Apuntes de Rabona
·11 de septiembre de 2021
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Múnich, 1945. El ejército estadounidense tomó parte de la capital alemana luego de haber finalizado la segunda Guerra Mundial, ahí, entre escombros, nació un pequeño que llevaría por apellido Beckenbauer y mismo que nombrarían Franz, en honor a su padre: un tipo demasiado cerrado para entender que alguien pudiera vivir del futbol luego de luchar y sobrevivir en la guerra.
Cuando la ciudad fue reconstruida, Franz se movía con elegancia entre las calles de Giesing, un barrio obrero en donde más de uno -especialmente Beckenbauer– se ilusionó con aquel equipo teutón que escribió el famoso milagro de Berna en el 54’. Dicho momento marcaría no solo el destino del pequeño Franz, sino de la historia del futbol, puesto que él mismo le pidió a su madre, Antoine, que le fabricara un uniforme igual al que usaba su país en ese entonces. Ni siquiera ella se imaginaba (mientras lo cosía) que su hijo sería campeón del mundo con Alemania en un par de ocasiones; en el futuro.
En Giesing eran más los aficionados del club 1860 Múnich, que del Bayern, por ello Franz decidió que su destino estaría allí, pateando una pelota y defendiéndola de todo aquel que quisiera quitársela. Aunque al principio fue aceptado en las divisiones inferiores de Die Löwen, uno de sus compañeros lo haría pasar un mal momento y eso, lo llevó a cambiar de opinión… se iría a probar con el rival. Ni fortuna ni casualidad, simplemente el destino lo quiso ver vestido de blanco y rojo.
El Bayern le abrió las puertas a ese alto y delgado niño que nadie podía pasar en un duelo individual. Con tan solo 13 años fue reclutado para el equipo juvenil y ayudó a la reconstrucción de un club que estuvo bajo el régimen nazi durante mucho tiempo y que había perdido la categoría por las nuevas normas de campeonato nacional.
Sin embargo, era cuestión de tiempo para que el verdadero gigante del país tomara el lugar que hoy ostenta y eso; en parte, se dio por Franz que no llegó al terreno de juego como un defensa o mediocampista, sino como líbero. Una posición que él inventó y que le permitía a su equipo crear juego desde atrás. Sí, algo nunca antes visto en el mundo futbolístico.
Su cosecha de títulos colectivos lo hizo ser convocado con su selección. Un día, Beckenbauer se puso el jersey de Alemania y por fuera nadie notaba, que un flashback de él recibiendo una playera blanca bordada por su madre, se había manifestado en su cabeza. Durante un par de años estuvo así; siendo referente y eso, lo llevó a jugar su primer Mundial, el de 1966. Inglaterra fue la sede, país que terminó siendo campeón, enfrentando ni más ni menos que a la Alemania de Maier, Seeler y Beckenbauer; que por si fuera poco, se mostró como goleador frente a uno de los mejores porteros en la historia… Lev Yashin.
Cuatro años después, en México, tuvo su revancha frente a los ingleses cuando les pudiera anotar y dejar en el camino rumbo a la gran final. En la antesala, Franz formó parte de las nobles almas que desarrollaron ‘el partido del siglo’, una victoria 4-3 de Italia sobre los teutones y misma, que jugó Beckenbauer con el hombro dislocado durante casi todo el cotejo.
Esa imagen de él con un cabestrillo dejó claro que nada ni nadie podía detenerlo. Su elegancia y pulcritud, se fueron perfeccionando en el Bayern, club con el que alzó tres veces la antigua Copa de Europa y que le permitió seguir dando buenos resultados con su selección, como en aquella Euro del 72’. Y precisamente en ese año, llegó el premio que nunca antes le habían otorgado a un defensa y que lo condecoró como el mejor futbolista del mundo: el Balón de Oro. El primero, de dos que consiguió en las vitrinas de su casa en la actualidad.
Alemania se había metido entre los cuatro mejores del mundo en dos ediciones consecutivas del Mundial y en su país, durante 1974, sabían que no podía haber una mejor oportunidad para alzar la segunda Copa del Mundo de su historia. Como si de un guion de película se tratara, en la final del Olímpico de Múnich, el juego alemán con la posición inventada por Beckenbauer, se midió ante un sistema colectivo que nadie había visto antes; lo llamaban “Futbol total” y su máximo expositor era “la Naranja Mecánica” de Johan Cruyff.
Sí, Alemania ganó el partido y su segundo Mundial, pero ese sistema colectivo que encabezó el mejor futbolista holandés de la historia dejó a más de uno sorprendido, incluso en nuestros tiempos, gracias a las repeticiones de vídeo. Pero como fuera, Beckenbauer inmortalizó su figura al alzar aquel gordo y pesado trofeo que había sustituido a la Jules Rimet y que a partir de ese momento, sería la copa más codiciada para cualquier país en el mundo.
La carrera de Franz pasó del Bayern al Cosmos, equipo neoyorquino en el que compartió cancha con Pelé. De ahí, estuvo una breve temporada en el Hamburgo (donde también fue campeón) y regresó a principio de los ochenta al conjunto de Nueva York en el que ganó tres ligas, antes de colgar los botines de manera definitiva.
En 1984, sin un papel que lo avalara como DT, fue elegido para ser el seleccionador alemán que se encargara del proceso rumbo a un lugar que conocía bien: México. En la Copa del Mundo de 1986, con Beckenbauer en la banca, Alemania volvió a otra final del Mundial; pero en aquella ocasión tuvo que ceder ante la Argentina de Diego Armando Maradona.
Cuatro años después, en el Olímpico de Roma, la misma final; los mismos países pero con diferente resultado, que le otorgó a la Mannschaft su tercer Mundial y el segundo para Franz. De esa forma, escribió junto a Mário Zagallo su nombre en los libros al ser el segundo hombre en ganar dicho torneo como futbolista y como entrenador.
A la postre, dejó la selección para dirigir en Francia al Olympique de Marsella y después, llegó al único lugar del mundo donde siempre se sintió como en casa, el Bayern. Luego de darle más alegrías al club de sus amores, decidió ser su presidente y formó parte del comité que organizó la Copa del Mundo de Alemania en el año 2006.
Más allá de todo, Beckenabuer terminó por ser algo que pocos en el mundo presumen, un presidente de honor en el Bayern Múnich, el club que creyó en él desde el primer momento y el mismo en donde todos lo conocerían como “der Kaiser” que significa: el emperador.
Por: Bryan Trujillo / @BryanKameron
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