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THE LAST JOURNO

·10 de mayo de 2021

Interpretas mal

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Finalizado el último baile del VAR con el nuevo mundo -ese horror vacui monetizado que es el fútbol de élite pandémico-, Toni Kroos y Zinedine Zidane, que pasan por dos de los protagonistas más tibios ergo educados de este deporte, se acercaron a pedir cuentas al árbitro por las decisiones tomadas. Mientras aficionados del Real Madrid arrasaban las redes con capturas de pantalla de calidad variable, hemeroteca y frustración desbordada, Axel Torres y Julio Maldonado aka Maldini , muy lejos de cualquier simpatía por el club y desde luego poco sospechosos de abonarle grandes favores públicos, se encogían de hombros y liberaban, en formas compasivas, su extrañeza ante lo ocurrido. Una brazo al viento de Militão, enteramente fortuito, acabó en contacto y penalti tras revisión, consulta al monitor incluida. Algo que en anteriores ocasiones había sucedido sin castigo, como tantas otras cosas en la vida, en la dirección contraria -que habrá que suponer la dirección correcta, el lado incorrecto de la Historia-.

Ocurre que al Real Madrid le sobrevienen con cierta recurrencia todas estas excepciones sin que terminada la jornada se pueda llegar a más conclusiones que la evidente: que algo falla. Y que, de nuevo, con el componente humano obstaculizando el progreso, pese más el principio de promoción que el de aplicación rigurosa de la norma. Una norma, por cierto, consagrada. Así que quizá alguien debería mandar de una vez una mensaje inequívoco sobre las manos dentro del área, voluntarias o no, y eliminar, dado que la tecnología llegaba para quedarse, todo trazo de sospecha sobre la competencia o no de los árbitros designados para interpretar. Como esto ya existe en el reglamento, hay que ir un paso más allá y cuestionarse por qué estos errores flagrantes de interpretación se castigan unas veces y otras no. En la misma jugada que arranca con la mano de Militão, Benzema fue claramente derribado en el área contraria: de un potencial 2-1 a un 1-2 y sin más explicaciones que la hegemónica y colosal erótica de la imagen en bucle, de la moviola en directo.


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El pasado mes de octubre, tras el primer Clásico de Liga, el diario (o lo que sea) Sport señalaba en portada a Martínez Munuera, árbitro del Real Madrid-Sevilla, como «un madridista confeso». Y en sus páginas interiores, rebuscaba en la basura del amarillismo más atroz para sonsacar algún tipo de simpatía -no reconocida abiertamente por el protagonista- que pudiera explicar las decisiones que tomó en la victoria blanca. Días después, tuvieron que retractarse de dicha información, pero cualquiera que conozca cómo funciona el mundo sabrá el poder que una portada y en concreto de una mentira -también de una verdad a medias- puede ejercer sobre la conciencia colectiva. Casualidad o no, la siguiente vez que Martínez Munuera se ha visto exigido a interpretar algo, se ha equivocado contra el Real Madrid. Y lo peor es que no es culpa suya, ni del VAR: postergar el debate sobre la norma, la arbitrariedad y esa ciénaga que es el periodismo deportivo en el que cualquier anécdota tapa el sol es alinearse con esa estafa piramidal de la tecnología en el fútbol. Un fútbol que además lleva año y pico sin estímulos, glamour, interés ni personalidad propia en la era de redescubrimiento de tótems.

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