Kabul: hasta 37,7°C en julio. Khalida empezó a hablar con el equipo de diseño de Hummel al respecto: ¿por qué no se creaba un uniforme con hijab para las mujeres, pero que no les generara calor? Les pareció una buena idea.
En marzo de 2016, Hummel presentó las nuevas camisetas para las selecciones varonil y femenil de Afganistán. La misma Popal sirvió de modelo para lucir la nueva indumentaria femenil con hijab incluido que no generara calor. Estas camisetas generaron furor alrededor del mundo; ya no había pretextos para que las mujeres afganas no pudieran practicar futbol.
Hablando precisamente de la selección de futbol femenil de Afganistán, 2016 también fue el año donde la Federación empezó a apoyar de verdad. En 2014 había surgido una liga femenil con ocho equipos. Khalida seguía teniendo relación con ellos; se había marchado como la encargada de finanzas, y ahora era Directora de Programa. Primero, detectaba a las afganas más talentosas y las convencía para jugar por su país. Luego, tomó la iniciativa en otro campo: la dirección técnica. Afganistán seguía siendo endeble en su nivel y constantemente sufría goleadas. Por ello, Khalida empezó a hablar con entrenadoras del mejor futbol femenil del mundo, Estados Unidos. Así llegó un cuerpo técnico femenil de Estados Unidos: la DT Kelly Lindsey (cuatro partidos como seleccionada), la asistente Haley Carter (ex marine seleccionada) y la fisioterapeuta Joelle Muro. Estadounidenses ayudando en Afganistán; ¿quién lo diría?
De pronto, Lindsey, Carter y Muro quisieron llevar a Afganistán a un nivel más alto y lograron que esta selección disputara el torneo AFSO en Dublin, California. Se enfrentaron a equipos de Arabia Saudita, Irán y México. Todo esto fue para preparar un nuevo campeonato femenil de Sur de Asia. De nuevo se marcharon con todas las derrotas, pero ya jugaban mejor.
Toda esta colaboración se vio interrumpida abruptamente. A la Casa Blanca llegaba contra todos los pronósticos Donald Trump. Conocido por una narrativa chauvinista arremetió contra los extranjeros, en especial musulmanes. Prohibió que llegaran migrantes de estos países a Estados Unidos. Esto no hizo más que motivar a Khalida. No podían continuar su trabajo en Estados Unidos, estaba claro, pero si la gente en Afganistán no la detuvo, Trump menos. Entonces, tuvo que empezar a trabajar con más entrenadores y jugadoras de Asia.
Esto apenas era un tropiezo. El trabajo de Khalida Popal había resonado en todo el mundo del futbol femenil, y ella era una pieza clave en la cooperación entre la Federación de Futbol de Afganistán con la FIFA y la UEFA. Aquí aparece la británica Sarah Jane Brown, fundadora de Theirworld, una ONG encargada de la educación global. Tenía una campaña llamada #RewritingTheCode cuyo objetivo era protestar y desafiar los prejuicios e ideologías que negaban la equidad a mujeres y jovencitas. Por ello, le dieron el premio Challenge 2017.
Luego llegó el Premio a la Paz y al Deporte en 2017 por sus esfuerzos de usar el deporte como una manera de empoderar y promover los derechos de la mujer en Afganistán.
Su preparación académica también creció. Ese mismo año acabó la carrera de Mercadotecnia Internacional, pero comenzó otra en la misma Escuela de Negocios, ahora de Administración del Deporte. Era un paso natural. la colaboración con la FIFA la motivaba a soñar en grande. Ya no se conformaba solamente con ser miembro del jurado por el Premio a la Diversidad de la FIFA, ¿por qué no ocupar un puesto alto?
Mientras tanto, era nombrada embajadora de la ONG Street Child World Cup, que organiza torneos y juegos para que participen niños que viven en la calle antes de los eventos deportivos más grandes, como el Mundial del 2018. Estas competencias son áreas de seguridad y empoderamiento donde los niños pueden interactuar con otros, pueden contar sus experiencias y sus historias y puedan expresarse a través del futbol.
Podía pensarse que Khalida se sentía plena con tantos logros y ocupaciones. La realidad es que no; todavía tenía un asunto pendiente dentro de su mismo país. Estaba dispuesta a acabar con un mal interno que llevaba años enquistado.
Como Estados Unidos ya no era opción para que Afganistán se preparara, Popal organizó campamentos en Japón, Emiratos Árabes Unidos y Jordania. En este último país es donde todo explotó. Las chicas afganas llegaron a Amán en febrero de 2019 con dos hombres que se decían “cabeza del futbol femenil” y “asistente de DT”. Las acosaban y les hacían bullying, en especial a las que venían de Afganistán; al fin y al cabo, ellas no alzarían la voz. Khalida los confrontó, pero de nada sirvió.
