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La Galerna

·10 de agosto de 2020

El sueño de una noche de verano

Imagen del artículo:El sueño de una noche de verano

No se llamen a engaño, queridos lectores. Muchos de ustedes creen que la larguísima temporada de fútbol 2019-2020 acabó para el Madrid el pasado viernes 7 de agosto cerca de las 11 de la noche.

Nada menos cierto. A ustedes les engañaron con alguna treta, con un trampantojo quizás. O, simplemente, soñaron esa noche que el City de Guardiola ganaba 2-1 a su equipo favorito y les apartaba del camino de lo que ingenuamente pensaban que iba a ser una parada más antes de la conquista de la Decimocuarta Copa de Europa.


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Despierten ya. Han pasado casi 72 horas y les veo lamentarse por una derrota que en la pura realidad no tuvo lugar.

El Madrid acabó su temporada 19-20 en la noche del 16 de julio pasado, festividad de la Virgen del Carmen, cuando tumbó al Villarreal por 2-1 y puso una distancia insalvable para el FC Barcelona de cara a la última jornada de liga. Ni siquiera jugó el Madrid su último partido contra el Leganés, tan solo lo habría disputado a fondo – y ganado - si se hubiera estado jugando la liga.

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El 16 de julio, tras una modesta – loable y admirable también, por las circunstancias de la pandemia – celebración, Zidane decidió dar vacaciones al equipo y ya dio carpetazo a la temporada. Una liga muy meritoria, espartana, dura y áspera como el pedernal, que tanto el marsellés – sobre todo el marsellés – como los madridistas deseábamos ansiosamente. El objetivo estaba cumplido, y si a dicho título le sumamos la Supercopa lograda el pasado enero en tierras saudíes, la temporada, tras la nefasta 2018-2019, se convertía en un éxito casi inesperado, teniendo en cuenta los malos augurios herederos de la oscura etapa post-cristianista.

El 16 de julio, tras una modesta – loable y admirable también, por las circunstancias de la pandemia – celebración, Zidane decidió dar vacaciones al equipo y ya dio carpetazo a la temporada.

Así pues, palmaditas y abrazos para todos, disfruten ustedes del momento, y todos a descansar o a divertirse por las aguas de Ibiza o en paraderos paradisíacos desconocidos.

Lo que ustedes creen todavía que pasó el 7 de agosto, en una calurosa noche estival, con un escenario propio de un torneo veraniego disputado en Salt Lake City y sin público, fue exactamente como la comedia de William Shakespeare,  “El sueño de una noche de verano”, en la que los reyes de las hadas, Oberón y Titania, con la ayuda del pícaro duende Puck, les hizo hacer ver un espectáculo que nunca ocurrió. Hechizos, bebedizos mágicos que transforman a las personas – tan solo faltó que Puck le pusiera una cabeza de asno a alguno de los protagonistas, quizás nos la puso a bastantes telespectadores -, que hacen que se relacionen entre ellas personas que no tienen nada que ver entre sí.

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Coincidirán conmigo que a ese sainete no acudieron ni Varane, ni Carvajal, ni nuestro maravilloso trío de mediocampistas, ni Hazard, ni otros más. El embrujo del que fuimos poseídos la mayoría tenía cierto poder, ya que por ejemplo sí que pareció por breves momentos (del minuto 20 al 30 del primer tiempo) que un jugador similar a Benzema, con tres chispazos geniales, participaba en carne y hueso. Era un espejismo, como el centro matemático de un sosias de Rodrygo Goes o como un control imposible de un gemelo de Eden. El meta Courtois fue lo más real de aquel sueño, mejor llamarlo pesadilla.

Pareció en todo momento que ese partido ficticio no estaba en los planes de Zidane. El objetivo estaba cumplido desde hacía semanas, lo de Manchester era un molesto obstáculo que trastocaba los planes vacacionales.

Pareció en todo momento que ese partido ficticio no estaba en los planes de Zidane.

En Europa hemos caído muchas veces, pero casi siempre compitiendo hasta el final, véanse las tres semifinales con Mourinho, dolorosas pero dignas, o cuando la Juve nos mandó a la lona casi al final del partido con aquel churro de Morata.

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Las dos últimas eliminaciones en octavos de Champions son para olvidar, pero una cosa es la impotencia del pasado año ante el Ajax, con un Bernabéu en pie de guerra que se volvió un contrincante más, y otra es la desidia con la que salió el equipo desde el minuto 1, daba la impresión de que todos los de rosa se querían quitar el compromiso lo antes posible. La mayor prueba la pudimos comprobar tras el 2-1 de Gabriel Jesús, con media hora todavía por delante, cuando el equipo que estrenaba uniforme - me sigo negando a creer que fuera el Real Madrid -, tiró la toalla descaradamente y no volvió a inquietar a Ederson, olvidando algo tan básico como aquello de “morir en el campo”. Se prefirió proseguir la comedia, mientras los de Guardiola practicaban el ballet del toque ilimitado ante unos adversarios que ni siquiera se acercaban para robar la pelona o para cometer faltas (¡tan solo 3 faltas en casi 100 minutos de juego!).

Se prefirió proseguir la comedia, mientras los de Guardiola practicaban el ballet del toque ilimitado ante unos adversarios que ni siquiera se acercaban para robar la pelona o para cometer faltas (¡tan solo 3 faltas en casi 100 minutos de juego!)

Dolió mucho más pues la forma que el fondo. En mi caso, me fui a dormir aquella noche como noqueado, pero me desperté el sábado como con una resaca espantosa, como si hubiese estado soñando con murciélagos y roedores cual Ray Milland interpretando a Don Birnan en “Dias sin huella”. Mejor regresar al día de la patrona del mar, la Virgen del Carmen, en otra noche de verano, en la que vimos por décima vez consecutiva a nuestro equipo ganar con solidez y profesionalidad a todos los rivales a los que se enfrentó. Aquel sí que era el Real Madrid auténtico y genuino. Esperemos que vuelva de nuevo a las canchas a primeros de septiembre y podamos superar, con sales de fruta y aspirina, lo que creímos ver una triste velada del mes de agosto.

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