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La Galerna

·15 de septiembre de 2021

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Corrían las navidades del año 2009 cuando el director de cine James Cameron nos mostró la exuberancia de un planeta llamado Pandora y también a sus curiosos habitantes, los Na’vi. Lo que no sabíamos por aquella época es que, siete años antes, uno de esos Na’vi habitaba ya entre nosotros, y más en concreto en Francia. Su tiempo en nuestro planeta no había sido agradable. Su familia tuvo que huir de la República del Congo por culpa de la guerra y la hambruna hasta llegar a un campo de refugiados en Angola, lugar en el que nació nuestro particular Na’vi al que sus padres llamaron Eduardo. El bebé Eduardo acabó en Francia y por esos avatares (permítanme el juego de palabras) que tiene la vida, el joven Eduardo acabó corriendo por la pradera madrileña del Santiago Bernabéu.

El pasado domingo, Carlo Ancelotti hacía debutar a Eduardo Camavinga en el minuto 65 contra el Celta de Vigo y seis después el muchacho anotaba un gol. Debut soñado, sin duda. Antes de eso ya había tenido algún buen gesto técnico, y en la media hora que estuvo en el campo nos mostró sus dos modos de juego; a saber: el “modo Eduardo”, en el que el jugador pierde algún balón cerca del área propia y se queda tan pichi, y el “modo Camavinga”, que consiste en acompañar la jugada desde el inicio aunque no participe en ella, a la espera del error para buscar el lugar concreto y empujar el balón al fondo de la red. Desde aquí, deseamos que el “modo Eduardo” sea fruto de los nervios del debut, de la juventud y de nada más. Camavinga es elegante, se le ve moverse por el campo con mucha naturalidad, como si ese fuera su habitat, al igual que los Na’vi de Pandora, estilizados, ágiles, altos y delgados.


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El chico quería jugar en el Real Madrid, y podemos intuir ese deseo en él no ya porque así lo expresara él mismo (cosa que podríamos imputar al postureo reinante en la sociedad, no iba a decir que desde siempre había sido del Malaquito de Memphis o de cualquier otro equipo pero que bueno, el Real Madrid tampoco estaba mal) sino porque pudo haberse ido a París, donde hubiera ganado mucho más dinero que aquí. Esto también nos habla de la educación que ha recibido en su familia. Pese a las penurias pasadas, los Camavinga siempre vivieron en busca de la felicidad, huyendo de la guerra y del hambre. Y el joven Eduardo, ante la posibilidad de elegir entre ser feliz o “más dinero”, prefirió ser feliz. Esa felicidad se pudo ver en su celebración del gol. Acojámoslo en nuestro seno tanto por ese gesto madridista como por lo mucho que parece que nos va a dar, y no nos precipitemos con el reproche cuando cometa errores, que los cometerá como chaval de 18 años que es. Eduardo Camavinga aparenta convertirse en uno de los nuestros, porque al igual que todos nosotros, soñó desde pequeño con jugar en el Real Madrid. Y él lo ha conseguido.

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