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·23 January 2025

¿Y si Messi acabara jugando en Groenlandia?

Article image:¿Y si Messi acabara jugando en Groenlandia?

Hagamos un pequeño ejercicio de fútbol-ficción. ¿Os imagináis a Leo Messi jugando entre glaciares en una tierra donde no existen carreteras y donde su población apenas alcanza los 60.000 habitantes (menos que ciudades como Granollers, Irún o Ponferrada)? Suena a algo insólito, la verdad. Y aunque las vacas algún día puedan volar, es difícil aventurarse a la presencia del astro argentino en tierras groenlandesas. Porque sí, estamos hablando de Groenlandia, la isla más grande del mundo y, hoy, uno de los principales reclamos del recién retornado a la Casa Blanca, Donald Trump.

Pero ¿qué tiene esto que ver con el fútbol, os preguntaréis? Pues, a simple vista, poco y nada. Se trata más de una situación geopolítica que deportiva, pero, como ya sabéis, todo se puede contar a través de un balón. Aún más cuando el empuje de Groenlandia por fomentar este deporte ha crecido a pasos agigantados en estos últimos años. De hecho, la selección nacional ya ha presentado las que van a ser sus dos equipaciones de cara a 2025, juntamente con la marca danesa Hummel (acordaos de Dinamarca). Dos camisetas que reivindican la cultura autóctona, tanto con símbolos de la mitología inuit como con la representación de los glaciares árticos. Juzguen ustedes mismos: la perfección hecha en camisetas.


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Pero antes de volver al fútbol, sigamos respondiendo a varias cuestiones para entender la importancia de este territorio. Porque, si no es un país, entonces, ¿de quién es Groenlandia? Pues bien, esta no tan remota isla forma parte del Reino de Dinamarca desde 1814 en virtud del Tratado de Kiel. Tal tratado fue un acuerdo internacional entre Suecia y el reino danés que se llevó a cabo después de las guerras napoleónicas, donde Dinamarca, al encontrarse en el bando de los vencidos, se vio obligada a ceder Noruega al reino sueco. Sin embargo, Groenlandia, una antigua posesión noruega que Dinamarca había anexado tras unirse a sus vecinos del norte en el siglo XVI, quedaría bajo soberanía danesa al no ser incluida en el tratado junto a Islandia y las Islas Feroe.

Desde entonces, Groenlandia actuó como colonia danesa, aunque durante la Segunda Guerra Mundial fue ocupada por Estados Unidos, dado que la Alemania nazi se había hecho con territorio danés. Un corto periodo de cuatro años (1941-1945), pero que permitió a los groenlandeses abrirse al mercado americano, hecho que hasta entonces no había sido posible dado el estricto monopolio comercial que había mantenido la corona danesa sobre la isla. Precisamente por ello creció el sentimiento de autonomía por parte de sus habitantes, junto al interés geopolítico de Estados Unidos en hacerse con el territorio.

Ya puede venir el Inter de Miami, que Groenlandia se encuentra más sola que nunca. Porque, a pesar de acaparar los focos con las constantes declaraciones de Trump, este interés no va en favor de los pocos habitantes de la milenaria isla

Un interés que no era nuevo. Casi un siglo antes, en 1867, la cúpula del gobierno de Andrew Johnson se planteó la compra de Groenlandia por 5,5 millones de dólares a Dinamarca. Eran tiempos en los que Estados Unidos se expandía mediante la compra de territorios. En 1803 le había comprado Luisiana a Francia, en 1819 Florida a España y, aquel mismo 1867, Alaska a Rusia. Sin embargo, la propuesta de compra nunca se concretó. Pero ya en 1946, y tras esos años de ocupación, el presidente Harry S. Truman ofreció 100 millones de dólares en oro a los daneses para quedarse definitivamente con la isla. Ya en ese entonces, Groenlandia era vista como un punto estratégico para la Guerra Fría que se avecinaba, pero Dinamarca, liberada de los nazis, rechazó la oferta.

En 1953, el estatus colonial de Groenlandia cambia al incorporarse la isla de forma oficial al Reino danés, mientras que, en 1979, se aprobará una ley de autonomía que permitirá a los groenlandeses constituir su propio gobierno, aunque, eso sí, siempre bajo el amparo de Dinamarca. Algo que en 2009 cambiará de nuevo tras celebrarse un referéndum para el autogobierno de Groenlandia. La victoria del “sí” otorgará a la isla el control de sus propios recursos, así como el reconocimiento de pueblo independiente y del groenlandés como única lengua oficial. No obstante, y así es como se encuentra hoy en día, Dinamarca mantiene el control de los Asuntos Exteriores y de Defensa, además de suministrar al territorio una subvención anual para ayudar a su desarrollo.

La historia está muy bien, pero Groenlandia esconde algo que la convierte en la tierra que tanto anhela Donald Trump. Desde mediados del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, Groenlandia ha sido un lugar clave para la explotación de minerales como el cobre, el zinc y el uranio. Aunque, por si fuera poco, en la década de 1970 comenzó la explotación de petróleo y gas en el noreste y noroeste de la isla, con yacimientos equivalentes a la mitad de las reservas saudíes. Una riqueza de recursos que cada vez son más escasos en el globo y que han atraído, como buitres, a las grandes potencias. A ello hay que añadir la cuestión del cambio climático, que ha causado estragos en el Ártico, y el deshielo parece haber abierto rutas comerciales que podrían abaratar muchos costes.

