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·14 de mayo de 2024

Elige tu propia aventura: El Real Madrid en la Champions League

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Cursaba yo tercero de la antigua EGB en un humilde colegio de Vallecas, cuando irrumpieron en nuestras jóvenes vidas unos libros diferentes y novedosos que, al contrario que el resto de cuentos que habíamos tenido hasta entonces, con un único final ya escrito, ofrecían numerosos finales alternativos. Cómo llegar a uno u otro final dependía del propio lector que, en diferentes situaciones de la narración, se encontraba al término de la página con la opción de seguir la historia por un lado yendo a una página o, por otro, eligiendo otra distinta. “Si quieres entrar al oscuro túnel de la derecha, ve a la página 32. Si prefieres regresar a la superficie, continua en la página 70”. De este modo te obligaba el libro a elegir tu propia aventura en una colección con ese preciso nombre: “Elige tu propia aventura”.

Os aseguro que hicieron furor entre aquellos niños de mediados de los ochenta a los que, como ha sido mi caso, las letras empezaron a comerles cerebro y corazón. De hecho, más adelante, se convirtió en mi profesión. “Tú eres el protagonista de esta historia; elige entre 23 soluciones diferentes”, rezaban todas y cada una de las portadas de estos libros multiaventuras, tan solo cambiando la cifra de finales posibles, que iban desde los 19 en los libros más sencillos hasta más de 40 en los más gordos y complicados.


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Títulos tan atractivos como “El misterio de Chimney Rock”, “El secreto de los ninja”, “El tesoro del galeón hundido”, “La guarida de los dragones” o “Conviértete en tiburón” se quedaron grabados a fuego en la memoria de una generación de niños españoles que crecíamos en una España nueva y sorprendente.

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Aquellos libros de “Elige tu propia aventura” contenían en su novedoso formato narrativo un sinfín de valores ocultos, que despertaban en niños de apenas 8 o 9 años capacidades diferentes. Era la responsabilidad de elegir tu propio camino ante situaciones diversas, afrontar el riesgo en medio de una enorme incertidumbre y la madurez y aprendizaje que aporta la experiencia de la derrota para no repetir los mismos errores, ya que algunos de aquellos finales alternativos hacían que el libro acabara mal. No, no eran cuentos de hadas ni de flautistas de Hamelín que acababan siempre bien, sino que nos ponían en la posibilidad de que esa, nuestra aventura, no tuviera el final deseado, lo cual empezaba a atisbar en nuestra existencia las posibilidades de las derrotas que, antes o después, llegarían a nuestras vidas.

Eran los años 80 y la lectura ya despertaba en mí una gran afición. El fútbol y el Real Madrid era la gran otra. Nunca fui de los mejores en el patio del colegio, pero mi ansia por darle patadas a esa pelota en las horas de recreo se enardecía de cuando en cuando, marcada por el paso de las eliminatorias en aquellas dos gloriosas Copas de la UEFA ganadas a caballo entre los Juanito, Santillana y Camacho y esa joven generación de artistas contraculturales a los que apodaron La Quinta del Buitre. En esos tiempos aprendí una nueva palabra y su significado: Remontada.

Eran los años 80 y la lectura ya despertaba en mí una gran afición. El fútbol y el Real Madrid era la gran otra. En esos tiempos aprendí una nueva palabra y su significado: Remontada

Según la RAE, remontada es la “superación de un resultado o de una posición adversos”. Eso, según la RAE. Para un niño madrileño criado futbolísticamente de los pechos del Madrid de los 80, “remontada” supone mucho más que el significado de un vocablo. Remontada, en nuestro lenguaje, conlleva un sinfín de matices y recovecos que, como los buenos vinos, despiertan los sentidos y erizan la piel sin que los académicos de la RAE puedan catalogarlos: Remontada es para nosotros la épica del día a día, lo imposible como fin, lo abstracto siendo descifrado; una conjugación antagónica de fe y certeza, de esperanza y agonía, de Resurrección. La profundidad de esa mística palabra ya la conocemos, desde hace bastantes años, unas cuantas generaciones de madridistas mayores de 40 años.

