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Manuel Domínguez·23 de marzo de 2020

✍️"Kevin De Bruyne, rebeldía con aroma a fútbol" por Barrio Bravo

Imagen del artículo:✍️"Kevin De Bruyne, rebeldía con aroma a fútbol" por Barrio Bravo

El autor chileno Roberto Meléndez nos ayuda con sus letras a conocer mejor y de forma más literaria a la figura de uno de los mejores centrocampistas de la actualidad: Kevin De Bruyne,

La distancia entre las ciudades de Gante y Genk, en Bélgica, tienen la medida de un partido de fútbol con algunos minutos de descuento; nada para volverse loco, sin dudas. Pero, para Kevin de Bruyne significaba muchísimo más que el derrotero de minutos reconvertido en la escala de tiempo de un juego, ya que con tan solo catorce años, el adolescente de cabello naranja, que por esos días tenía los cachetes colorados y regordetes, y no medía más de metro sesenta, había dejado atrás mucho más que a noventa minutos y descuentos.


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Como para la mayoría, el camino para llegar a ser futbolista profesional está plagado de obstáculos y sacrificios. No sería distinto para él. El colorado tenía talento desde pequeño y jugó a la pelota desde que se acuerda. Sus atributos naturales llamaron la atención del Genk, uno de los clubes de mayor prestigio de Bélgica que, además, ostenta hasta el día de hoy la fama de trabajar especialmente bien en sus categorías menores. La posibilidad de recalar en el Genk parecía ser un paso consular en el sueño del profesionalismo y también de su propia independencia.

De Bruyne, a diferencia de muchos otros jugadores, no pereció el hambre ni estuvo rodeado de pobreza. Su padre era un afilado negociante y su madre la hija de un pequeño petrolero de Burundí. Aquella comodidad, sin embargo, fue uno de los principales motores de rebeldía del joven De Bruyne. Orgulloso y consciente de sus habilidades, salir de su ciudad, de su casa, de su habitación y del confort de su familia parecían ser la verdadera barrera a vencer si quería algún día ganarse la vida en una cancha y el respeto absoluto de sus compañeros. Dejar el Gent, el club al que llegó con nueve años, y arribar al Genk no se trataba simplemente de cambiar una letra en el escudo ni moverse a un partido de fútbol de distancia, se trataba de hacerse valer por sí mismo.

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Las cosas en la cancha no iban del todo bien. La prensa deportiva belga, desesperada ante el estancamiento de un fútbol que supo ser potencia durante la década de los ochenta y frente a la falta de futbolistas que realmente hicieran noticia, desde hacía un tiempo perseguía a los jóvenes talentos y de esa manera les presentaba a los hinchas la promesa de un futuro mejor.

Kevin De Bruyne, por supuesto, gracias a su notable pegada y perspicaz visión de juego, era uno de los favoritos de los medios de comunicación. Su presencia en el Genk no hizo más que acrecentar ese interés. No obstante, la adaptación a su nuevo club y a sus nuevos compañeros no fue lo rápida que se esperaba. Ahora, si bien en el campo de juego aún no lograba destacar, el muchacho, al mismo tiempo, disputaba otro gran reto: vivir lejos de su familia, en ciudad ajena, en casa ajena.

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Kevin, gracias a la gestión de su nuevo club, fue “adoptado” por una familia que le permitiría estar a solo minutos del predio de entrenamiento. Esta situación era algo común en la mayoría de los jugadores provenientes de otras ciudades. De Bruyne no fue la excepción. Y tampoco quiso serlo. Es cierto que en la cancha las cosas no iban bien, pero en su nueva casa el partido lo estaba ganando: de a poco, comenzaba a encariñarse con su “nueva” familia, a dejar atrás su obvia timidez, y a soltar las siempre reticentes palabras de su boca. El año en la cancha fue una mierda, pero fuera de ella había nacido para él un sentimiento genuino.

Al regresar a Drongten durante el verano, su casa en las afueras de Gante, estaba preparado para dar las excusas de un mal año en el fútbol, pero no para lo que venía: a su hogar había llegado una carta de su familia adoptiva pidiendo que el joven futbolista no regresara. En la misiva se señalaban distintas razones, todas tan crueles como absurdas. Pero el motivo no era otro que el de que Kevin no era el jugador que muchos pensaban y ante esto la posibilidad de algún día llevarse una tajada se reducía a nada. El inexpresivo De Bruyne lloró con el cojín en su rostro: había salido de casa para conocer el mundo, y lo había conocido.

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La revancha es un combustible común y efectivo, y de ella se llenó durante todas esas semanas antes de regresar a Genk. Habían pisoteado sus sentimientos, y también su orgullo como jugador. El destino, además, le regaló varios centímetros a su estatura y menos kilos a su cuerpo. Kevin De Bruyne regresó recargado y en el mismísimo primer juego se convirtió en el jugador más determinante del equipo. Llenó la canasta de golazos, asistencias brillantes y corridas endemoniadas de más de setenta metros con la pelota atada al botín derecho. En el primer juego, en el segundo, en el tercero. Fue así como uno de esos días, aquella familia que renegó de él se acercó nuevamente tras enterarse a través de la prensa de sus últimas actuaciones. Dijeron que todo era un mal entendido. De Bruyne observó la escena con rabia y sin contestar nada, en su estilo, simplemente siguió de largo… y ya sabemos hasta dónde llegó. #BB

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