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REVISTA PANENKA

·19 de enero de 2022

Decir adiós, perder recuerdos

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El tiempo pasa muy deprisa. No podemos hacer nada contra ello. Estás viendo en tu salón, con tus padres, a Cristiano y a Messi disputar un Clásico. Diez años después, en otro salón, solo, observas atónito sus despedidas. “Fue muy bonito jugar aquí”, dice uno. “Siempre he sentido el reconocimiento y el amor”, dice el otro. Parecía imposible, pero ha sucedido: os habéis hecho mayores. Qué frío ha resultado todo.Me imagino a las parejas recién separadas usando estas mismas formas de decirse adiós. “Ahora es hora de buscar nuevos retos”, “Lo pasamos muy bien juntos”, “Ojalá que volvamos a vernos”. Una rueda de prensa en la cocina, un powerpoint con fotos de los viajes juntos, la voz entrecortada.¿Acaso hay alguna despedida que sea digna? Concentrar cinco, diez o 15 años de tu vida en palabras es imposible. Futbolistas y aficionados sentimos entonces lo mismo: los límites del lenguaje, las palabras no alcanzan a los sentimientos. Nos gustaría decir tantas cosas, pero no podemos. Añorados, esos primeros días después del adiós, nos ponemos vídeos de highlights con canciones de Coldplay de fondo, leemos entrevistas, recordamos goles.Pero estábamos prevenidos. A los aficionados al fútbol, desde pequeños, se nos enseña a no encariñarnos demasiado con los jugadores. Sabes que en cualquier momento los puede fichar otro equipo o que incluso abandonen el deporte. No por ello deja de doler. No es el futbolista el que se marcha, es una parte de tu pasado. Nos habían hecho sentir especiales.Pronto llegará otro jugador a suplir el puesto del que se ha marchado, y volverás a ilusionarte con él. Quizás te compres la camiseta. Los más forofos le pondrán su nombre al perro. Pasados los años, volverá a suceder lo mismo. Porque siempre sucede lo mismo, siempre es igual. Intentamos agarrarnos a cualquier cosa, pero es imposible. “Árbitro, no pites el final que Zidane se nos va”, leímos una vez en el Bernabéu. El último partido de Messi fue una triste derrota contra el Celta en un Camp Nou vacío. Resonaban los ecos de una juventud perdida, allá cuando casi todo era posible En las peores despedidas, nunca sabes que te estás despidiendo. Te llaman un día y te dicen que una persona ha muerto. Recuerdas la última vez que la viste: no le dijiste nada especial. Con los futbolistas es parecido. El último partido de Messi fue una triste derrota contra el Celta en un Camp Nou vacío. Resonaban los ecos de una juventud perdida, allá cuando casi todo era posible.Los adioses más multitudinarios del fútbol también tienen siempre algo amargo. Viendo la última película de Sorrentino, mi novia me dijo que parecía que “la felicidad siempre iba a ser un poco triste”. Así se sienten estos actos. Creo que los estadios abarrotados, clamando los nombres de Totti, Fernando Torres o Martín Palermo, eran conscientes de muchas cosas que nosotros no sabemos. Cantaban, sí, pero nunca fueron más tristes las baladas. Ovacionaban al futbolista, sí, pero qué profundo desgarro había en sus voces. Los que lloraban no lo hacían por lo que habían sido, sino por lo que nunca más volverían a ser.De todas las salidas, las más misteriosas siempre son las rastreras. Como aficionado, uno llega a culpabilizarse. Quizás él merecía algo mejor. Tal vez hicimos algo mal. En realidad, no hay tal. La culpa casi siempre es de los estúpidos egos, las ambiciones desmedidas o de algún representante sanguinario. Y de un plumazo se marchan años de alegrías, y ya nadie se acuerda de nada. El resto, que diría Hamlet, es silencio. Y después del silencio, de nuevo el olvido. Siempre recordamos más el final del viaje que el camino.A veces, cuando echamos la vista atrás, todo se confunde en la memoria. Las grandes noches de fútbol, las derrotas más tristes, los últimos goles, los primeros. Lo importante no es cómo ha sido la despedida del futbolista, sino si aún lo echamos de menos, cuando ya ha pasado el tiempo. ¿Sonreímos al pensarlo? ¿Nos enfurecemos con él? Los jugadores, al igual que los muertos, llevan grabados en el pecho estos versos de Joan Margarit: “Nunca sabré cuál de mis rostros / escogerás un día al recordarme”. Y está bien que sea así. SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKAFotografía de Imago.

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