La Galerna
·21 de diciembre de 2024
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Por una vez hubo justicia merced a entrenadores, jugadores y aficionados y Vinícius Jr. fue el ganador del premio The Best, el galardón que viene a ser el Balón de oro de la FIFA y cuyo sistema de votación debería ser argumento suficiente para darle a dicho premio un mayor estatus y prestigio que el anhelado premio dorado. En el fútbol sucede lo contrario que en el cine, donde los Globos de Oro han conseguido la aceptación general del público de “antesala de los Óscar” a pesar de ser, hasta hace un par de años al menos, una mera asociación de algo menos de 200 periodistas, por los más de 7000 miembros con los que cuenta la Academia de cine de Hollywood. En el mundo del fútbol, por pura y fría lógica, el Balón de Oro debería ser el Globo de Oro y, por tanto, la antesala del premio de la FIFA, pero por algún extraño motivo que se nos escapa a los que intentamos hacer acopio de un mínimo de coherencia, sucede exactamente al revés. Quizás sea la mayor antigüedad del premio, el misticismo del mismo o incluso hasta el diseño del trofeo, pero el caso es que todo jugador sueña de niño con ganar la pelotita dorada y en los contratos de los jugadores los agentes se precian de incluir cláusulas o bonus por obtener dicho galardón.
Aquí encontramos la segunda incoherencia: que un agente ponga en manos de una caterva de periodistas, cuyo corte hemos podido comprobar reciente y sangrantemente sesgado, los futuros emolumentos extra de su representado es, cuando menos, un acto intelectualmente cuestionable. Y lo es principalmente por la madre de las incoherencias en la que estamos a punto de adentrarnos: los criterios de elección de los ganadores.
En los últimos años hemos podido asistir con un no poco estimable grado de estupefacción a una miríada de incongruencias a la hora de comprobar los ganadores de los premios individuales del fútbol, amén de esos indómitos y cambiantes criterios de elección del ganador que, aunque ahora nos parezcan propios de esta era, en realidad siempre han estado ahí.
No en vano, en el año 2001 se produjo una de las injusticias deportivas más llamativas y dolorosas para el madridismo cuando Raúl, que había sido el jugador más destacado del año siendo el mejor delantero y máximo goleador tanto de la Champions League como de la liga española, perdió el Balón de oro ante un Owen, que presentaba una Copa de la UEFA como principal aval. No es broma, remarco tanto para los que no lo vivieron como para los que decidieron borrar tan infausto y ridículo recuerdo de su mente. La explicación más acertada acerca de cómo pudo suceder esto la dio en su momento el periodista de Mundo Deportivo, Paco Aguilar, que recomendó al madridista en su día conceder una entrevista a France Football para “darse a conocer al mundo y a los periodistas de países remotos” que votaban y apenas si seguían la liga española en comparación con la Premier League. Raúl, poco dado a entrevistas, se negó. Owen la hizo y el desenlace ya es historia. Infausta y ridícula, me permito repetir.
Si aunáramos todos los criterios del Balón de Oro, seguramente el ganador debería haber sido Bellingham
Todo se reduce al verdadero gran enemigo contra el que se ha tenido que enfrentar el Real Madrid sin darle un segundo de tregua, que no es otro que el relato. Como sucede con los premios de cine, cuya carrera hacia ellos muchos actores han catalogado como una verdadera campaña política, todo depende de la narrativa. No importa que Brad Pitt haga de Brad Pitt en Once upon a time in Hollywood y que su mejor interpretación secundaria llegara un par de años más tarde en Babylon; cuando Hollywood decide que es el año de alguien, su camino hacia los premios es sencillamente insoslayable.
En el fútbol hemos podido comprobar un acontecimiento de similar índole recientemente con Rodri. De alguna manera que se nos escapa a todas luces a la comprensión a los aficionados de este deporte, el mediocentro madrileño ha adquirido cierta condición de jugador de culto que le ha permitido ostentar un reconocimiento mundial, que aprovecha todo cultureta mainstream para decir de él que es el mejor jugador del mundo. Saber de fútbol equivale irrefutablemente a decir que Rodri ha sido el mejor en un partido en el que Haaland ha marcado 4 goles y Foden ha dado 3 asistencias porque ha sido el jugador que ha dado equilibrio al equipo y ha permitido controlar el encuentro, dos frases que gustan mucho a este tipo de aficionados en concreto.
El relato cala y lo hace incluso en personas que entienden este deporte y saben de él hasta el punto de que, en la votación de los entrenadores en el premio The Best, Rodri se ha impuesto a Vinícius, aunque por escasos votos. No importa que Vinícius haya sido con mucha diferencia el jugador más desequilibrante del año y el mejor jugador del mundo porque la narrativa se ha impuesto por encima de la realidad, porque si colocas a Rodri en el Real Madrid y a Vinícius en el City, lo más probable es que los ingleses estuvieran aun celebrando su segunda Champions consecutiva y no al revés.
