
La Galerna
·28 de septiembre de 2023
Iturralde y la violencia

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·28 de septiembre de 2023
Violencia. Ya. Eduardo Iturralde González, ex árbitro de primera división, sostiene que denunciar los errores de bulto de Alberola Rojas en el partido entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid, equivocaciones que, casualmente, siempre perjudicaron al último, es generar violencia. Esa queja viene del canal oficial de televisión del Real Madrid, y, como tal, no sólo expone los hechos sino que opina sobre los mismos y los cataloga como escandalosos, tanto por su entidad como hechos aislados como por su dimensión en el contexto de corrupción sistémica judicialmente reconocida en que nos hallamos.
A la vista de la altura a la que pone el listón Iturralde González, veamos qué más es violencia. Esgrimir o blandir las cartulinas que sacaba a los jugadores madridistas cuando los arbitraba, también debería considerarse de tal suerte, ¿no? Cada vez que don Eduardo tenía que amonestar o expulsar a un futbolista del Real Madrid, desenfundaba con mayor celeridad que Lucky Luke, del que se decía que era más rápido que su propia sombra. El bolsillo de su camiseta de colegiado siempre era holgado en extremo si las cartulinas iban en contra del equipo blanco. El relampagueante gesto era culminado con un conato de agresión con la susodicha tarjeta, como si fuera a atizar con ella a Roberto Carlos, Sergio Ramos, Hierro, Cristiano Ronaldo o Xabi Alonso. Tal ritual era acompañado siempre con un gesto no ya adusto, sino de ira sin tasa, con los ojos muy abiertos y la mandíbula muy apretada. Llámenme suspicaz, pero me parece que todo ello era una mera tapadera, pues, especialmente al leer u oír sus declaraciones, considero muy probable que paladeara esos momentos de perjuicio al Real Madrid hasta el punto de licuarse, de alcanzar un raro clímax cuya externalización habría resultado sospechosa. Quizá es por eso que disfrazaba con impostada violencia de histrión de Arrancudiaga el éxtasis que embargaba cada célula de su anatomía.
No descarto en absoluto que, en esta manera de conducirse, el pobre Iturralde no se viera aquejado del efecto Pigmalión, obsesionándose en cumplir o superar las expectativas de sus padres. Desde luego su progenitor, trencilla él, ya machacó bastante al Madrid durante sus años en activo, poniendo el listón realmente alto para el pobrecito Eduardo, que siguió los pasos de papá en la cosa arbitral. Así, es normal que Iturralde sintiera más presión que un artificiero a la hora de pitar a nuestro club, pues tenía expectativas no ya que cumplir, sino que superar. En su favor hay que decir que lo logró, consiguiendo también reconocimiento del órgano supervisor de los árbitros en España, el CTA, presidido por Victoriano Sánchez Arminio y, bondad graciosa, Enríquez Negreira. Sí, ESE Enríquez Negreira. El que quiera entenderlo, que lo entienda. Otros no lo pueden entender.