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·25 de septiembre de 2020

Convivir con el error

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Sobre el error, el fracaso o el remordimiento ya se ha escrito mucho, pero igualmente nos seguimos tropezando con la misma piedra. «Perder es lo normal» que diría Axel Torres. Cómo afrontar ese error seguramente sea el caso de estudio más habitual relacionado con este hecho. Porque equivocarse no es algo exclusivo de la disciplina deportiva, forma parte de nuestro día a día. Todos nos equivocamos a diario, la gran mayoría en cosas nimias, que no tienen apenas repercusión alguna en nuestra cotidianeidad, pero hay errores que se quedan grabados en nuestro recuerdo. ¿Quién no ha pensado alguna vez en lo valioso que sería poder volver atrás y evitar una acción o unas simples palabras?

Sin embargo, ser conscientes de los errores que cometemos dista mucho de tener la capacidad de asumirlos. Parece que ya lo hemos aceptado como parte de nuestro día a día, pero no es tan habitual reconocerlos como algo inherente a nosotros mismos y al resto. Se buscan excusas en vez de soluciones, se mira a otro lado en lugar de afrontar la situación. Y lo que es peor: se ahonda en el error ajeno en una especie de intento por eclipsar el propio, quizás en una búsqueda de restarle importancia y aliviar la culpa o el remordimiento que pudiera existir. Ya en clave futbolística, el último señalado en una gran cita es Youssef En-Nesyri.


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El Sevilla llegaba con vida a los instantes finales de su duelo frente al Bayern de Múnich por alzarse supercampeón de Europa. Una acción mano a mano del delantero marroquí con Manuel Neuer suponía la gran oportunidad del conjunto hispalense de asestar un golpe con aroma definitivo. Sin embargo, En-Nesyri falló, y Neuer acertó. Una jugada que tras la derrota sevillista se puso bajo el foco, siendo la pregunta más repetida a un Julen Lopetegui que entiende de responsabilidad colectiva y del error como parte del juego.

Resulta absurdo condensar todo aquello que sucede en un juego dinámico, durante ciento veinte minutos, en el que influyen de forma directa veintidós almas e indirectamente incontables actores, en tan solo un remate. Una ocasión que se va al limbo, una oportunidad desaprovechada con un remate mejorable y una parada de mérito. Eso sí, precedida por un pase acertado hacia un desmarque perfecto, o de un error de Alaba en la zona de rechace que facilita todo lo que viene después, o de un buen despeje defensivo en una acción a balón parado.. y así podríamos ir hasta el inicio del partido. El fútbol es un todo, un compendio de errores y aciertos. Y entender esto es el ejercicio mental más sano que existe. Podríamos hablar de la inteligencia posicional de Müller, de los envíos en largo de Kimmich, del pie de Navas para poner centros al área o del inagotable Ocampos, pero al final todo se termina reduciendo incomprensiblemente a un error. Algo para lo que el fútbol además es muy caprichoso; nadie se acordaría de esa ocasión de En-Nesyri si el Sevilla hubiera salido campeón. Un fallo que toma mayor o menor relevancia en base al resultado.

Desde la comodidad de cualquier otro contexto, criticar el error ajeno resulta realmente barato. «Es su trabajo». Hablamos de robots entonces. Deshumanizamos al futbolista. Obviamos todo lo que supone para una persona todo ese escarmiento público por no haber estado acertado. Como ganan millones se justifica que les podamos reprochar de todo, lanzar sobre ellos nuestras penurias. Sí, el trabajo de un futbolista es jugar al fútbol, y el de un delantero (siguiendo esa absurda lógica reduccionista) es marcar goles. Pero el trabajo no siempre sale como a uno le gustaría. Hay labores que tiene más responsabilidad que otras; marcar un gol o evitarlo no es comparable a salvar una vida o dictar sentencias, como tampoco es comparable la presión y la exposición pública a la que se someten ciertos oficios u otros. Saber a lo que te expones cuando tienes ese mano a mano frente a ti, en una final europea, no debe ser nada fácil de manejar, pero al final solo somos conscientes de lo que sufren los protagonistas durante cinco minutos de un documental, después, sobre el verde, volvemos a olvidar la psicología del deportista.

En-Nesyri no tuvo oportunidad de pararse a leer las redes sociales o a escuchar los comentarios de la grada. No le hizo falta para derrumbarse tras el pitido final, asumiendo una responsabilidad que en realidad, como deporte colectivo que es, no era suya, sino compartida. En-Nesyri falló como fallaron los treinta futbolistas que disputaron el partido, como lo hicieron los árbitros, los dos entrenadores o sus numerosos asistentes. Como pudo haber fallado el responsable de megafonía leyendo un nombre o un guarda de seguridad del estadio al no cerrar una puerta con llave. Unos errores tendrán más peso que otros, sin duda, pero al igual que quien marra un penalti es quien se atreve a lanzarlo, quien asume el riesgo de estar ahí en el momento exacto sabe que el error forma parte de esto. Y de todo. Errar es humano, pero el escarmiento público, por desgracia, parece que también.

Bernadett Szabo / Pool

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