Rashford al Barça, ¿la pieza que le faltaba a Flick? | OneFootball

Rashford al Barça, ¿la pieza que le faltaba a Flick? | OneFootball

In partnership with

Yahoo sports
Icon: Notas de Fútbol

Notas de Fútbol

·23 July 2025

Rashford al Barça, ¿la pieza que le faltaba a Flick?

Article image:Rashford al Barça, ¿la pieza que le faltaba a Flick?

Hay fichajes que llegan en el momento perfecto, cuando las estrellas se alinean y todo parece encajar como las piezas de un rompecabezas. Y luego están los fichajes que llegan por descarte, por necesidad, porque los planes A, B y hasta C se han ido al traste. Marcus Rashford aterriza en Barcelona en esta segunda categoría, pero quizá —solo quizá— eso no sea necesariamente malo.

Porque si algo nos ha enseñado Hansi Flick en su primera temporada al frente del Barcelona es que tiene un don especial para sacar oro de donde otros solo veían piedras. El caso de Raphinha es, en este sentido, paradigmático. El brasileño llegó a la Ciudad Condal entre dudas y críticas, con el peso de una inversión millonaria que muchos consideraban excesiva. Durante las primeras temporadas, esas dudas parecían justificadas: rendimiento irregular, actuaciones que alternaban destellos de calidad con largos períodos de invisibilidad, y una sensación generalizada de que el Barcelona había pagado demasiado por demasiado poco.


OneFootball Videos


Pero entonces llegó Flick. Y con él, una transformación que pocos vieron venir.

El técnico alemán vio en Raphinha lo que otros no habían sabido ver, o quizá lo que no habían sabido extraer. Le dio confianza, le diseñó un sistema que potenciaba sus virtudes y minimizaba sus defectos, y sobre todo, le transmitió esa sensación tan necesaria en el fútbol de élite: la de sentirse importante, indispensable. Los números hablan por sí solos: 30 goles y 23 asistencias en una temporada que ha catapultado al brasileño a la conversación del Balón de Oro. No está mal para alguien que hace apenas un año era cuestionado por gran parte de la afición culé.

¿Puede Flick repetir la fórmula con Rashford? La pregunta no es baladí, porque el inglés llega al Camp Nou en una situación similar a la que vivió Raphinha antes de la llegada del alemán. Temporadas irregulares, rendimiento por debajo de las expectativas, y esa sensación de que su mejor versión quedó atrás, perdida en algún lugar entre las lesiones, los cambios de entrenador y la presión de ser la cara visible de un Manchester United en crisis perpetua.

Pero hay algo en el método Flick que invita al optimismo. Su Barcelona no es el Barcelona de Guardiola, ni el de Luis Enrique, ni siquiera el de Xavi. Es un equipo más directo, más vertical, que busca llegar rápido a la portería rival sin renunciar a la posesión pero sin obsesionarse con ella. Un estilo que, sobre el papel, debería encajar como anillo al dedo con las características de un Rashford que siempre ha sido más letal en espacios abiertos que en laberintos tácticos cerrados.

Los planes que se fueron al traste

Claro que Rashford no era el plan original. Eso lo sabemos todos, aunque la realidad es más compleja de lo que parece a primera vista. Porque en el Barcelona de 2025, como en cualquier gran club, no hay un solo plan, sino varios planes que se mueven en paralelo, cada uno con sus propios impulsores y sus propias lógicas.

Dicen los mentideros —y en el fútbol los mentideros suelen acertar más de lo que nos gustaría admitir— que Nico Williams era el fichaje de Laporta. El presidente, siempre con ojo para el marketing y la repercusión mediática, veía en el extremo del Athletic la combinación perfecta: talento, juventud, y esa pizca de espectáculo que tanto gusta a las gradas. Durante semanas parecía que el fichaje estaba prácticamente cerrado. Williams había dado el sí, las cifras cuadraban, y en Barcelona ya se frotaban las manos pensando en el impacto que podría tener un jugador de sus características. Pero entonces llegaron las dudas, las exigencias de cláusulas liberatorias por si no podía ser inscrito, y todo se fue al traste. Williams renovó con el Athletic hasta 2035, y Laporta se quedó sin su fichaje estrella.