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De unos años a esta parte, diría yo que desde el minuto 93 del cabezazo de Ramos, esa épica dormida y añorada durante tal vez dos décadas ha salido de su sepulcro para instalarse de nuevo en nuestro desquiciado sentido de la razón: el de saber que todo es posible para el corazón que late bajo el amparo del escudo de un club de fútbol fundado en 1902: el del Real Madrid.

En estos años, meses y semanas, en los medios hay una inexplicabilidad de la situación. Periodistas, analistas, narradores y comentaristas han llegado al acuerdo común de que esta capacidad que está mostrando el Real Madrid para salir adelante, una y otra vez, de situaciones absolutamente imposibles es inexplicable. Lo cual no deja de ser gracioso. Sin embargo, discrepo. Sí tiene explicación y la voy poner negro sobre blanco. O mejor escrito, blanco sobre negro, que es como se escriben las remontadas de la Copa de Europa de nuestro Real Madrid.

Remontada es para nosotros la épica del día a día, lo imposible como fin, lo abstracto siendo descifrado; una conjugación antagónica de fe y certeza, de esperanza y agonía, de Resurrección

La primera explicación es que el presidente Florentino Pérez ha construido, desde su segunda venida en el año 2009, un superequipo. Quince años después, esa forma de construir un superequipo, lo ha convertido ya en método, de manera que, por muy brillante que fuera la estrella que se marcha, el equipo parece no sentirlo. Desde ese minuto 93 de Lisboa hasta hoy se han ido, échense a temblar, Cristiano Ronaldo, Sergio Ramos, Gareth Bale, Karim Benzema. Xabi Alonso, Iker Casillas, Ángel Di María, Marcelo, Casemiro, Varane, Isco, Pepe o Arbeloa. Entre tantos otros. Desde entonces hasta ahora han llegado jugadores en muchos casos no tan conocidos o totalmente desconocidos, cuando no sencillamente despreciados por sus clubes de origen: Toni Kroos, Courtuois, Vinícius Jr., Rodrygo, Fede Valverde, David Alaba, Eduardo Camavinga, Tchouaméni, Rüdiger, Mendy o Militao. Nacho y Lucas Vázquez llegaron vía cantera, y Modric y Carvajal han permanecido en todo este tiempo.

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Florentino Pérez y su directiva han hecho de la construcción de un superequipo un método. Y esta es la primera de todas y cada de las explicaciones. Es asombroso y hasta vergonzante —si se me permite la palabra— el desprecio y la falta de respeto con el que se ha tratado a este equipazo, en mi opinión y nombre por nombre, el mejor equipo del mundo de hoy y de la última década, más allá de los citis, barsas, pesegés, liverpules y derivados, equipos plagados de estrellas rutilantes y entrenadores superpagados con dineros traídos de países y estados que tiene por castigo el petróleo, cuando no que se han apuntalado pagando al sistema arbitral. Esta es la primera explicación de todas, que lleva, inevitablemente, a la segunda.

Florentino Pérez ha construido, desde su segunda venida en el año 2009, un superequipo. Quince años después, esa forma de construir un superequipo, lo ha convertido ya en método, de manera que, por muy brillante que fuera la estrella que se marcha, el equipo parece no sentirlo

Este superequipo es el mejor del mundo y, como tal, es superior futbolísticamente a los demás. Su superioridad se manifiesta en el dominio casi absoluto que tiene a la hora de desarrollar diferentes registros en un mismo partido, o en varios. Cuando la moda de los adeenes y los estilos parece haber apresado a clubes y futbolistas dentro de una jaula que les impide desarrollarse y, en tantas ocasiones, ganar, el Real Madrid juega a lo que el partido le pida, ya que —y esto no hace falta ser Aristóteles para saberlo— no hay dos partidos iguales a lo largo de ningún campeonato o competición. Si hasta el sol, el césped o la hora del partido pueden condicionar a tus jugadores, imagínate la cantidad de situaciones diferentes que te ves obligado a enfrentar, con la misma obligación de ganar, a lo largo de los 38 partidos de una Liga o los 13 partidos de la Copa de Europa. Sol, césped, horario… por no hablar de ligamentos cruzados rotos de jugadores insustituibles.

