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·21 de mayo de 2024

El adiós de una leyenda

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El 17 de julio de 2014, aterrizó en el Santiago Bernabéu Toni Kroos con una Copa del Mundo debajo del brazo. Un joven prototípico alemán, rubio, de ojos azules, procedente del sur de Baviera y de aspecto reservado. Tal vez no fuese el fichaje más mediático de la historia, pero sí dejó una frase para el recuerdo: “Si el Real Madrid quiere ganar títulos, han fichado al hombre adecuado”.

Una frase que en lenguaje cinematográfico es lo que se definiría como preludio. Y es que basta con echar la vista 10 años adelante y observar los 23 títulos con el Real Madrid que adornan su palmarés. No obstante, la huella que ha dejado Kroos en el conjunto blanco, y el vínculo que se ha creado entre Toni y el madridismo, va mucho más allá de lo que reflejan las vitrinas.


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Hace ya más de un lustro, Toni conformó junto a Modric y Casemiro el centro del campo más dominante de Europa, y ganó juntos a ellos tres Champions League consecutivas. Los años comenzaron a pasar, y a Luka se le empezó a acabar el fuelle y Casemiro puso rumbo a Mánchester. Pero Toni, que parecía haber hecho un pacto con Cronos, señor del tiempo, encontró en los Valverde y Camavinga sus nuevos aliados para constituir de nuevo la medular más dominante del viejo continente.

Y mientras que se fueron marchando –o marchitando- todos aquellos jerarcas con los que Kroos alcanzó el Olimpo futbolístico, esa bota derecha parecía ajena al paso del tiempo. Una bota de la que la pelota nunca quería separarse, porque en un fútbol cada vez más físico, Toni la acariciaba, la mimaba y la cortejaba, como si de su pareja de baile se tratase.

Ni siquiera esta evolución del fútbol ha sido capaz de opacar a un maestro que jamás ha necesitado ser el más rápido para ser el mejor. De esos pocos elegidos que entendió desde el principio que sería dueño y señor de la pelota siempre que ésta corriera más que él.

Uno de esos últimos elegidos capaces de acercar el fútbol al arte más de lo que ninguna otra figura jamás conseguido. Porque con Toni la efectividad se alió con la elegancia hasta el punto de convertirse en un mismo concepto. Su pierna derecha. Su golpeo. Sus imperecederas botas blancas. Y es que si Kroos hubiera nacido en el siglo XVI, tal vez hoy estaríamos hablando del Antonio de Michelangelo en lugar de David.

Pero el hecho de saber cuándo marcharse es una virtud que solo los más grandes poseen. Y Kroos se despedirá del Santiago Bernabéu este sábado, a falta del colofón final, que tendrá lugar en Wembley en apenas 10 días. Y tal y como hizo Zidane hace exactamente 18 años, el alemán se despedirá en casa, rodeado de los suyos, y en la cúspide de su carrera. Con un homenaje a la altura de su figura. Como solo los mejores saben hacerlo.

Diez años después de su llegada, el maestro de Greifswald dice adiós. Ha colgado a las puertas del Bernabéu el cartel de ‘se acabó la función’, y dejará su esmoquin y sus botas blancas sobre el césped de ese teatro de los sueños en el que miles de personas quedaron maravilladas ante una magia que, hasta entonces, no creían posible. Y todos los que crecimos al son de sus trucos, hoy sonreímos un poco menos.

Sin embargo, no hay motivo para estar tristes, ya que Kroos se marcha por todo lo alto, siendo aún uno de los mejores, dejando esa sensación que ya dejó Zizou, que hace pensar en lo mucho que lo echaremos de menos. Al Bernabéu solo lo queda despedirse de aquel joven rubio que llegó a Madrid siendo Toni de Greifswald, pero se marcha siendo Antonio de Chamartín. Y lo único que se puede decir sobre una figura de su calibre es que fuimos la generación de afortunados que vio jugar a Kroos. Gracias Toni, siempre serás uno de los nuestros.

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