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La Galerna

·2 de febrero de 2022

Ahora que vuelve Paco Buyo

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Betanzos es tierra de gente noble. Hay lugares que marcan el carácter. Como coruñés, siempre me ha admirado la lealtad del betanceiro. Admito, no sin cierto rubor, que no me gusta su tortilla, pero a cambio disfruto todo lo demás. Mi niñez fue también un montón de horas en esa genialidad misteriosa que es el Pasatempo, que tenía más encanto entonces, abandonado, y había que deambular entre maleza, descubriendo entre las silvas las inscripciones y los rostros de piedra ocultos, asomando en las paredes de roca, huyendo de los pozos tapados por las zarzas, o asombrándose ante el recóndito estanque de aguas turbias, último vestigio de la imaginación de los García Naveira.

Paco Buyo es alma pura de Betanzos. Esta semana anunció con gran pompa su regreso a los terrenos de juego, aunque sea en la Liga de Medios, que es la única competición deportiva en que hasta el árbitro juega con resaca. Será el guardameta del equipo de El Chiringuito, donde ya tengo otros amigos sudando ron y pateando pelotas. Y con su vuelta, siquiera simbólica, me ha asaltado la memoria una nube de nostalgia del tiempo en que era el portero de mi Madrid.


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No conozco apenas al mítico portero, ni siquiera estoy seguro de que fuera ya tertuliano del programa de Josep Pedrerol cuando yo trabajaba en Intereconomía. Pero guardo un recuerdo especial de mucho tiempo atrás: es el único futbolista al que le he pedido un autógrafo.

Ocurrió en mis años del siete. En clase mi número era el 7. También eran 7 los años que tenía. Y el 7 lucía en mi camiseta favorita, la de mi ídolo aquellos días, El Buitre. Acompañaba a mi padre a recoger a alguien al aeropuerto de La Coruña. Y allí estaba él, sentado en un banco al sol, junto a la pista; que entonces los aeropuertos aún no eran peceras futuristas, y se podía salir a echar un cigarro al aire libre mientras esperabas un vuelo. Fue tal la ilusión de ver tan cerca al portero de mi Madrid que, venciendo la timidez apabullante de aquellos días, le pedí papel y boli a mi padre, y corrí hacia Buyo, que me firmó con una sonrisa el autógrafo.

PACO BUYO ES EL ÚNICO FUTBOLISTA AL QUE LE HE PEDIDO UN AUTÓGRAFO

Al instante, me despedí, sin una palabra de más —el primer mandamiento es no dar el coñazo al prójimo—, y regresé a mi lugar, sin dejar de observarlo desde lejos. No había móviles entonces que pudieran entretenerle la espera. Estaba sentado con las piernas flexionadas y los pies en el asiento del banco, con la mirada un tanto melancólica, centrada en el horizonte de la nada. Llegué a imaginar que volvería de Betanzos con alguna mala noticia, o tal vez que regresar a Madrid era también dejar atrás el anonimato de sus calles empedradas, las viejas amistades, y los amigos de escuela. No sé. Parecía triste pero sereno.

No sé cuántas horas después volví a verlo, esta vez a través del televisor, saltando como un gato para despejar un balón que algún desgraciado había situado en la misma escuadra, y echar después una miradita a la defensa, que había dejado tirar a placer al delantero. Esa miradita. De modo que todo estaba bien.

Fue tal vez el último de los viejos porteros. Heroico y con garra. Con estilo propio. Veloz. Insuflaba electricidad al equipo. Veía la portería como un campo de batalla. Barro en la ropa, hierba en la frente. Visera contra el sol. Ademanes de guerrero solitario. Y mucha técnica aprendida sin tecnología, sin teoría, sin adiestradores especializados.

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Representaba el vértice de un madridismo que murió en los 90, dejando a las generaciones posteriores una impronta de carácter que es fácilmente identificable en todos los equipos que han venido después.

Paco Buyo vuelve a jugar al fútbol. Con amigos y no tanto. En el entorno que ahora mejor conoce, el de los medios de comunicación. Eso también le permitirá dar un montón de buenos abrazos, y solventar, tal vez, alguna vieja rencilla a la salida de un córner, el puño al frente, confundiendo balón con cabeza de delante. Que para eso se hace. Para divertirse.

Fue tal vez el último de los viejos porteros. Heroico y con garra. Con estilo propio. Veloz. Insuflaba electricidad al equipo

Vuelve a jugar, decía. Y a mí la excusa de su anuncio me ha servido para reivindicar su figura una vez más, en el madridismo de las últimas décadas, para subrayar su origen humilde y su lealtad, su grandeza tan bien llevada, y su amor al Real Madrid, ejemplo para tantas generaciones. Vuelve y, además, me ha permitido recordar aquella bonita historia del aeropuerto de La Coruña. Que, por más que sea insignificante, me ha transportado a un tiempo en el que mi mundo era blanco y con un balón rodando. Ahí comenzaban y terminaban todas las preocupaciones de la vida. Lástima que tenía razón Gil de Biedma: “que la vida iba en serio / uno lo empieza a descubrir más tarde”.

Larga vida a Paco Buyo. Y a los aperitivos al sol en la plaza de Betanzos.

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