Ellos dos siguieron; ahora llamaban a la habitación para que ellos pasaran la noche con ellas para que pudieran entrar a la lista de convocadas. Les ofrecían la suma de casi 100 mil afganís (alrededor de 2.500 pesos) si decían que sí a todo. Las chicas no se quedaron calladas y le dijeron a Popal todo; le suplicaban que parara todo. Khalida tuvo que hablar con el presidente de la AFF: o paraba todo esto, o las niñas hablarían. Prometió que tomaría cartas en el asunto y que ellos serían castigados, pero solamente era para que ellas siguieran jugando.
Estos dos sujetos fueron transferidos a otras áreas de la AFF; en cambio, el castigo fue para las nueve chicas que estaban por hablar. La noticia es que al mes siguiente ellas quedaban fuera de la selección por ser lesbianas. No solamente muchas de ellas eran las mejores jugadoras de Afganistán; una acusación así las silenciaba en automático, porque en ese país, ser lesbiana o gay sigue siendo un tabú incluso para la familia y corren peligro de ser asesinados todos. Lo siguiente que hizo Popal fue quejarse ante la AFC, pero este ente se negó. Básicamente le dijeron que no podían atenderla porque no era un miembro de la federación de futbol y los únicos que podían hablar era el presidente o el secretario general.
Ya era suficiente. Popal se dirigió a la FIFA para resolver este asunto de una vez por todas. La FIFA estaba dispuesta a colaborar, pero tenían que actuar en secreto para que la investigación fuera exitosa. Si no eran discretos, las jugadoras podían pagar con su vida porque los involucrados eran personas muy poderosas en Afganistán. La FIFA incluso le tuvo que pedir ayuda a la ONU para garantizar la integridad física de las chicas.
La investigación empezó en marzo y Khalida empezó a reunir todas las pruebas posibles. Encontró de todo: desde insinuaciones sexuales, abuso físico, violencia psicológica, violaciones y hasta amenazas de muerte. Atando cabos, descubrió por qué el presidente de la AFF no había hecho nada: él mismo estaba bastante metido en este lodazal. Karemuddin Karim actuaba con impunidad porque estaba muy bien posicionado; después de todo, había sido gobernador de la provincia de Panjshir y había ocupado un buen cargo en el ministerio de defensa.
¿Hasta dónde llegaba la culpa de Karim? Presionaba a las chicas para que accedieran a pasar la noche con él. En su oficina tenía una habitación con una cama y la puerta tenía un sistema de reconocimiento por huella dactilar; si una chica entraba ahí, no podía salir sin que el presidente pusiera su huella. Si se negaban, él las golpeaba con un palo de billar y las sacaba de la selección con el pretexto de ser lesbianas.
Había otra manera de controlar a las chicas que hablaban: por medio de los contratos de las jugadoras con la selección. Estos contratos impedían que las jugadoras recibieran pagos por jugar futbol en sus clubes, quedaban limitadas para conseguir patrocinio en otros lados y quitaba mediación en cuestiones disciplinarias; en pocas palabras, les quitaba derechos como mujer y como ser humano, según decía Mobarez. Si se negaban a firmarlo, hasta ahí llegaba su carrera como seleccionadas.
Y encima seguían enfrentando todo ese estigma de su misma sociedad, dentro y fuera del país. Era noviembre de 2018. Afganistán participaría en el Campeonato Femenil de Asia Central, en Tashkent, Uzbekistán. Justo en ese país la minoría más grande es la tayika (primos de los afganos), localizada sobre todo en ciudades como Bujara y Samarcanda. Afganistán buscaba apoyo de su gente, pero lo único que encontró fueron burlas y comentarios hirientes. Imagínate: pierdes 20-0 con Uzbekistán (tu peor derrota), y la gente no te apoya. Las chicas de la selección terminaron llorando en el vestidor del estadio Miliy, casa de la selección y del Bunyodkor. Pocas ganas les quedaron a muchas jugadoras de volver a vestir la camiseta nacional.
Cuando Popal juntó todas las pruebas, habló con The Guardian. No era la única que denunciaba: estaban sus compañeras Mina Ahmadi (مینا احمدی) y Shabnam Mobarez (شابنام موباريز), también capitana de la selección femenil (que ya jugaba en Dinamarca). También habló Kelly Lindsey, que aún seguía como DT. La cloaca se había abierto y la bomba explotó justo un día antes del último partido de ese campeonato.
De inmediato, la AFF negó todas las acusaciones “sin fundamento” y añadió que tenía una política de tolerancia cero hacia dicho comportamiento. No tardó mucho tiempo la mentira: uno de los principales directivos deportivos no solamente aceptó las acusaciones, sino dijo que esta situación se replicaba a todos los deportes en Afganistán. El Fiscal General Mohammad Sadeq Farahi (محمد صادق فراحی) anunció de pronto una investigación con jugadoras en Francia, Dinamarca, Grecia, Suiza y Alemania. El presidente de Afganistán Ashraf Ghani (اشرف غني) expresó que todo esto era “un shock para todos los afganos”.
