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·20 de enero de 2020

El éxito de jugar bien

Imagen del artículo:El éxito de jugar bien

¿Jugar bien es lo mismo que jugar bonito? Son dos acepciones que poco a poco se han ido banalizando a la hora de analizar el fútbol. Una, la primera, es una cuestión puramente objetiva, mientras que la segunda responde a elecciones particulares, a sensaciones subjetivas. Jugar bien y jugar bonito no es lo mismo. Principalmente porque una cosa, jugar bien, no conlleva directamente que el juego que se practique sea bonito, eso dependerá siempre de los ojos que lo miren. ¿Alguien puede decir que un contraataque es mejor que una jugada basada en la posesión o viceversa? ¿O solo puede argumentarme por qué le gusta más una que otra?

Jugar bien es, en una simplificación, hacer de la mejor manera aquello a lo que quieres jugar, sea esto un estilo u otro dentro de las múltiples opciones que ofrece el balompié. No importa que el plan pase por acumular jugadores por detrás de balón en torno a tu área o proponer cuotas de posesión superiores al 70%. Esa elección podrá gustar más o menos a según quién (jugar bonito), pero si el equipo logra trasladar el plan trazado por el cuerpo técnico de la pizarra al césped de la mejor manera, entonces estará jugando bien.


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Este debate, o más que debate confusión de los términos, se ha puesto de relevancia de nuevo estos últimos días a raíz de la destitución de Ernesto Valverde por parte del FC Barcelona para virar en un sentido estilístico hacia una idea más relacionada con la idiosincrasia del club de la mano de la figura de Quique Setién. Un tema ya comentado y del que no será necesario redundar más pero que viene también a colación de dos resultados que marcan lo que queremos decir con jugar bien en esta última jornada de La Liga.

Jugar bien y jugar bonito no son lo mismo. El primero es el que puede marcar la diferencia entre la victoria y la derrota.

En Ipurua y Butarque, Eibar y Getafe contaron sus partidos como victorias ante Atlético de Madrid y Leganés respectivamente. Dos resultados que tienen mucho que ver con cómo ejecutaron cada uno de los cuatro equipos el plan que tenían marcado. Los cuatro tienen preferencia por ceder el protagonismo con balón a su rival, defendiendo con contundencia su área (aquí difieren en amplios matices a la hora de cómo hacerlo y a qué altura) y siendo más dañinos en ataques verticales y directos, acumulando el menor número de pases posible (también con diferencias sustanciales en muchos aspectos a la hora de organizarse ofensivamente).

Cuando un equipo prefiere ceder protagonismo con balón y su rival es proclive a dominar desde este, el fútbol llega a una especie de equilibrio emocional. Un lugar donde ambos pueden tratar de ejecutar su plan, prácticamente ayudándose el uno en el otro, y donde la victoria vendrá marcada por quién lo haga mejor o con mayor cuota de acierto. Sin embargo, cuando ambos comparten un mismo patrón de juego, uno de ellos se verá forzosamente obligado a salir de su zona de confort, y es ahí donde el que sí consigue trazar el partido por donde dibujaba su imaginario tiene las de ganar.

Que un equipo sea capaz de alejarse de su zona de confort y aun así adaptarse y cuajar un buen partido es una de las principales virtudes que podría tener.

Precisamente Atlético de Madrid y Leganés acumularon más cuota de posesión que su rival (+60%), y ninguno pudo obtener un resultado mínimamente favorable. Lógicamente el fútbol no es una ciencia exacta, y no siempre que esto ocurra se contabilizará una victoria para su rival, pero resulta curioso analizar las dificultades que sumaron ambos conjuntos para poder llevar a cabo un plan que no es el que tienen interiorizado. Es cierto que los de Diego Simeone tienen que lidiar más con estas situaciones por su habitual superioridad técnica en el duelo directo, pero en ningún momento estuvo cómo en Ipurua.

Aguirre y Simeone sufrieron en sus propias carnes el tratamiento que ellos mismos suelen aplicarle a sus rivales. Eibar y Getafe supieron cómo presionarles, a qué altura incomodarles, cómo gestionar sus posesiones y encontraron desde todo ello el mejor camino para llegar al área rival de la forma más dañina. Atlético de Madrid y Leganés vivieron desdibujados, tratando de dar la vuelta a una situación adversa mientras su rival veía en sus propias virtudes las principales debilidades adversarias. Mendilibar y Bordalás seguramente disfrutaron viendo cómo superaban a un contrario abatido, aturdido, incapaz de hacer su fútbol. Y es ahí donde entra la importancia del cómo.

Lógicamente es de vital importancia para la supervivencia de cualquier equipo que tenga un plan de juego bien definido. Que sepa a qué quiere jugar para luego poder ponerlo en práctica. Una vez lo haga, cuanto mejor consiga ejecutarlo, mejor jugará el equipo. Pero el fútbol siempre es dinámico y el rival, al que muchas veces se obvia al analizar a nuestro equipo, también juega, y condiciona todo lo que pase sobre el césped. Es especialmente al equilibrarse estas fuerzas desde el plan de juego cuando entra en escena quién consigue ejecutar mejor su idea. Saber lo que quieres es importante, pero para llegar al fin, al éxito, lo que más importa es el camino. Y caminos, en el fútbol, hay muchos, pero formas de alcanzar lo más alto solo una; jugar bien.

Matthias Hangst / Getty Images

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