
La Galerna
·26 de marzo de 2021
Apología del panenkismo

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·26 de marzo de 2021
Hierven las ondas y las redes sociales (suponiendo que ambas cosas sean susceptibles de arder) con la polémica entre Roberto Gómez y quienes el veterano periodista llama “panenkitas”.
Por presentar los protagonistas de la controversia al lector menos avezado, aclararemos que los panenkitas han sido bautizados de tal guisa por Gómez en referencia a la revista Panenka, publicación futbolera famosa tanto por su excelso diseño como por el carácter más o menos sesudo de sus análisis futbolísticos. Para presentar al otro contendiente, Roberto Gómez, me contentaré con lo que sea que haya dicho mi compañero Fred Gwynne en la columna de al lado. Él ha venido a ponerse en el bando de Roberto en la trifulca, no sé si en serio o en broma, nunca se sabe con Fred, o a lo mejor lo que sucede es que Fred solo habla en serio cuando habla en broma. Hace tiempo que Fred llama a los panenkitas AICs (Analistas Internacionales Calvos) por mor de la alopecia que suelen sufrir.
Hay excepciones, claro. Miguel Quintana tiene pelazo (también lo tiene nuestro Alberto Cosín, que es lo más parecido a un panenkita que tenemos en La Galerna), y fue precisamente Miguel quien representó al panenkismo en un debate mañanero en Radio Marca, hace un par de días, que para mí es ya historia de la radio, casi tan brillante como la que cantaba Juan Perro. Yo ya tenía pensado ponerme del lado de los panenkitas en esta tesitura, pero la majestuosa intervención de Quintana en el programa ha terminado de eliminar las escasas dudas que aún cupieran. Raúl Varela lo soltó en el ruedo con Roberto Gómez en persona, y el panenkita in pectore toreó el morlaco con un arte inesperado. El pulso fue memorable, y a lo largo del mismo Quintana demostró que no necesita hacer alarde de panenkismo para adjudicarse los tres puntos. Decía otro Miguel (el de La Libreta de Van Gaal) que Roberto se lo llevó a su campo, fuera del panenkismo, y que se labró la victoria a domicilio con una soltura inesperada en quien pertenece al prototipo de futbolero de bata blanca, condición cuasicientífica que acompaña inexorablemente a los panenkitas. Lejos de las probetas, el panenkita de guardia probó atesorar una contundencia apabullante, amén de una retranca por la que no apostábamos.
MIGUEL QUINTANA NO NECESITÓ HACER ALARDE DE PANENKISMO PARA ADJUDICARSE LOS TRES PUNTOS EN SU PARTIDO CONTRA ROBERTO GÓMEZ
-Te sigo desde pequeñito- trató de desarmarle Gómez, con esos usos fronterizos con el dadaísmo que se gasta como perfecto personajazo de las ondas. (No sé si corresponde aclarar que Roberto es incalculablemente más viejo que Miguel).
-Tú no te preocupes, Bobby, que si no entiendes algo yo te lo explico las veces que haga falta- respondió para la posteridad Quintana. En ese momento me recordó a otro Quintana, de nombre The Jesus, tocayo que faroleaba meneando la pelvis ante Lebowski y Sobchack en la obra maestra de los Cohen. Nobody fucks with Quintana.
Por muy bien que me caiga Quintana, no soy sospechoso de atesorar tendencias panenkistas. Hay algo intrínsecamente culé en la pretensión de estudiar el fútbol en el laboratorio. Esa gelidez, como de I+D con cara de acelga, es ADN blaugrana por los cuatro costados. El Barça siempre ha necesitado entender por qué gana para ganar, y esta gente muestra tal empeño en comprender absolutamente todo, tanta obstinación por constreñirlo en fórmulas, que los imagino celebrando en Canaletas cada nueva incorporación a su jerga: que si presión basculante, que si la ubicuidad de los 3/4, que si la transición en escala pusilánime. El Madrid en cambio es al fútbol lo que el sexo a la vida: se practica, no se disecciona; y se alcance el éxtasis sin tomar nota de la metodología.
Ya sé que luego cada panenkita puede ser del equipo que quiera, aunque no sé cuánto puede quedar de tus colores después de tanta lejía de objetividad. Es tan pormenorizada y exacta la falta de pasión característica de esa corriente que se da de tortas con lo imprevisto, con el instinto, con la épica. De nuevo, exactamente como le pasa al Barça, que es la antítesis de la magia. Por eso no me gusta mucho el panenkismo, aunque ahora que me acuerdo he venido aquí a defenderlo, aunque no sé a santo de qué vendrá mi pretensión cuando el panenkismo ni siente ni padece ante los ataques, parapetado como se halla siempre, asépticamente, tras lo que podríamos definir como una suerte de estoicismo pavisoso. Soy demasiado madridista como para simpatizar especialmente con estos adorables nerds del fútbol. Siempre he sido más del 90-60-90 que del 4-4-2, y el único mapa de calor que de verdad me interesa no lo puede reproducir Maldini en horario infantil.
Sin embargo (vuelvo a recordármelo), aquí estoy para blandir mi espada en la protección de esta sarta de beautiful freaks, y esa pretensión se enraíza en la palabra libertad. Robertismo o libertad, podríamos decir, recordando la disyuntiva que nos atañe.
Libertad siempre, digo yo. Si estos chicos quieren colmar sus vidas de flechitas y modismos ininteligibles, ¿por qué impedírselo? ¿Qué mal nos hacen a ti o a mí recitando sin pestañear la alineación de Croacia en el Europeo sub-16 de Leningrado? Aun aceptando la posibilidad de que algunos panenkitas tengan vidas sexuales que disten de la frecuencia y variedad recomendables en personas que están en la flor de la vida, ¿quiénes somos nosotros para censurárselo? No todo el mundo experimenta la continua pulsión erótica del madridista. Son sus costumbres y hay que respetarlas, hasta el punto en que no dudaré en parafrasear al mismísimo Churchill para ir finalizando: no estoy de acuerdo con tu lectura del juego entre líneas de Olusegun III, llegador indetectable del Abuja Rainbows, pero daría la Supercopa de España 90/91, la del gol de Aragón, para que pudieras defenderla. Con la posible excepción de leerte, haría cualquier cosa en este mundo para preservar tu derecho de expresión.