El plan de Deco, el director deportivo, tenía nombre y apellidos: Luis Díaz. El colombiano del Liverpool encajaba en el perfil técnico que buscaba el exfutbolista brasileño: velocidad, desborde, gol, y esa capacidad de desequilibrar que tanto necesita un equipo que aspira a competir en todos los frentes. Pero el Liverpool no estaba por la labor de negociar, y las cifras que manejaban —por encima de los 60 millones que el Barcelona estaba dispuesto a pagar— hicieron que la operación se enfriara hasta convertirse en una quimera.

Y luego estaba el plan de Flick. El técnico alemán, más pragmático que visionario, más centrado en lo que necesitaba su equipo que en lo que podía vender la oficina de marketing, tenía claro desde el principio cuál era su objetivo: Marcus Rashford.

Y así llegamos a Rashford. Por descarte, sí, pero también por oportunidad. Porque a veces el fútbol funciona así: cuando una puerta se cierra, otra se abre, y lo que parecía un plan C puede acabar siendo la solución perfecta para un problema que ni siquiera sabías que tenías.

Una apuesta de bajo riesgo

El inglés llega en calidad de cedido, con una opción de compra que ronda los 30 millones de euros. Y aquí está, quizá, una de las claves de toda la operación: el riesgo es mínimo. Cifras asumibles para un Barcelona que ha tenido que aprender a moverse en el mercado con la calculadora en una mano y la creatividad en la otra, pero sobre todo, una estructura que protege al club de cualquier escenario adverso.

Porque pensémoslo fríamente: si Rashford no funciona, si la temporada es nefasta, si no logra adaptarse al estilo de Flick o a la presión del Camp Nou, el Barcelona simplemente lo devuelve al Manchester United y punto. Sin pérdidas económicas, sin jugadores bloqueando fichas, sin esa sensación amarga de haber tirado el dinero por la ventana que tantas veces ha experimentado el barcelonismo en los últimos años.

Pero si funciona, si Flick logra hacer con él lo mismo que hizo con Raphinha, entonces el Barcelona habrá conseguido un jugador que Transfermarkt valora en 50 millones de euros por apenas 30. Una ganga en un mercado inflacionado donde cualquier extremo con un mínimo de calidad cuesta una fortuna. Es, en definitiva, una apuesta de bajo riesgo y alto potencial de retorno, el tipo de operación que cualquier director deportivo sueña con hacer.

Más allá de los números, lo interesante es el momento. Rashford necesita un cambio de aires, un entorno que le devuelva la confianza y le recuerde por qué llegó a ser considerado una de las grandes promesas del fútbol inglés. Y Flick necesita profundidad en ataque, alternativas que le permitan rotar sin perder calidad, jugadores que entiendan su idea de fútbol y se adapten a ella sin necesidad de largos períodos de adaptación.

¿Pero funcionará? Ahí está la gran incógnita. Porque una cosa es la teoría y otra muy distinta la práctica. Rashford llega con 27 años, una edad en la que un futbolista ya debería haber encontrado su mejor versión, pero también una edad en la que todavía hay margen para la reinvención. Sus últimas temporadas en el Manchester United han sido, siendo generosos, irregulares. Momentos de brillantez intercalados con largos períodos de apatía, como si el peso de ser la referencia ofensiva de un equipo en crisis hubiera acabado por asfixiar su talento natural.

La llegada de Ruben Amorim hace unos meses al banquillo del United no hizo sino empeorar las cosas para el inglés. El técnico portugués, en un gesto que muchos interpretaron como simbólico, le retiró el dorsal 10 para dárselo a Mateus Cunha, una decisión que dolió más por lo que representaba que por el número en sí. Era la confirmación de que Rashford ya no era intocable, de que su estatus en el club había cambiado de forma irreversible. La cesión al Aston Villa en enero fue el punto final de una relación que se había deteriorado hasta límites insospechados.