¿Os imagináis a Messi jugando entre glaciares en una tierra donde no existen carreteras y donde su población apenas alcanza los 60.000 habitantes (menos que ciudades como Granollers, Irún o Ponferrada)?

Eso no es todo. Porque Groenlandia, que solo representa el 1% de la población danesa, se encuentra prácticamente deshabitada. Las condiciones de vida no son nada sencillas, y sus habitantes no cuentan con los recursos necesarios para vivir. El nivel educativo es bajo y, como hemos dicho al principio, no hay carreteras que conecten las distintas poblaciones. Además, su balanza comercial es negativa, y las tasas de alcoholismo y suicidio son muy altas. Es por eso por lo que los groenlandeses empiezan a ver a Dinamarca como un problema, a pesar de su enorme dependencia económica con el continente.

Pero todavía hay que darle una vuelta más a este asunto. Porque al interés de Estados Unidos por estos supuestos recursos minerales y energéticos, así como su posición estratégica en el Ártico, hay que añadirle los intereses de las dos potencias rivales del tío Sam: China y Rusia. Y es que, mientras China ha incrementado su presencia en Groenlandia a través de acciones en empresas mineras y energéticas locales, Rusia mantiene que el Ártico forma parte de su “esfera de interés nacional y estratégico”, en palabras del portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov. Un factor que asusta a Donald Trump, y con el que ha encontrado un caballo de Troya ideal para volver al interés que ya mostró por Groenlandia en 2019 durante su primera etapa como presidente. Ahora, la excusa se basa en “la defensa de su seguridad económica”.

¿Y dónde queda el fútbol tras toda esta vara? La última pregunta para responder, y seguramente la más interesante. Porque, como hemos dicho, Groenlandia es un territorio con altas tasas de alcoholismo y suicidios, y el poder globalizador del fútbol, capaz de llegar a los lugares más remotos del globo, sirve a muchos groenlandeses como vía de escape ante problemas como la depresión y la soledad. Y es por ello que, en estos últimos años, el deporte se ha desarrollado, en parte gracias a la ayuda de la federación danesa (DBU), pero también con los esfuerzos de la Asociación de Fútbol de Groenlandia (KAK) para seguir escalando, y quién sabe si en un futuro convertir a su selección en oficial, así como son las Islas Feroe, también provincia autónoma de Dinamarca.

Tanto para la FIFA como para la UEFA, Groenlandia sigue siendo una provincia más de Dinamarca, a pesar de los acercamientos que en su momento protagonizó Sepp Blatter, cuando en 2010 visitó la isla para inaugurar el primer estadio de césped artificial

Sin embargo, tanto para la FIFA como para la UEFA, Groenlandia sigue siendo una provincia más de Dinamarca, a pesar de los acercamientos del máximo órgano rector del fútbol mediante Sepp Blatter, cuando en 2010 visitó la isla para inaugurar el primer estadio de césped artificial, financiado en un 80% por el programa One Goal. En aquella ocasión, el presidente de la FIFA deslizó que Groenlandia solo necesitaría obtener la independencia para poder ser reconocida como selección, aunque, poco tiempo después, la FIFA reconocería como miembros de pleno derecho a Kosovo y Gibraltar.

Precisamente, estas dos últimas federaciones fueron las últimas en ser reconocidas por la FIFA, no sin polémicas dadas las condiciones geopolíticas de ambos territorios. Desde entonces, formar parte de la FIFA se ha convertido en un arduo proceso, donde tan solo serán aceptadas aquellas federaciones que formen parte de un país reconocido por las Naciones Unidas. Sin posibilidad alguna para la KAK, el pasado verano emitieron un comunicado que sorprendió a toda la comunidad futbolera solicitando su adhesión a la CONCACAF, la confederación de Centro y Norteamérica. Una solicitud que no prosperó, por lo que a Groenlandia solo le queda disputar los Juegos de las Islas, un evento multideportivo donde se enfrentan equipos de diversas islas europeas, además de amistosos, como fue su última derrota ante Turkmenistán.

Un territorio que podría ser país, rico en recursos, con una cultura lejana pero siempre fascinante, con sus propias costumbres y tradiciones, pero del que el ojo ajeno tan solo ve negocio y poder. Y ni siquiera el fútbol es una opción, aislado como uno más de sus habitantes por instituciones más preocupadas en llenarse el bolsillo. Qué vamos a decir a estas alturas. Ya puede venir el Inter de Miami de Leo Messi y compañía, que Groenlandia se encuentra más sola que nunca. Porque, a pesar de acaparar los focos y la atención de medio mundo con las constantes declaraciones de Donald Trump, como ya nos podemos imaginar, este interés no va en favor de los pocos habitantes preocupados por el futuro de su milenaria isla, sino que solo se basa en un caballero llamado don dinero.


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Fotografía de Getty Images.

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