Ya sucedió en la Eurocopa, cuando la narrativa se volvió a imponer a la realidad y se le concedió a Rodri el premio al mejor jugador del torneo cuando su nivel estuvo por debajo del de Fabián (para mí el mejor jugador de la Roja en el torneo continental), Nico Williams, Yamal o incluso Olmo. A pesar de eso e incluso de lesionarse en la final y no notarse su ausencia, el trofeo acabó inexplicablemente en sus vitrinas.
También se impone esta narrativa a los propios criterios de elección del Balón de Oro, donde en primer lugar se premia el rendimiento individual de los jugadores (donde ganaría Vini), después el rendimiento colectivo (donde ganaría Carvajal) y por último el fair play, donde desde luego no debería ganar un jugador que en la celebración de un premio lo primero que hace es burlarse de su rival o acudir a las radios patrias a instruirle con una serie de lecciones morales que posteriormente es incapaz de aplicarse a sí mismo. De hecho, si aunáramos todos los criterios, seguramente el ganador debería haber sido Bellingham, mejor jugador de la liga, fichaje del año, ganador de liga y Champions, mejor jugador joven de la misma, y final de una Eurocopa en la que llevó a la Inglaterra más ramplona jamás vista a la final marcando el gol del torneo con una chilena que salvó a los británicos del abismo. Nada de esto ha importado.
Los premios The Best han sido algo más justos, principalmente porque el mejor jugador del mundo ha sido reconocido como mejor jugador del mundo, que es de lo que se supone que deben de tratarse este tipo de galardones
Los criterios que le han dado a Rodri el premio dorado son los mismos que no hicieron lo propio con un Jorginho que ganó lo mismo pero sumando la Champions. Aquel año la Eurocopa debió ser menos trascendental que este. Tampoco valieron el año pasado, cuando el propio Rodri pudo ganar tras conseguir todo título existente con el City marcando incluso en la final de la Champions el gol de la victoria.
Podría seguir enumerando incongruencias de este tipo, pero encuentro más estimulante continuar con esa verdad para la que seguramente no esté preparado el mundo del fútbol: el año de Rodri no es ni para podio de ningún gran premio. A nivel individual es absolutamente ridículo compararlo no ya con Vinícius y Bellingham, cuyo rendimiento ha estado a años luz del del mediocentro, sino incluso con el de jugadores como Carvajal, Haaland (que ha seguido batiendo unos récords estratosféricos en la Premier a los que se le daban más valor cuando los autores eran Cristiano o Messi), Mbappé (no olvidemos que fue el máximo goleador de la Champions), Harry Kane (cuyo año en el Bayern fue descomunal) o incluso, si de lo que se trataba este año era de premiar a un jugador de culto, el propio Toni Kroos, del que creo que no había mejor año para premiarle, siendo el cerebro de un Madrid que ganó todo y que devolvió la competitividad a una Alemania que llevaba un tiempo perdida y que volvió a encontrarse a sí misma, siendo junto a España la única selección que mostró un nivel propio de un torneo de tal entidad.
Es curioso en este caso que, aunque se ha recalcado lo necesario que era Kroos en este Madrid tras el mal comienzo de temporada del equipo blanco, ni de lejos se ha recalcado el drama que ha supuesto para el City la lesión de Rodri, cuando lo cierto es que el equipo de Guardiola mantuvo un muy buen nivel durante el mes posterior a su lesión y no se cayó hasta entonces. En la selección española, por cierto, han caído Rodri, Carvajal, Nico, Lamine, Olmo y otros jugadores importantes y el nivel del equipo no se ha resentido.
Los premios The Best han sido algo más justos, principalmente porque el mejor jugador del mundo ha sido reconocido como mejor jugador del mundo, que es de lo que se supone que deben de tratarse este tipo de galardones, pero tampoco escapan a la más absoluta sinrazón cuando uno ve que colocan (no hay otra manera de describirlo) a un Messi absolutamente irrelevante en el fútbol profesional como el sexto mejor jugador de 2024, a Emiliano Martínez como mejor portero del mundo cuando sus habilidades como arquero son bastante limitadas o, de nuevo, a Rodri en segundo lugar cuando su año futbolístico no daba para colocarlo entre los grandes jugadores del mismo.
Por supuesto es legítimo alegrarse por Vini, cuya alegría es la nuestra y al que seguramente le venga muy bien este premio a nivel emocional y motivacional, y por la justicia de un premio que el brasileño se merecía más que nadie, pero no perdamos vista la perspectiva que nos permite dilucidar lo que son estos premios: una forma de autobombo que tienen France Football, FIFA y demás organizadores para ofrecer al mundo la imagen que les interese en cada momento y colocarse de nuevo delante de los focos rodeándose de los que son y deberían los verdaderos protagonistas: los que verdaderamente hacen que siga rodando la pelotita que es este mundo del fútbol. Porque el relato podrá ganar estos premios, pero los títulos los ganan los mejores.
Getty Images.
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