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DaleRojo

·24 de junio de 2025

¡Impresionante lo de la afición del Medellín en la capital!

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Parce… lo que se vivió en Bogotá fue una locura, una fiesta de aquellas, una muestra más de que la hinchada del Medellín no tiene comparación. ¡Banderazo brutal, monumental y con toda la pasión desbordada! El pueblo rojo se tomó la capital pa’ recordarle al país entero que este amor no tiene distancia, que el Poderoso no camina solo ni en la final ni en la vida.

Desde temprano empezaron a llegar los parceros, camisas puestas, trapos listos, garganta afilada y corazón encendido. ¡No importó el frío ni el trajín del viaje! Bogotá se pintó de rojo gracias a una hinchada que no entiende de excusas, solo de amor puro por su escudo. Era un mar de camisetas del DIM, una avalancha de fe que se fue regando por todo lado.


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Lo que hicieron esos guerreros de la tribuna fue arte, fue poesía barrial, fue un mensaje directo pa’ Alejandro Restrepo y sus muchachos: “¡No están solos, parceros! Esta final la jugamos todos”. Y eso lo sintieron los jugadores, claro que sí. Más de uno salió con el pecho inflado, la mirada arriba y la motivación al cien después de ver ese recibimiento brutal.

Alejandro Restrepo, que ya conoce la fibra del hincha, no podía hacer menos que agradecer. Lo dijo claro: este tipo de gestos son gasolina pura para el alma del equipo. Y cómo no, si ese banderazo fue una cátedra de amor incondicional, de aguante real, de esos que no se compran, que se sienten desde pelado.

La hinchada del DIM no va al estadio… lo habita, lo transforma, lo convierte en casa, incluso cuando está a 400 kilómetros. Porque así somos, parceros: donde esté el rojo, ahí estaremos nosotros, con trapos al aire, voz ronca y alma encendida. Porque el Medellín es mucho más que 90 minutos. Es herencia, es calle, es corazón.

Y si algo dejó claro este banderazo, es que el Independiente Medellín no va solo a esta final. Va con un ejército de soñadores, de fieles, de esos que han llorado y gozado con esta camiseta. Vamos por la gloria, con respeto pero con verraquera, con humildad pero sin miedo. Porque este rojo se respeta, se siente, se lleva tatuado.

Así que atentos, Santa Fe… que el Poderoso de la Montaña no llegó solo. Llegó con su hinchada que ruge, que canta, que empuja, que alienta hasta el último aliento. Esto apenas empieza, y el pueblo rojo ya encendió la fiesta. ¡Nos vemos en la final, parce, y que viva por siempre el Medellín!

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