
La Galerna
·13 de marzo de 2025
Indefensión aprendida: llanto y crujir de dientes en Madrid

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·13 de marzo de 2025
El psicólogo norteamericano Martin Seligman desarrolló en 1967 una teoría de la conducta humana que denominó “indefensión aprendida”. Tras realizar unos experimentos (que hoy serían imposibles) en los que hizo coincidir perritos y corriente eléctrica, llegó a la conclusión positiva de que las criaturas sometidas a una situación de estrés constante adquieren tarde o temprano una incapacidad natural para superarlo. En otras palabras, tiran la espada asumiendo una actitud fatalista frente al mundo: si la cosa va mal durante largo tiempo será porque así tiene que ser. Es mejor entonces no gastar la pólvora en batallas ya perdidas. Encogen los hombros con cinismo y ya está, a otra cosa mariposa. Esto es, no tengo la menor duda, lo que le pasa al Atlético de Madrid.
Ayer pudimos ver una película repetida una y mil veces, aunque tal vez sea más preciso decir que, si bien el final del tercer acto es el mismo, la crueldad del guionista ha alcanzado una cota más elevada de sádico e imaginativo refinamiento. Tengo que confesar que me ha superado. Ni en mis más retorcidas perversiones me hubiera imaginado el segundo partido de la fase de octavos de final de la Champions League que enfrentó a colchoneros y merengues en el Riyadh Air Metropolitano. A los rojiblancos todo lo que les podía salir bien les salió bien, mientras que a los merengues todo lo que les podía salir mal les salió mal; sin embargo, el Real Madrid sigue vivo y el Atlético de Madrid debe apearse.
Los del Cholo diseñaron una estrategia clara, efectiva y que además implementaron con precisión quirúrgica. Todo se consiguió tal cual lo hubiera imaginado el más optimista de los atléticos, salvo un minúsculo detalle: la victoria. Es sintomático ver cómo después del partido, entre lágrimas y aplausos, el ejército rojiblanco se arrastraba por su campo liderado por el general Simeone montando por enésima ocasión el melodrama de la dignidad vencida. ¿Acaso hay algo más conmovedor que un ejército de harapientos fantasmas caminando alrededor de unas humeantes ruinas? Es un simulacro de la tragedia, una opereta de barrio que su clientela suele comprar a precios, por cierto, muy elevados. Gil Marín despliega su sonrisa etrusca mientras la campanilla de la caja registradora no deja de sonar.
El Atlético de Madrid es un club apuntalado en el confort de sus grisuras
El Atlético de Madrid es, pues, un club apuntalado en el confort de sus grisuras. Se vive bien al amparo de un discurso victimista, tal como lo demuestra esta era nuestra caracterizada por la politización sistemática del llanto. Por eso no es de extrañar que, apenas conocida una nueva derrota contra el Real Madrid, la turba colchonera reaccione instintivamente echando mano de los argumentos de siempre: nos superan en nómina, recursos económicos, talento, influencia institucional, “no lo pueden entender” y demás boberías. Son como esos perros que al sentirse amenazados por la realidad meten el rabo entre las patas y fingen una repentina cojera para ganar por empatía lo que han perdido por cobardía o impotencia.
En el ámbito de la gestión empresarial se habla de cultura para referirse a las prácticas, símbolos, colores, lemas, banderas, visión de mundo y demás elementos de diferenciación identitaria de una determinada organización. Pues bien, el Atlético de Madrid encarna como nadie una cultura de la pérdida. No se requiere que esto sea explícito, “se mama”, se transmite como se transmiten los virus, por contagio. No existe una academia de los lloros, no es necesaria. Como los cachorritos de Seligman, los del Atleti no intentan escapar de la electrocución, incluso puede decirse que la esperan. Su derrotismo es ya incurable, es verdad, pero la derrota colchonera no es nunca una derrota a secas. Cuando la profecía es autocumplida, tiran del dolor que se celebra, entonces aparece Sabina entre las brumas de su cigarro, con su voz aguardentosa y su talento descomunal para cantar la canción más agridulce del mundo: la redención de la estética es así, qué le vamos a hacer.
El Atlético de Madrid encarna como nadie una cultura de la pérdida. No se requiere que esto sea explícito, “se mama”, se transmite como se transmiten los virus, por contagio. No existe una academia de los lloros, no es necesaria
Mientras tanto, a los pobres merengues no les queda más que aceptar una vez más la victoria. No quieren entenderlo. Solo tienen para sí la vulgaridad del orgullo, el engreimiento de los coleccionistas de copas, de los avaros que no comprenden más ley que la cifra, el guarismo que nunca es suficiente, el consumo recreativo del triunfo (esa droga dura) de una entidad deportiva que se desentiende pronto de las celebraciones porque en Chamartín toca siempre volver a empezar.
El Real Madrid es un club global, visionario, auténticamente ecuménico. Hijo de su tiempo, ha encarnado como nadie el ideal moderno del progreso, sembrando hoy con esfuerzo lo que ha de ser cosechado mañana. Es una escuela de vida que enseña virtudes de aguante, solidaridad intergeneracional, disciplina y excelencia. Persigue una utopía como quien sigue un rumbo claro, un horizonte que no ha de alcanzar nunca, es cierto, pero que le ayuda a caminar una jornada más en la dirección correcta: la aspiración al absoluto tiene como una de sus más dulces consecuencias el progreso en lo relativo. Mientras tanto, en el tablero de lo real, es decir, de la materia y de la historia, el Real Madrid se esfuerza en ensanchar el palacio inasible de todas sus leyendas y el Atleti a lo suyo, que es echarse en su camastro para hurgar una vez más la oscuridad de todas sus heridas. Allá ellos.
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