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·24 de junio de 2024

Canto de gol: No fue casualidad

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Con todo el camino recorrido el festejo empezó una semana antes, cuando logramos ganarle al otro equipo de Medellín y vimos que Millos tendría que enfrentar Nacional. Expectantes y nerviosos, decidimos igual celebrar el presente y el tiquete a la final, en una noche que se extendió hasta la mañana del domingo siguiente.

Seis días sin dormir bien, con enemil escenarios maquinados por la cabeza, con la angustia y la ansiedad propias de enfrentar al enconado rival paisa y la final más importante en la historia reciente del FPC. Boletas aseguradas gracias al privilegio nada sencillo de abonarse, y además y gracias a ello lograr una entrada para Nando, mi manito residente en España y que había cuadrado meses antes sus vacaciones para regresar a Colombia en junio de 2023.


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Con él justamente cuadramos vernos con mi novia el día anterior, para unas cervezas que disiparan un poco las angustias de lo que se nos vendría 24 horas después. Tuvimos que aguantar a una hincha verde y borracha en el lugar donde estábamos, llena de soberbia y petulancia cantando su pregón verde y augurando su estrella. Nos callamos y solamente dijimos «Nosotros en lo nuestro. Salud».

¿Partido a las 7pm? Qué interesaba. Sin haber dormido, sin querer estar en ningún otro lugar del planeta, llegamos desde por la mañana a hacer fila, aguantar el solazo en los filtros y compartir con familia, amigos, conocidos y compañeros de camiseta la previa. Una hamburguesa en la calle, unas polas más esperando y el ingreso a nuestro sector de siempre, con nuestra gente de siempre. Fotos sonriendo y mostrando la gala del Campín, pero ocultando el revuelto del estómago y las jugarretas de la cabeza y el corazón.

El gol de Nacional no tumbó mi ánimo ni mi fe en el empate. Seguimos cantando y seguí creyendo en el equipo que teníamos y el momento en el que había aterrizado en ese césped perfecto y decorado por la abismal cantidad de pólvora y humo con los que recibimos a los nuestros. Pero los minutos corrían y el segundo tiempo ya iba en su meridiano y el marcador no se movía. Sin poder explicarme cómo o por qué, tenía rabia y ansiedad pero también certeza de que el empate llegaría.

Cuando Llinás revienta el balón y la malla del arco sur se infla era como si los 33.644 asistentes hubiéramos empujado con cada aliento esa pelota. Mi familia y algunos amigos celebraron llorando lo que por fin era el desahogo de un gol en la final. Yo tenía rabia y festejé con un grito similar a «Tenía que llegar, iba a llegar. Vamos carajo» pero sin rendirme aún al llanto. Creí que ‘El Curioso’ Arias nos iba a librar del suplicio de los penales con esa jugada caprichosa que vio el balón irse por la línea final. Estaba escrito: había que sufrir más.

El primer penal de Dorlan aterrizando en el Movistar Arena era una señal preciosa, celebrada como un gol pero rápidamente aguada por el yerro del bueno de Jader. Todo igual. Danovis, pateando como en el patio de la casa y con una tranquilidad envidiable. Otra vez el turno de Jorge, golazo y todo igual. Luego Duque y una euforia anulada por el VAR y, de nuevo, la petulancia de callar al estadio con apenas una ventaja momentánea. Y después, aquel penal de Arias, emulado con la seguridad del Samurai Pereira. El experimentado Zapata errando, y el corazón de nuevo bajando todas esas revoluciones con un balón que aunque con furia no pudo ser encajado por Luis Carlos. Todo igual.

Jarlan, por tercera vez en todo este recuento, ilustró la sobradez de Nacional. Y Montero nuevamente decía NO, para después advertirle a Larry que no iba a atajar más balones. Que era él y ese instante. Hasta ese momento previo de los pasos de Vásquez al centro de la cancha llegó mi lucidez. «Es todo tuyo, Larry, y se acaba esto». Mi novia desfasada de toda cordura me abrió los ojos buscando explicaciones. Estaba tan metida en sí que no entendía que con el gol todo terminaba. Y al verla llorar y cruzar sus dedos mi «calma» se fue a la mierda. «POR FAVOR, LARRY. LARRY POR FAVOR» fueron las últimas palabras que pronuncié en esa noche antes del último pitazo de Carlos Betancur.

La foto con ella y nuestra primer estrella juntos y las hermosas palabras de Wilson, mi amigo y hermano de esta pasión, son el retrato perfecto de cómo terminó la noche más linda del mundo. Y al final, en los últimos minutos dentro del Nemesio Camacho en ese 24 de junio de 2023, nos abrazamos por primera vez con Andrés Rey, amigo y compañero en este Mundo Millos, nuevamente retratando la magia que es Millonarios en nuestra vida. Nada de lo soñado y anhelado se quedó en ilusiones. Nada de lo imaginado se quedó en el plano onírico. Hace un año confirmamos que todo era un deseo real. Que todo sería tangible. Que no fue casualidad.

No hay otro canto de gol posible para acompañar esta incomparable bitácora: ‘La Noche Más Linda’ del cantante puertorriqueño Adalberto Santiago:

Carlos Martínez Rojas@ultrabogotano

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