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·2 de abril de 2019
Campeón como jugador, campeón como manager: Diego Milito, el hombre que volvió por todo

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·2 de abril de 2019
Diego Alberto Milito es Racing. Es el pibe de las inferiores que en el 2001 pasó de convertir un gol clave para esquivar la promoción a formar parte del plantel que cambió la historia y cortó la sequía de 35 años. Es el de los goles en la final de la Champions League 2010 con la camiseta de Inter. Es el que volvió para ser campeón de nuevo, a los 35 años. El que se retiró en el 2016, pero nunca se fue. El que asumió como secretario técnico a principios del 2018 y empezó a forjar otro título desde un rol diferente. Diego Milito es Racing, porque Racing es Diego Milito.
El comienzo de su tarea como manager se produjo tras la reelección de Victor Blanco como presidente y unos días después de la salida de Diego Cocca luego de un segundo paso poco feliz comparado con el primero, en el que ganó el Torneo Inicial 2014, justamente con el Príncipe como conductor adentro del terreno de juego. Su primera decisión fuerte fue apostar por Eduardo Coudet como reemplazante y a partir de ahí empezar a construir un nuevo equipo.
En materia de refuerzos, su gestión se acerca al puntaje perfecto: a excepción de Lisandro López (regresó en 2016 y jugaron juntos seis meses), Augusto Solari (llegó a mediados del 2017), y Matías Zaracho (surgido de inferiores), los restantes ocho titulares ante Tigre llegaron al club bajo su gestión, incluyendo en esta nómina a Renzo Saravia, a quien decidió comprarle su pase luego de un año a préstamo: Arias, Donatti, Sigali, Mena, Nery Domínguez, Pol Fernández y Cvitanich. A todos los eligió junto al Chacho y la respuesta está en la vuelta olímpica.
Y a ellos se les suman otros que no estuvieron desde el inicio como Marcelo Díaz, Neri Cardozo, Jonathan Cristaldo y el marginado Ricardo Centurión, cuyo problemático caso manejó con total diplomacia y si bien no se le permitió volver al plantel profesional, logró que la sangre no llegue al río con una postura salomónica.
Con su tercer título bajo el brazo, el primero en su nuevo rol, el objetivo es ahora el que se le negó varias veces como jugador: un título internacional. No pudo ser en el 2003, cuando cayó por penales en los octavos de final de la Copa Libertadores contra América de Cali; tampoco en el 2015, cuando Guaraní lo sorprendió en cuartos de final; ni en el 2016, cuando no pudo frenar al Atlético Mineiro de Pratto; y tampoco como dirigente en la edición 2018, eliminado por el categórico 0-3 ante River. El 2020 será tiempo de revancha para que la Academia pueda codearse con la gloria que alcanzó en 1967 o, en menor medida, con la Supercopa 1988.
Su futuro es infinito desde que decidió evitar esa picadora de carne que significa ser director técnico y prefirió ser quien los elige junto con los refuerzos. Tal vez su próximo paso sea la presidencia, solo él sabe. Lo que media Avellaneda sabe también que su nombre está ya grabado para siempre entre los más grandes de la institución y nadie podrá sacarlo.