
La Galerna
·30 July 2025
Los veranos de nuestras vidas

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·30 July 2025
Hace unos días el Real Madrid nos recordaba en sus canales oficiales que se cumplían 25 años de la llegada de Florentino Pérez a la presidencia. 25 años de una excelencia sin precedentes. Porque si del mandato presidencial de Florentino Pérez podemos destacar algo es precisamente el legado del trabajo bien hecho. Desde su llegada, y salvo el paréntesis de tres años fuera del club, el Real Madrid ha situado su marca en lo más alto del deporte mundial. Aquel verano de hace 25 años quizá fue el mejor verano de nuestras vidas. O uno de los primeros mejores veranos de nuestras vidas.
Si bien aquel lejano 17 de julio del 2000 el madridismo no podía atisbar qué nos deparaba el futuro, sí que podemos decir que la llegada de Florentino Pérez fue arrolladora. El Real Madrid venía de ganar su octava Champions, segunda en apenas dos años, y deportivamente parecía que la gestión de Lorenzo Sanz sería imbatible. Sin embargo, Florentino Pérez habló sin tapujos sobre la situación financiera de la entidad y sobre los riesgos que se nos avecinaban si seguíamos así. El plan Pérez era situar al Madrid como la primera marca y para ello, llevar las riendas del club como quien gestiona una multinacional.
Hace unos días el Real Madrid nos recordaba en sus canales oficiales que se cumplían 25 años de la llegada de Florentino Pérez a la presidencia. 25 años de una excelencia sin precedentes
Para la época era una apuesta tan arriesgada como marciana. Un señor con apariencia funcionarial venía a decirnos a todos que debíamos multiplicar la apuesta para ganar a largo plazo. Para ello, traería a los mejores jugadores del momento y el marketing obraría el milagro. De hecho, Florentino Pérez como socio ya llevaba años hablando de una reforma total del Santiago Bernabéu como pieza angular del negocio. Francamente, aquel verano solamente un milagro parecía poder darle la victoria.
Y el milagro fue la fe del madridismo en un señor que se presentó con la seriedad que hoy es su carta de presentación. Y si fuera poco, para remarcar que su discurso no se cimentaba en el vacío, hizo una apuesta: si él era elegido presidente, su primer fichaje sería Luis Figo. La estrella del Barcelona, el capitán culé y símbolo del club, sería merengue. El crack portugués iba a ser el primer galáctico. Para que propios y extraños tuvieran claro que iba en serio, Florentino advertía: «Si gano y Figo no viene, pagaré el abono de los socios durante un año».
Dicho y hecho. El 24 de julio de 2000, Luis Figo fue anunciado finalmente por el Real Madrid. Terminaba así la historia más rocambolesca de un fichaje del Madrid moderno. Aquel traspaso, más allá de la resonancia mediática y la rivalidad histórica entre ambos clubes, sigue definiendo al Florentino Pérez más hábil. Por cierto, Netflix tiene un gran documental sobre todo esto llamado El caso Figo: El fichaje del siglo.
En esos primeros veranos con Florentino, pensábamos que todo era posible. Vivíamos en nuestro particular Edén. Florentino nos maleducó. Nuestro presidente nos acostumbró a que todos los veranos fueran los veranos de nuestras vidas
Con Figo llegó el Florentinato, esa gestión presidencial donde lo económico y lo deportivo conviven en la excelencia más alta y jamás vista ni experimentada por un club deportivo. Porque la llegada del luso escenificaba el terremoto que experimentaría el fútbol con la llegada de Florentino Pérez. Luego se sumarían a la iniciativa galáctica Zidane, Ronaldo Nazario y Beckham. Con ellos y muchos más, se firmaría una etapa inolvidable de nuestra etapa reciente. Una gestión que hoy es envidiada en el mundo entero. Por poner un ejemplo reciente, Boca Juniors atraviesa una época oscura en la que la dirección deportiva va dando tumbos. Pues bien, los periodistas más prestigiosos recurren a una entrevista con Florentino Pérez donde el mandatario blanco explica cuál fue la hoja de ruta y cómo la puso en marcha. Para ellos, el señor Pérez representa a la perfección lo que debe ser un presidente moderno.
En esos primeros veranos con Florentino, pensábamos que todo era posible. Vivíamos en nuestro particular Edén. Florentino nos maleducó. Nuestro presidente nos acostumbró a que todos los veranos fueran los veranos de nuestras vidas. Y por todos es sabido que la felicidad nunca es plena ni puede durar la eternidad. Pero el recuerdo del esplendor en la hierba nos acompañará por siempre.
En algún momento, todos buscamos vivir el mejor verano de nuestras vidas. Quien más, quien menos asocia ese momento estelar a un lugar o a un recuerdo. Está comúnmente aceptado que este verano magnífico puede producirse en nuestra infancia o adolescencia, normalmente en un pueblo remoto de donde son nuestros ancestros o tal vez en alguna población con mar. También es bastante común que alguien te asocie el mejor verano de su vida con su juventud. Quien se manifiesta en este segundo grupo seguramente hizo el Interrail con alguna novia que conoció de Erasmus o fue de mochilero a Vietnam con amigos.
Cuando uno es joven, cree que tiene la vida por delante. Esta creencia está muy extendida, pero todos sabemos que es una creencia errónea. Cualquiera que haya superado los dieciocho años lo sabe aunque no quiera admitirlo. De ahí, de esa apariencia fruto de una creencia extendida pero errónea, nace el poema No volveré a ser joven. Este espléndido poema del escritor Jaime Gil De Biedma, una de las mayores proezas de nuestra literatura contemporánea, parece querer advertirnos de que la juventud no nos acompañará siempre, y de que corremos el peligro de pasar por la vida como uno de esos turistas japoneses que no dejan de hacerle fotos a Las Meninas pero no se detienen a deleitarse con la gran obra de Velázquez.
Por eso, que Florentino nos maleducara haciéndonos creer que todos los veranos iban a ser los mejores veranos de nuestras vidas fue un error. ¡Pero qué error! Ojalá todos los errores fueran así. A veces, usted y yo daríamos la vida entera por cinco minutos más de aquellos veranos. Es duro reconocer que no seremos jóvenes los próximos mil años, ni que Florentino nos durará otros hermosos 25. Pero, como dijo Modric en su despedida, amigo madridista, no llores porque terminó: sonríe porque sucedió.
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