El centrocampista moderno: Michael Ballack | OneFootball

Guillermo Navarro

El inicio del nuevo milenio trajo consigo el surgimiento de una gran camada de futbolistas europeos. Todas las posiciones sufrieron su evolución natural; sin embargo, el medio campo sufrió una transición marcada. Llegaron a la élite jugadores excepcionales en la distribución el balón como Andrea Pirlo. Otros, ‘escondían’ la pelota al conducirla y ponían pases clave a racimos, como Andrés Iniesta. Algunos se asentaron en la frontal del área y encontraban allí un habitat cómodo para buscar la portería contraria; Wesley Sneijder vistió la ’10’ y actuó como tal.

Michael Ballack, aquel alemán surgido del Chemnitzer, hizo de todo en el campo de juego. Debutó en primera con el Kaiserslautern en 1997 y rápidamente contribuyó. Disputó 16 partidos y consiguió el segundo y último título nacional del club. Entró a escena en la Liga de Campeones de 1998 y el mundo lo conoció. Poco se resistió el Bayer Leverkusen y lo fichó por 4.8 millones de euros.

A sus 22 años le otorgaron la llave del medio campo de las Aspirinas. En la 2000/2001 mostró sus dotes de cara al arco al conseguir 15 anotaciones en 34 partidos. El Kaiser moderno iba conociendo paulatinamente escenarios más grandes. En 2002, llegó con el Leverkusen a la final de la Champions League ganandole al que se le pusiera enfrente, incluido el Manchester United de Ruud Van Nistelrooy. La volea de Zidane le quitó la gloria.

En el Bayern Múnich ganó tres ligas y tres copas locales. Con funciones defensivas pero con un portento físico que lo catapultaba al área contraria cuando menos lo esperabas. Hizo 58 goles con los bávaros jugando, en mayor parte, como mediocentro defensivo. Se le negó la Orejona una vez más.

Arribó al barrio de Chelsea en 2006 y formó una mancuerna memorable con otro intérprete del balón: Frank Lampard. Juntos, llevaron al Chelsea a instancias grandes sin importar el dominio Red Devil. El resbalón del capitán John Terry no les permitió ganar la Copa Europea en 2008. Un año después, la polémica arbitral ante el Barcelona no les dejó conseguir la revancha. La campaña posterior, Ballack obtendría su recompensa al alzar el trofeo de la Premier League con el Chelsea más goleador de la historia.

En la selección teutona no tuvo los mejores resultados, ni la mejor de las suertes. Si bien es cierto que encaminó el proyecto germano en la primera década del siglo, los partidos más importantes quedaron como una deuda pendiente. Perdió la final del Mundial en 2002 y la Eurocopa en 2008. Fue el tercer lugar en la Copa del Mundo de Alemania 2006 y una lesión lo dejó fuera de combate un mes antes de Sudáfrica 2010. No obstante, marcó 42 anotaciones en 98 apariciones con la Mannschaft; un promedio de goles que ya lo firmaría cualquier atacante.

Predecesor y referente de actores de la nueva generación como Emre Can y Leon Goretzka. Un tipo de 1.90m de estatura que atropellaba a cualquiera cuando pisaba el área, conducía con gran zancada, sacaba la pelota ‘limpia’ incrustándose como central y, por si fuera poco, dejó muestras exquisitas de cómo hacerle llegar el esférico a sus compañeros, cercanos o lejanos. Todo ello acompañado de un sentido de liderazgo incrustado en el pecho.

Le puso fin a su carrera en 2012. A partir de ese momento, llegaron los éxitos continentales a Stamford Bridge y al Allianz Arena; Chelsea y Bayern consiguieron la Liga de Campeones en 2012 y 2013 respectivamente. A pesar de esa coincidencia, el legado de Michael Ballack es indiscutible. Fue un futbolista que revolucionó el juego. De las vitrinas se encargaron otros.