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·24 October 2024
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Foto: Octavio Passos / Getty Images
Iago Aspas fue el gran protagonista en la previa del partido ante el Atlético de Madrid. Las miradas suelen estar puestas en él antes de todos los encuentros, pero mucho más ayer, cuando el moañés alcanzó los 500 partidos oficiales como jugador del Celta, convirtiéndose en el segundo jugador, tras Manolo, en alcanzar esta increíble cifra, que añade una muesca más a su legendaria trayectoria en el club celeste.
Cuando comenzó a rodar el balón se comportó como acostumbra. Muy activo e intenso, siempre conectado al partido, mejorando cada pelota que pasaba por sus pies y siendo el líder el equipo. Lo que ha hecho toda su vida, desde aquel lejano 2008 en el que Alejandro Menéndez le dio la alternativa en Salamanca, aunque pasaría un año hasta su segundo encuentro, con el Alavés como rival, que permanecerá para siempre en la memoria colectiva del celtismo.
Pero Aspas tenía una motivación especial, primero por la efeméride y después por la entidad del rival. En la primera mitad tuvo una clara, muy clara, pero se encontró con Oblak una vez más. El esloveno realizó una estirada notable y puso la mano lo suficientemente fuerte para que el disparo ajustado del capitán céltico no acabase en el fondo de las mallas.
En la segunda mitad volvió a tener otra tras una deja de Swedberg, pero su disparo, muy potente, se fue demasiado alto. Exhausto, vio el final del partido desde el banquillo tras ser reemplazado por Ilaix Moriba, y desde allí vio como Julián Álvarez estropeaba un partido muy especial para él. Lo positivo es que en el 501 estará exactamente igual de motivado y será exactamente igual de diferencial.
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