Dietario millennial de un Mundial de Clubes (IV) | OneFootball

Dietario millennial de un Mundial de Clubes (IV) | OneFootball

In partnership with

Yahoo sports
Icon: La Galerna

La Galerna

·14 de julio de 2025

Dietario millennial de un Mundial de Clubes (IV)

Imagen del artículo:Dietario millennial de un Mundial de Clubes (IV)

Sábado, 5 de julio

Cada vez que hay un duelo entre el PSG o el Manchester City y algún equipo a los que esos periódicos deportivos que germinan de la grasa de las barras de los bares denominan “club con solera” (sic), la metáfora del enfrentamiento entre dos maneras de entender el mundo vuelve a manosearse sin pudor. Y, como ocurre con todo recurso que se repite hasta la saciedad, la presunta fuerza disminuye de manera inmisericorde. Quizá por eso, el latoso cliché que acompañó la previa del enfrentamiento entre parisinos y muniqueses supone incluso un estimulante refuerzo para los primeros, repletos ya de por sí de una confianza genuina, absolutamente justificada, con base en su escarapela de campeones de Europa.

Lo que pretendía constituirse como ardoroso combate con aroma a Champions League queda reducido a un burocrático ejercicio de pragmatismo francés y a una dolorosa muestra de impotencia alemana, cuya aflicción se ve incrementada tras la desgraciada lesión de Musiala en los instantes finales. Que el Bayern ha desnaturalizado su esencia, terrorífica durante décadas, admite poca discusión: no hay ni un Effenberg, ni un Kahn, ni un Müller, ni un ogro, en definitiva, capaz de acogotar al PSG ya sea en el campo o en la posterior sala de prensa. Las quejas postreras de Neuer   se antojan forzadas, fuera de sitio, casi caricaturescas, sobre todo si comparamos la fiereza que destilaba la institución en otras épocas.


OneFootball Videos


Imagen del artículo:Dietario millennial de un Mundial de Clubes (IV)

La triste sensación de que si el fútbol actual a veces parece de plástico se debe menos a los nuevos ricos advenedizos que a los viejos aristócratas que se olvidan de lo que fueron.

Domingo, 6 de julio

A mi alrededor, todos celebran el avasallador partido del Madrid, que desarma al Dortmund con un juego coral y una intensidad ilusionantes, en una primera parte incontestable. Se trata de una rotunda declaración de intenciones a la que pocas pegas se le pueden poner. Que Fran García parezca el mejor carrilero de la competición y comiencen a surgir los memes acerca de lo que se come o se deja de comer en Bolaños de Calatrava —por citar la referencia más suave, ejem— hace imaginar a los más optimistas que nos encontramos ante el enésimo ejemplo madridista en el que un secundario se convierte en protagonista inesperado de un título.

Sin embargo, mi ánimo se resiste a sumarse a la euforia faldicorta de mis compadres. El caos de los minutos finales nos castiga con la expulsión de Huijsen, a mi juicio el auténtico puntal de la mejora del equipo en el Mundial. Mientras la gente brinda con una sonrisa en los labios, mi expresión al abandonar el bar es taciturna. En lenguaje del madridismo underground: un punto avinagrada.

Imagen del artículo:Dietario millennial de un Mundial de Clubes (IV)

Miércoles, 9 de julio

Mis peores miedos se confirman: el PSG pasa por encima de nuestros muchachos, que además entregan la cuchara en los primeros diez minutos merced a un desempeño lamentable de la pareja de centrales. Las goleadas que sufre el Madrid siempre tienen algo de tragedia griega, con la afición incendiando las gradas o las redes sociales en pos de una catarsis, y en este caso no puedo evitar acordarme de Edipo Rey, donde Sófocles muestra cómo una estructura aparentemente estable —el reinado, la ciudad, el orden— puede colapsar por una verdad apenas intuida.