Las consecuencias no se hicieron esperar: de inmediato Hummel retiró su colaboración con la AFF porque todo eso representaba una violación a las condiciones del contrato. No fue el único patrocinio que se perdió. Alokozay Group (الکوزی), una compañía basada en Dubai con negocios de bebidas y té, rompió relaciones con la AFF y así dejaron de entrar cerca de 850 mil dólares al año.
Keramuddin Karim empezó a pagar todos sus abusos. Primero, el Comité de Ética de la FIFA lo suspendió de toda actividad relacionada con el futbol nacional e internacional de por vida y le impuso una multa de 900 mil euros. Apeló frente al Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS), pero su recurso fue desestimado y su sentencia fue confirmada el 14 de julio. Ahí no quedan los castigos. Como se negó a colaborar en la investigación en su país, la Fiscalía ordenó su arresto y formuló cargos por violación, acoso sexual y encubrimiento de directivos. Karim además no puede salir del país. El juicio en el Tribunal de Lucha contra la Violencia Femenina sigue, pero no parece que vaya a salir muy bien parado.
El futbol femenil de Afganistán sufrió un severo golpe. Precisamente el campeonato femenil del centro de Asia fue su última participación. Para que un país aparezca en el ránking de la FIFA, debe haber jugado al menos un partido en un periodo de 18 meses. Por ello, Afganistán ya no aparece en el listado. Su último posición fue 108.
De todas maneras, no todo está perdido. Khalida Popal acabó su segunda carrera en la Escuela de Negocios de Copenhague y ahora encontró un mejor trabajo: es la coordinadora comercial del FC Nordsjælland. Este equipo de Zelandia del Norte tiene un proyecto revolucionario que privilegia el desarrollo de jugadores juveniles y su promedio de edad es el más bajo de toda Superligaen. Mi compañero Fede de Mello ha hecho un recuento de los 10 mejores jugadores prospectos de la liga danesa y cuatro de ellos son de Tigrene (más información aquí). Y este año debutó en Elitedivisionen, la primera división del futbol femenil danés. Le fue bien: terminaron en tercer lugar. Precisamente el equipo femenil es iniciativa de Popal. Por cierto, si quieres saber más sobre ella, Apuntes de Rabona tiene una magnífica entrevista con Marion Reimers. Aquí la tienes:
Khalida aún no se olvida de Afganistán y espera el día en el que pueda regresar allá para seguir cambiando las cosas. La familia de Popal ahora vive con ella en Dinamarca. Su mamá está orgullosa: aún recuerda a una Khalida niña pateando balones. Ahora con 32 años es la heroína del futbol femenil afgano. Sus enseñanzas dieron frutos en Khalida.
Khalida Popal vivió dos meses en India. Este país es un crisol de pueblos con diferentes lenguajes, tanto que se cuentan alrededor de 30 idiomas oficiales. Es muy fácil dividirlo en pueblos indo-arios al norte y dravídicos al sur. Hay más pueblos, como el mizo. El noble pueblo mizo tiene un equipo que da de qué hablar en la I-League, el Aizawl. Esta historia te la traigo la siguiente semana.
La música tradicional en Afganistán adopta cada vez más voces femeninas. La principal exponente es Farida Mahwash (فریده مهوش). Es verdad que nació en una familia conservadora en Kabul, pero su mamá recitaba el Corán con una voz primorosa, lo cual le sirvió de inspiración. Poco a poco fue ganándose el respeto de la escena musical en Afganistán. Por los cambios de política, Farida tuvo que irse de Afganistán y se refugió en Pakistán primero, y luego recibió el asilo político en Estados Unidos en 1991 mediante la intervención de ACNUR. Jamás se olvida de su tierra natal y ahora lidera el ensamble Voices of Afghanistan (صداهای افغنستان). Hasta ahora es la única mujer en Afganistán que ha recibido el título de ustad (استاد), reservado a los maestros de música persa (algunos etimólogos dicen que la palabra ustad es el antecedente de la palabra usted en español). ¿Cómo lo logró? En 1977 se aprendió esta compleja canción en un solo día: O bacha (او بچه, Oh chico), con cambios que representan los diferentes estilos de música de Afganistán. Escucha a Ustad Mahwash.
El futbol femenil de Afganistán está donde está gracias a Khalida Popal. Nacida en Kabul, ella desafió tabúes. Motivó a niñas a practicar futbol y poco a poco formó la selección femenil, de la que fue capitana. En 2011 tuvo que huir del país por su seguridad y se refugió en Dinamarca. Aunque una lesión no le permitió regresar al campo, no la alejó del futbol. Fundó la ONG Girl Power. Trabajó con Hummel y fue la autora intelectual del primer uniforme con hijab. Es embajadora de la ONG Street Child World Cup. Estudió Mercadotecnia Internacional y Administración del Deporte en la Escuela de Negocios de Copenhague. Ella destapó un escándalo de abuso sexual en la Federación de Futbol de Afganistán. Ahora trabaja en el FC Nordsjælland.
Nos vemos la siguiente semana. !تا دیدار بعد (Tâ didâr bad!)
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