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Grada3

·26 de marzo de 2024

Cuestión de empatía

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La rueda de prensa previa al encuentro entre España y Brasil dejó una escena con pocos precedentes. Vinicius rompía a llorar tras ser preguntado sobre el acoso sistemático del que es víctima partido tras partido, volviendo a levantar una polémica que es tristemente habitual últimamente cada vez que el Real Madrid visita un estadio de La Liga.

Como no podía ser de otro modo, los adalides de la moralidad no tardaron en reclamar que las lágrimas de Vinicius o bien no eran verdaderas, o bien no son más que un producto de marketing con fin de victimizarse. Un día más, un país entero explicándole a una víctima de un abuso racista sistemático cómo, cuánto y de qué forma puede dolerle ese abuso.


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Pero esto no es, ni de lejos, solo un problema de aquellos que dedican una parte de sus tristes vidas en insultar a un crío de 23 años que se dedica a hacer su trabajo. Justificar esos abusos es también parte del problema. Y quien no lo vea así forma parte de este problema, por mucho que no quiera verlo. Porque no posicionarse en un asunto de tal relevancia social, también es posicionarse.

A lo largo de los últimos dos años hemos tenido que escuchar que a Vinicius se le insulta por provocar. O por entrar al trapo. O por responder a las patadas. Periodistas de gran alcance nacional han asegurado “no haber visto una campaña de victimización como la de Vinicius en toda su vida”. Pocos días después de que El Sadar corease al unísono ‘Vinicius muérete’ y el colegiado decidiese no incluirlo en el acta deliberadamente. Ese es el nivel.

Pero Vinicius no es perfecto, ni mucho menos. Lo sabe él y lo sabe el propio Real Madrid. Se equivoca en el campo muchas veces, y entra en juegos psicológicos que le perjudican a nivel deportivo. Pero Zidane terminó su carrera expulsado en una final del Mundial tras propinarle un cabezazo a Materazzi. O Maradona protagonizó una de las mayores tanganas de la historia del fútbol español después de una final de Copa del Rey en la que recibió patadas de todos los colores.

Y sin embargo, en ninguna de esas ocasiones aquello fue motivo para utilizar descalificativos raciales con ninguno de ellos. ¿Por qué lo es con Vinicius? Bueno, tal y como dicen sus detractores, debe ser porque se lo merece. Al fin y al cabo, en el Madrid juegan Rüdiger, Tchouaméni, Mendy o Rodrygo, y a ninguno de ellos se les llama negro de mierda. Así que algo hará para que a él sí se lo llamen.

Una justificación que emplean muchos que se autodenominan antirracistas, sin darse cuenta de que están ejemplificando a la perfección una situación de racismo implícito situacional. Mientras el negro se comporte como nosotros queremos, será aceptado. Eso sí, en el momento en el que el negro se revele, deje de ser sumiso o no se comporte como nosotros consideramos que es correcto, por ahí sí que no vamos a pasar, negro de mierda. Tan sencillo de explicar y tan difícil de entender para una gran mayoría.

Si cualquier futbolista responde a los insultos de la grada rival tras marcar un gol, es canchero. Si lo hace Vinicius, es un criminal. Si un futbolista pierde tiempo en un campo, está aprovechando los códigos del fútbol. Si lo hace Vinicius, es un mal deportista. Y así con todo. Pero que no os engañen, la persecución con Vinicius viene de mucho más lejos, y, además, viene de distintos focos.

En su primer partido en España, con el filial blanco, le expulsaron después de que le mordieran la cabeza. Literalmente. Estuvieron tres años haciendo mofas con su bajo nivel. Y cuando los balones empezaron a entrar, dejó de dar risa y empezó a dar miedo. Entonces el discurso cambió, y pasó de ser el paquete al provocador. Porque ya no había otra vía por la que atacarle.

Y no es un problema del que solo sean responsables los energúmenos que le insultan. También lo es de todos aquellos que lo justifican. Porque aunque no lo creáis, justificar cualquier tipo de agresión racista te convierte, aunque te parezca inverosímil, en un racista. Y el foco no debe estar solo en las aficiones, sino en todos los clubes, estamentos, periodistas y medios de comunicación que no solo quitan hierro al asunto, sino que culpabilizan a la víctima de ese abuso, porque, al fin y al cabo, ‘algo habrá hecho’.

Unas actitudes que hay que señalar, condenar y repudiar a nivel social. A Vinicius le afecta el abuso racista del que es víctima de forma sistemática, sí. Pero tiene la suerte de estar en una posición social privilegiada desde la que puede luchar contra ese abuso. El problema real es que lleves a tu hijo al campo, te escuche llamar negro de mierda a un futbolista, y al día siguiente se lo llame a su compañero del cole. De ahí nace el problema estructural que denuncia Vinicius y va mucho más allá de lo que pasa en un estadio.

Es verdad que, tristemente, el insulto siempre ha formado parte del fútbol, especialmente por parte de un sector de aficionados con un coeficiente intelectual no muy alto que encuentra en ello el desahogo perfecto para una vida que yo, personalmente, presupongo bastante triste. Pero os la dejaré cortita y al pie: Y no hay mucha más vuelta de tuerca. A partir de la aceptación, podremos empezar a trabajar y cambiar las cosas.

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