La Colina de Nervión
·11 de noviembre de 2024
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Definitivamente, el Sevilla Fútbol Club no tiene segundo equipo y García Pimienta no ha sido capaz, de momento y como yo pensaba, de suplir estas carencias con cantera y estrategia. Lo de menos es el error de Agoumé, grosero como el de Marcao ante la Real, sino la nula proyección de equipo durante ochenta minutos. El orden no es suficiente porque apostar todo al esquema pautado y con jugadores tan inexpertos, cualquier error te hunde. El sábado era un día propicio para la venganza de los ex (Dmitrovic, Juan Soriano, Óscar, Munir), gentes que quisieron ser y no fueron del todo. El Leganés no ganó; fue el Sevilla Fútbol Club el que se autoderrotó.
Leganés, como Getafe, son no-lugares, como los aeropuertos que señalaba el antropólogo francés Marc Augé: ciudades instrumentales que están pero no son, pueblos tan grandes como inhóspitos, espacios para la desolación y el tedio. En los estadios de los no-lugares los equipos locales no vencen imponiendo su superioridad, sino avisando de su inanidad. Derrotarlos no motiva sino desmotiva, pero las victorias desoladas también valen tres puntos. Que Madrid tenga cinco equipos en Primera División es un exponente obsceno de la concentración de las rentas en este país.
No sé si le estamos pidiendo un milagro a García Pimienta, pero eso es lo que hay que exigirle a los buenos entrenadores: que con materiales diversos insuflen vida a un cuerpo inanimado de equipo. Volverán los lesionados del Sevilla Fútbol Club. En ese sentido, el parón será curativo. El error de Agoumé es tan colosal que el internacional francés no puede ser un mal jugador. Las causas de ese tipo de error son achacables a cualquier circunstancia menos a la falta de calidad futbolística. Solo los malos peloteros incurren en fallos mediocres.
Cuando el gran Silvio tenía un mal día —que eran muchos— un espectador imparcial creería que era un camarero borracho el que había saltado al escenario. Cuando un jugador tan joven como el del Sevilla Fútbol Club provoca un penalti tan estúpido, agarrando por la cintura al delantero en el área, eso no puede ser la acción de un tuercebotas. Hubo días en los que Enrique Montero salió llorando del Sánchez-Pizjuán pensando que nunca podría vivir del fútbol. Yo soy de los que creen que hay Agoumé para rato. Y el error esperpéntico de la otra noche en Butarque —vaya nombre más apropiado para un no-lugar— me lo confirma.