Cine italiano en tres colores: Atlético, Barcelona y Real Madrid | OneFootball

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La Galerna

·28 de noviembre de 2022

Cine italiano en tres colores: Atlético, Barcelona y Real Madrid

Imagen del artículo:Cine italiano en tres colores: Atlético, Barcelona y Real Madrid

Continuando con nuestro juego de estas semanas, acudimos al cine italiano. Antes de que alguno alce ancelottianamente una ceja, admitiré que la variedad de las películas abarcadas en semejante cajón de sastre es enorme, en efecto. Pero... ¿Algún cinéfilo se atreve a negar tajantemente la posibilidad de que componga un género en sí mismo?

Cinema Paradiso – Atlético de Madrid

“La vida no es como la has visto en el cine. La vida es más difícil”.


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La historia de un niño que crece amando una ilusión, se marcha a regañadientes de la tierra enferma y decadente que lo vio nacer y vuelve hecho un hombre para encontrar que nada es igual. A primera vista, parece una adaptación sui generis de la trayectoria de Fernando Torres. La metáfora, no obstante, se puede estirar mucho más. El discurso pragmático con el que se insiste a Salvatore acerca de la importancia del esfuerzo mantenido para lograr sus sueños y ambiciones constituye la manida cantinela del cholismo más puro. Y si Totó encaja fácilmente como el Niño, más sencilla resulta aún la identificación del viejo gruñón Alfredo, de amplia sabiduría y escasa paciencia, con otro de los puntales históricos del Atlético de Madrid. El avispado lector entenderá a quién me refiero, y tal y tal.

La película se halla impregnada de emotividad a raudales, quizá con algunos trucos que evocan una nostalgia por momentos excesiva, aunque no por predecibles menos efectivos. Un aura bastante similar a la que el relato colchonero se empeña en mostrar: melancolía suficiente para fundar un paseo entero. La música de Morricone le confiere un carácter inconfundible, y la cinta llega a su culmen en la escena final en la que Salvatore observa todos los cortes que Alfredo guardó para él. Beso a beso. Filmina a filmina. ¿Partido a partido?

La vida es bella – Barcelona

“Buenos días, princesa”.

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La película de Roberto Benigni tuvo un éxito extraordinario e inapelable, más o menos a la altura de los logros barcelonistas del guardiolismo. Galardonada con su particular triplete, que incluyó el Óscar a la mejor cinta extranjera, a la mejor banda sonora y al mejor actor, y además nominada a otras cuatro estatuillas. Por otro lado, y de idéntica forma que ocurre con el Barça, sus fans ensalzan el mensaje que deja más allá del metal atesorado. La condición humana resistiendo en el peor de los infiernos o el juego por encima del resultado son dos leitmotivs aparejados, de manera ineluctable y para siempre, con el film italiano y el club catalán, respectivamente.

Reconozco que resulta imposible no emocionarse con el afán de un padre por hacer llevadero el horror a su hijo. Por muy cínicamente que uno se presente ante la pantalla, descreído por la inverosimilitud del argumento, termina ligeramente conmovido aunque no quiera o sepa muy bien por qué, como aquellos tipos del Bernabéu que, a su pesar, se levantaron a aplaudir a Ronaldinho. No obstante, existe una reflexión moral que convierte el paralelismo entre el film y el club azulgrana en algo un poco menos amable. El excesivo sentimentalismo y el inevitable embellecimiento de una tragedia real contribuye de manera innegable a minimizarla y banalizarla. Por mucho que nos reconcilie con la vida, la película posee una visión demasiado edulcorada de la experiencia del nazismo y los campos de concentración. Hay temas en los que una fábula deliberadamente optimista no tiene cabida sin entrar en conflicto con la memoria real,  cruda y atroz. En este sentido, cierta tendencia a la sobreactuación victimista por parte del Barcelona, con un entorno a menudo experto en sobredimensionar supuestos agravios e inventar relatos ficticios para no afrontar sus derrotas, puede acabar también reduciéndolo en ocasiones a la caricatura. La vida es bella es una película enternecedora, pero es mentira. Y el Barça...

La grande bellezza – Real Madrid

“Pero yo no quería ser simplemente un mundano. Quería convertirme en el rey de los mundanos. Y lo conseguí. Yo no solo quería participar en las fiestas. Quería tener el poder de hacerlas fracasar”.

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Hay tantas lecturas que resulta difícil elegir por dónde empezar. En la más superficial, el cinismo de Jep Gambardella lo empuja a una vida disoluta de lujo y fiestas decadentes que se corresponden con la alegoría perfecta del madridismo narcisista e inmoral que tratan de proyectar los antis. La opulenta bacanal inicial alude a episodios que se instalan en lo mitológico, como los antiguos cumpleaños de Ronaldo Nazario. Por otro lado, los dispendios desmedidos del ritmo de vida de la jet set romana equivaldrían a la desmesura de los peores años que los críticos reprochan al florentinismo, no tanto por gastar sino por hacerlo sin concierto.

Más allá de la contundencia de la secuencia del comienzo, se pueden apreciar matices más interesantes. El protagonista es un escritor brillante que murió prematuramente de éxito y que no encuentra inspiración para un segundo libro; podría recurrir a los trucos literarios que domina para obtener productos sin duda aclamados por un público y una crítica menos inteligentes que él, pero no lo hace por respeto a sí mismo. Toda la película gira en torno a una búsqueda de sentido, de contenido auténtico, que le permita construir una segunda obra a la altura de su ambición. Mientras tanto, se limita a hacer trabajos de aliño en prensa, a los cuales no otorga ningún valor y que sin esfuerzo son abrumadoramente mejores que los de la mayoría. No hace falta que me extienda demasiado: un pasado glorioso e irrepetible, unas expectativas por las nubes, un éxito mantenido en el tiempo casi por inercia, un escrutinio autoimpuesto sobre su día a día, algún enemigo mortal preso de los celos, una huida voluntaria de los discursos idealistas que reconfortan pero sacrifican la lucidez… ¿Acaso no sale sola, la identificación? Para los menos sutiles, únicamente subrayaré que Gambardella viste casi todo el rato chaquetas de color blanco. Nada más. O, mejor dicho: y nada más.

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