Revista MadridistaReal
·25 de septiembre de 2024
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La mística del Santiago Bernabéu sufrió una mutación. Cambió de bando. De hablar en idioma madridista… a hacerlo, repentinamente, en babazorro. De blanco a azul y blanco. Cuando se auguraba un triunfo holgado del Real Madrid, ante su gente, se dio cita un asistente sin invitación previa: el Alavés de Luis García Plaza. Equipo de autor, de mandíbula apretada. Tanto es así que en dos minutos consiguió dos tantos, lo que dibujó un final de infarto que se extendió hasta los 12′.
Con un 3-0 en el luminoso (Lucas Vázquez, Mbappé y Rodrygo habían convertido), Benavídez, desde el balcón del área, optó por frotar la lámpara. Mejor, imposible. Su chut, a media altura, murió besando las redes de la portería defendida por Courtois. Corría el 84′ de encuentro y, pese al tanto en contra, el semblante capitalino transmitía serenidad, entereza. Nada de sobresaltos. Pero, a renglón seguido, terremoto a la vista.
Al conquense, Kike García, no le tembló el pulso a la hora de ejecutar el segundo de los suyos (minuto 86). Encontró un pequeño latifundio en la zona de Vallejo y definió como mandan los cánones ante el meta belga. Todo, a la velocidad de la luz. En cuestión de segundos, el panorama se llenó de borrones e inquietud en el Real Madrid.
La parroquia merengue estaba sumergida en el pánico, al igual que un Ancelotti que cumplía 300 encuentros al frente del banquillo del Madrid. Para enfriar el asunto, que pasaba de castaño a oscuro, puesto que el Alavés coleccionaba varias ocasiones con visos de poner las tablas en el marcador, el técnico italiano dio rienda suelta a Fran García en detrimento de Vinicius.
Con seis minutos de añadido, el conjunto blanco rondó el harakiri. Sin domesticar la pelota, provocaron que los foráneos mantuvieran las constantes vitales en todo momento. Y, a modo de colofón, sobre la bocina, Guevara tuvo en sus pies el 3-3. Aunque, su envío, entre un enjambre de piernas, se marchó desviado. Tras ello, final y suspiro. Alivio. Tres puntos agónicos.