Cada cual escoja la traducción en el equipo de esa verdad incómoda: yo había apuntado a que la mejora de la línea defensiva, y por ende de la colocación de todo el equipo, dependía, antes que de la pizarra, de la condición de mariscal de Huijsen. Pero habrá quien señale con el dedo la idea de Alonso de incluir a los tres delanteros, por no saber a quién quitar —o, aún peor, no atreverse—, y no le faltará razón. Decisión que, por mucho que nos duela a los partidarios del tolosarra, aparenta tener ante todo un carácter político, en el peor sentido del término: si se atribuye a Leibniz aquello de que la buena política es el arte de lo posible, la mala política podría definirse como el arte de los apaños.

Imagen del artículo:Dietario millennial de un Mundial de Clubes (IV)

Por otro lado, lo siento especialmente por los madridistas americanos, que parecen condenados a las decepciones cada vez que el Madrid visita su continente, pero, antes que nadie, por mí primero. Ver la cara de Luis Enrique, socarrón, ironizando ante el micrófono de un periodista del Madrid preguntándole si se alegraba mucho, no ayuda demasiado a atenuar mi resentimiento. Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío, pero uno no puede evitar afilar los cuchillos para el domingo. ¿Y si…?

Domingo, 13 de julio

En la temporada 1955-56 se fundó la Copa de Europa, no sin pocos problemas. La UEFA, presionada por distintos intereses en contra, estableció la condición de que todo participante debía ser autorizado por su federación nacional para poder acudir. La Federación Inglesa, que observaba con altivez todo lo nacido fuera de sus fronteras, subrayó su vocación aislacionista y no permitió al campeón inglés disputar el torneo; una vez contemplado el indiscutible éxito de la primera edición, al año siguiente acabó agachando la cerviz y mandando al Manchester United como representante, y desde entonces hasta hoy. Sin embargo, el campeón inglés de 1955 quedó apartado de la posibilidad de hacer historia y escribir su nombre en el trofeo más importante del mundo del fútbol. Aquel equipo, fundado en 1905 por un ataque de celos, respondía al nombre de Chelsea.

Pienso en esto cuando veo a los blues levantar el título de campeón del primer Mundial de Clubes de la historia. El fútbol tiene cierto componente secreto, casi místico, que lo emparenta antes con la poesía que con la estadística. A veces se cobra deudas con décadas de retraso o las devuelve sin previo aviso, en forma de redenciones tardías o gestas improbables. Como si el juego, por sí solo, supiera saldar lo que los despachos negaron.

Imagen del artículo:Dietario millennial de un Mundial de Clubes (IV)

Al mismo tiempo, confieso que no puedo evitar sonreír complacido al ver el rictus de Luis Enrique en el banquillo del París Saint Germain, propio de un paciente aquejado de bruxismo. El fútbol también es esto, me digo. Poesía, pasión y una forma refinada de ironía y —admitámoslo— de mala leche. Justo ahí, entre la épica y el escarnio, encuentra su mayor parecido con la vida.

Lunes, 14 de julio

Empecé este dietario tratando de defender el nuevo Mundial de Clubes frente a las invectivas de Tebas, que lo acusaban de falto de interés. No hace falta ser muy espabilado para percatarse de lo absurdo de aquellas voluntaristas declaraciones, acaso más un deseo que un análisis. Si bien don Javier quizá utilice las audiencias de la final, seguramente inferiores a las de la semifinal, como coartada coyuntural. No debería confiarse. Porque la realidad que muestra el global de los datos no es que la liga supere en interés al Mundial, o al contrario. Lo que se constata, más bien, es algo mucho más simple —y, para algunos, más incómodo—: que el Madrid supera a ambos, y es su ausencia o presencia la que determina casi todas las cosas.

En el ecosistema de nuestro fútbol, el verdadero eje gravitacional no es un calendario ni una federación. Ni siquiera un nuevo torneo estimulante. Es, quiéranlo o no, un escudo blanco.

Getty Images

Entregas anteriores:

Ver detalles de la publicación