En Birmingham, Rashford intentó recuperar sensaciones, pero ni siquiera el cambio de aires logró devolverle esa chispa que le había convertido en uno de los jugadores más prometedores de su generación. Los números fueron discretos, las actuaciones irregulares, y la sensación general fue la de un jugador que había perdido el rumbo y no sabía cómo encontrarlo.

Pero quizá esa sea precisamente la clave. En Barcelona no será la estrella, no tendrá que cargar con el peso de ser el salvador. Será una pieza más en un engranaje que ya funciona, un complemento a un ataque que ya ha demostrado ser letal con Lewandowski, Raphinha y Lamine Yamal como principales referencias. La presión será menor, las expectativas más manejables, y eso podría ser exactamente lo que necesita para volver a ser el jugador que fue.

Tácticamente, Rashford encaja en el perfil que busca Flick para la banda izquierda. Es rápido, tiene llegada, puede jugar tanto por dentro como por fuera, y su capacidad de finalización —cuando está en forma— es incuestionable. El sistema 4-2-3-1 del alemán le permitiría moverse con libertad, intercambiar posiciones con sus compañeros, y aprovechar esos espacios que se generan cuando el equipo presiona alto y recupera balones en campo contrario.

Pero también hay dudas legítimas. ¿Está Rashford mentalmente preparado para un cambio de esta magnitud? ¿Será capaz de adaptarse a un estilo de juego diferente, a una liga diferente, a una presión diferente? ¿Puede Flick repetir con él la magia que hizo con Raphinha, o el brasileño fue un caso único, irrepetible?

La respuesta, como casi siempre en el fútbol, la tendremos sobre el terreno de juego. Pero hay algo en la historia reciente del Barcelona de Flick que invita al optimismo. No solo por el caso Raphinha, sino por la forma en que el alemán ha conseguido sacar el máximo rendimiento de jugadores que parecían estancados. Lewandowski ha vuelto a ser el goleador letal que era en el Bayern, Lamine Yamal ha dado el salto definitivo a la élite mundial, y hasta jugadores como Pedri o Gavi han encontrado nuevas dimensiones en su juego bajo la batuta del técnico alemán.

Flick tiene esa capacidad, casi mágica, de hacer que los jugadores se sientan importantes, de transmitirles la confianza necesaria para dar lo mejor de sí mismos. Su método no es revolucionario, pero sí efectivo: claridad táctica, exigencia física, y sobre todo, la sensación de que cada jugador tiene un papel específico e importante en el funcionamiento del equipo.

Rashford llega a Barcelona en un momento crucial de su carrera. A los 27 años, sabe que esta puede ser su última oportunidad de demostrar que sigue siendo el jugador que deslumbró al mundo en sus primeros años en el Manchester United. El Barcelona, por su parte, necesita profundidad en ataque, alternativas que le permitan competir en todos los frentes sin depender exclusivamente de sus estrellas.

Es un matrimonio de conveniencia, sí, pero también de necesidades mutuas. Y a veces, esos son los que mejor funcionan.

¿Será Rashford la pieza que le faltaba a Flick? Imposible saberlo ahora. Pero si algo nos ha enseñado el fútbol es que los grandes entrenadores tienen la capacidad de convertir las necesidades en virtudes, los planes C en soluciones perfectas. Flick ya lo ha demostrado con Raphinha. Ahora tiene la oportunidad de volver a hacerlo con Rashford.

Y si lo consigue, si logra devolver al inglés a su mejor versión, habrá demostrado una vez más que en el fútbol, como en la vida, a veces las mejores historias son las que nadie vio venir. Porque al final, quizá Rashford no sea la pieza que le faltaba a Flick. Quizá sea algo mejor: la pieza que no sabía que necesitaba.

En NdF | Rashford en año y medio (2017)

View publisher imprint