La Galerna
·12 de octubre de 2022
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Casi al mismo tiempo que nuestro Antonio Rüdiger recibió su heroico bautismo de sangre como madridista, recibimos la noticia del fallecimiento, a cinco días de haber cumplido 97 años, de Dame Angela Brigid Lansbury, una de las ya muy escasas estrellas supervivientes de aquel Hollywood de los años 40.
Quien les escribe tiene como mejores recuerdos de su infancia los domingos por la tarde yendo al viejo Chamartín, y también muchas tardes de cine en mi barrio de Salamanca de Madrid. Por eso quiero ligar la felicidad que me proporcionaba siempre mi Real Madrid a la alegría de ciertas películas de imborrable recuerdo, y una de ellas es, sin ninguna duda, “La bruja novata”, producción de Walt Disney que vi una docena de veces en pantalla grande, puede que en el cine Benlliure o quizás en el Fantasio o en el cine Salamanca, todos ellos hoy en día desaparecidos y sedes de grandes supermercados o macrotiendas de productos tecnológicos.
Robert Stevenson dirigió aquella producción de Disney, que mezclaba, como años antes en “Mary Poppins”, imágenes de personajes de carne y hueso con escenas de dibujos animados. Angela Lansbury, actriz de buenas películas en los años 40 (“Luz de gas”, de George Cukor, “El retrato de Dorian Gray”, de Albert Lewin, “El estado de la Unión”, de Frank Capra), en papeles secundarios pero que calaron en su momento, tras una carrera irregular debida en parte al haber criado y cuidado a sus dos hijos, logró interpretar a una antipática solterona obsesionada con la magia y la brujería, y consiguió que la película fuese una de las más taquilleras de 1971 (Oscar a los mejores efectos especiales). Quien la recuerde no podrá olvidar un excepcional partido de fútbol de dibujos animados, entre los amigos del rey león de la isla de Nabumbu (hiena, gorila, cocodrilo, rinoceronte y el propio león contra un equipo de pacíficos animales como el avestruz, el elefante, el hipopótamo y el canguro), arbitrados por el mago farsante Emelius Brown, interpretado por David Tomlinson, que acababa zarandeado por el equipo del león, más marrullero que el Atleti de Aguirre o de Simeone.
Quien les escribe tiene como mejores recuerdos de su infancia los domingos por la tarde yendo al viejo Chamartín, y también muchas tardes de cine en mi barrio de Salamanca de Madrid. Por eso quiero ligar la felicidad que me proporcionaba siempre mi Real Madrid a la alegría de ciertas películas de imborrable recuerdo de lansbury
Lansbury nunca destacó por su atractivo físico, aunque más de un productor decía que sus piernas eran las más esbeltas de Hollywood (con permiso de Cyd Charisse), y sus enormes ojos eran de una particular expresividad, pero era una actriz de notable talento (véase por ejemplo en “El largo y cálido verano”, de Martin Ritt o en “El mensajero del miedo”, de John Frankenheimer, obra maestra indiscutible esta última), aunque su vida privada hacía que desapareciese de las pantallas durante largos periodos.
Su carrera se ligó a las adaptaciones de novelas de Agatha Christie (“Muerte en el Nilo” y “El espejo roto”) a finales de los 70, y, sobre todo a un personaje que parecía también salido de Dame Agatha, una Miss Marple moderna (o quizás más precisamente una Ariadne Oliver, alter ego de Christie y amiga de Hércules Poirot en varias de sus novelas). Hablamos de un personaje que le hizo lograr una fama mundial televisiva, a sus 60 años: la Jessica Fletcher de la serie televisiva “Se ha escrito un crimen”.
Lansbury era a la vez una persona hogareña y familiar pero enormemente luchadora, que volvía una y otra vez a la fama y a los focos de los ídolos de la gran y de la pequeña pantalla. En ese sentido era como tantos líderes silenciosos que han pasado por el vestuario del Real Madrid, sin ser nunca líderes, pero con una capacidad de resistencia y de reinventarse absoluta: un seguro de vida, una apuesta segura de profesionalidad y de dedicación, un perfil bajo pero tremendamente eficaz, un Goyo Benito, un Chendo, un Nacho Fernández.
6 Globos de Oro (4 de ellos por “Se ha escrito un crimen”), 4 premios Tony (en 4 musicales diferentes), un premio BAFTA (la Academia Británica de las Artes Cinematográficas y de la Televisión) y, en 2013, un Oscar Honorífico por su carrera, tras haber sido nominada 3 veces como mejor actriz secundaria. Todo ello sin hacer ruido, sin ninguna estridencia, con talento, dedicación y profesionalidad, notables valores que se enseñaban en la antigua Ciudad Deportiva, y hoy en día en Valdebebas.
A todo ello unía su maravillosa voz (recomendable como siempre ver las películas en su versión original), a la hora de declamar y también de cantar. Una prueba de ello es su doblaje en la notable película de dibujos “La bella y la bestia” (1991), donde nada menos que cantaba el tema principal del largometraje, como la tetera Mrs. Potts.
No olvidemos tampoco su interpretación como la reina española (la verdad es que no parecía muy de nuestro país) Ana de Austria, en la película de 1948 dirigida por George Sidney, y en la que los valientes D’Artagnan (Gene Kelly), Athos (Van Heflin) y el resto de mosqueteros defienden su honor contra el pérfido Richelieu (Vincent Price) y la malvada Milady (Lana Turner). Y ya se sabe que los mosqueteros, madridismo puro, siempre defienden las buenas causas contra todos los males que hay en la Tierra, que son muy abundantes.
Descanse pues en paz, Dame Angela Lansbury, tantos años referente de la infancia feliz de este humilde escribidor.