El Real Madrid le da a cada partido lo que el partido le pide. Camaleónico, le dicen. Especialista, digo yo. Especialista en ganar. El Madrid le da al choque lo que este le pide, primero, porque sabe leer el encuentro como nadie lo sabe leer; y, segundo, porque son tan buenos que tienen la capacidad de elegir qué aventura han de correr, según te marquen gol antes o después, te defiendan arriba o abajo, te esperen atrás y salgan a la contra o te sometan con una calidad desbordante de toque y precisión.

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Repasemos y titulemos: aquellas finales contra el Atlético de Madrid, una con gol en el 93 y goleada en la prórroga, y otra ganada por penaltis; aquel sustazo en 2017 en el viejo Calderón del que nos sacó por arte de magia Karim Benzema, pintando un cuadro con la cal como acuarela y un pie como pincel; o ese otro de 2018 que nos dio la Juve y se resolvió con un penalti de Benatia una semana después de la mejor chilena de la Historia; el hat trick de Cristiano ante un Wolfsburgo que nos pintó la cara un día que elegimos mal la aventura; esa final contra un rival invencible defendido por un portero de mentira en 2018, para ganar no dos seguidas —que no ocurría desde ese monstruo de siete cabezas llamado Milan de Sacchi—, sino tres; o, sencillamente, todo lo que pasó en 2022, culminando con una final a la que se llega este año, siendo protagonistas de la aventura Lunin de portero y Joselu de goleador… Todo este manojo de capítulos podrían llevar como títulos de sus crónicas evocaciones tan elocuentes como los ya citados. Cualquier equipo que viene al Bernabeu se enfrenta a partidos que bien podrían titularse “El misterio de Chimney Rock”, “El secreto de los ninja”, “El tesoro del galeón hundido”, “La guarida de los dragones” o “Conviértete en tiburón”. Este último, el favorito de la colección de Juanma Rodríguez.

Todo se reduce a que el Real Madrid es tan superior que, sencillamente, le da a cada partido lo que el partido le está pidiendo en cada momento al equipo y al jugador. Un valor inmenso en el deporte de competición y en la vida

Esto hace este Real Madrid y esto es lo que lo explica. Ante cada partido y según se van pasando las páginas, minuto a minuto, el Real Madrid va eligiendo su propia aventura: si el partido le pide un gol, mete un gol. Si le pide dos, mete dos. ¿Que ahora conviene esperar? Esperamos. ¿Que ahora hay que apretar? Apretamos. ¿Que se nos lesiona el mejor portero del mundo? Lunin responde. ¿Que hay que encerrarse como nunca antes lo habíamos hecho durante 120 minutos? Pues es por ahí, porque por otro lado el libro acaba mal… ¿Que nos meten un gol en el 68’? Sacamos a Joselu. ¿Y por qué no lo hemos sacado antes? Porque el partido no nos lo pedía. ¿Y por qué sí después? Porque no somos presos de esa moda hortera del adeene y el estilo. Un equipo apresado por el adeene y el estilo no es otra cosa que un libro que ya hemos leído y nos sabemos el final. Puede ser bueno, no digo que no. Bueno pero previsible, condenado a no saber cómo ganar al multiaventura Real Madrid.

Me sorprende que ningún analista ni comentarista haya sabido ver —o reconocer— que todo se reduce a que el Real Madrid es tan superior que, sencillamente, le da a cada partido lo que el partido le está pidiendo en cada momento al equipo y al jugador. Un valor inmenso en el deporte de competición y en la vida. Esa es la explicación: única y sencillamente, somos muy superiores en la mayoría de los casos. Tanto, que podemos elegir nuestra propia aventura que, de un modo u otro, haciendo las cosas bien y con método, acaba siempre igual: los ninja sorprenden al enemigo cuando menos se lo espera; el misterio se desata desde su origen ancestral, los dragones despiertan desde su recóndita guarida y, al final, el galeón hundido reflota con su tesoro escondido y los malos se hunden en el olvido de la historia. El final suele contar que el Real Madrid acaba ganando otra Champions League. O, como la conocemos los chicos de los 80, la Copa de Europa. Otra.

Getty Images.

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